Lagarde, fin del sacrilegio
El BCE ha dejado en el aire la senda de subidas si las turbulencias bancarias persisten o se agravan, el verdadero gesto que necesitaban los mercados
El Banco Central Europeo ha decidido seguir adelante con la subida de medio punto de los tipos de interés pese a las turbulencias bancarias iniciadas en Estados Unidos por la caída de Silicon Valley Bank y agravadas en Europa con el descalabro de Credit Suisse. No hay que interpretar la decisión como un puñetazo en la mesa de los halcones. Suspender una medida decidida desde febrero se hubiese podido leer como la certif...
El Banco Central Europeo ha decidido seguir adelante con la subida de medio punto de los tipos de interés pese a las turbulencias bancarias iniciadas en Estados Unidos por la caída de Silicon Valley Bank y agravadas en Europa con el descalabro de Credit Suisse. No hay que interpretar la decisión como un puñetazo en la mesa de los halcones. Suspender una medida decidida desde febrero se hubiese podido leer como la certificación de la crisis y una desconfianza manifiesta en el apoyo al banco suizo hecho público apenas unas horas antes. La elección de contener el alza al cuartillo, frente al 0,5 que dictaba el guion, también hubiese causado recelos y, en cambio, no iba a marcar una diferencia real.
Lo que más importaba este jueves en Fráncfort era el mensaje, tanto el escrito en el comunicado oficial como el que Christine Lagarde transmitiría en el cuerpo a cuerpo con los periodistas. Y había motivos para temer el desempeño.
La francesa ha sufrido serios tropiezos, especialmente en el arranque de su mandato. En marzo de 2020, en plena zozobra por la pandemia, incendió los mercados al decir que la función del BCE no era “reducir las primas de riesgo”, es decir, socorrer a países miembros de la unión monetaria en apuros. Lagarde quería presionar a los Gobiernos para que tomasen las medidas que les correspondían, pero, en los momentos críticos, un banquero central debe ser contundente con los cortafuegos y dejar las moralinas para otro momento. Tuvo que rectificarse a sí misma ese mismo día en una entrevista improvisada para asegurar: “Estoy absolutamente comprometida con evitar cualquier fragmentación de la zona euro en un momento difícil”.
Esta vez Lagarde —y el BCE— han pasado la prueba, una prueba de las difíciles. En un escenario muy presionado por la escalada inflacionaria, Fráncfort ha dejado en el aire la senda de subidas si las turbulencias bancarias persisten o se agravan, el verdadero gesto que necesitaban los mercados, más allá de un cuarto de punto arriba o abajo. Porque lo que importa es el día de después y eso sí requiere que los banqueros se lo tomen con calma. Máxime cuando las sacudidas bancarias de estos días —y la consiguiente desconfianza— ya van a tener como consecuencia un endurecimiento de las condiciones de crédito y, de algún modo, van a hacer parte del ingrato trabajo de enfriar la economía para combatir la inflación.
Además, el BCE ha prometido inyectar tanta liquidez como haga falta para hacer frente a una crisis financiera a través de “todos los instrumentos de política monetaria necesarios”. Los programas de liquidez LTRO (siglas en inglés de operaciones de refinanciación a largo plazo) están listos para ser activados en cualquier momento y ha sugerido que también pueden recurrir a los TPI (siglas en inglés de instrumento de protección de transmisión), una herramienta que permite a Fráncfort comprar deuda de un país si el diferencial de los costes de financiación se dispara (sí: para contener la prima de riesgo, aquel sacrilegio). Tampoco ha dado cifras: eso hubiese puesto precio a la crisis.
Esa es también la premisa que puede funcionar para la Reserva Federal, que se reúne la semana que viene. Se esperaba una subida del precio del dinero de 0,5 puntos, pero los analistas creen que lo puede dejar en 0,25 o postergarlo. Esta vez el BCE, como una agradable novedad, es quien le ha marcado el paso a la Fed.
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