Opinión

2020 ha sido el año de la muerte del ‘reaganismo’

La doctrina que rechaza ayudar a los más necesitados debería haber muerto en su choque con la realidad

El expresidente de EE UU, Ronald Reagan, en una imagen de 1988.JEROME DELAY/AFP/Getty Images

El Gobierno prometió ayudar, y lo hizo. Quizá fue obra de los elementos visuales. Resulta difícil saber qué aspectos de la realidad penetran en la burbuja cada vez más reducida de Donald Trump —y me alegra decir que, a partir de enero de 2021, no tendremos que preocuparnos por lo que pasa en su nada bonita mente—, pero es posible que el presidente adquiriese conciencia de la imagen que ofrecía jugando al golf mientras millones de familias desesperadas perdían sus prestacio...

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El Gobierno prometió ayudar, y lo hizo. Quizá fue obra de los elementos visuales. Resulta difícil saber qué aspectos de la realidad penetran en la burbuja cada vez más reducida de Donald Trump —y me alegra decir que, a partir de enero de 2021, no tendremos que preocuparnos por lo que pasa en su nada bonita mente—, pero es posible que el presidente adquiriese conciencia de la imagen que ofrecía jugando al golf mientras millones de familias desesperadas perdían sus prestaciones de desempleo.

Sea cual fuere la causa, el domingo Trump firmó por fin una ley de alivio económico que prolongará las ayudas unos cuantos meses. Los trabajadores en paro no fueron los únicos en suspirar aliviados. El mercado de futuros —que no es una medida del éxito económico, pero aun así— subió. Goldman Sachs modificó al alza sus previsiones de crecimiento económico para 2021. De modo que este año se cierra con una segunda demostración de la lección que deberíamos haber aprendido en primavera: en época de crisis, la ayuda del Gobierno a la gente en apuros es buena, no solo para quienes la reciben, sino para el país en su conjunto. O por decirlo de manera un poco diferente, 2020 ha sido el año de la muerte del reaganismo.

Lo que yo entiendo por reaganismo va más allá de la economía vudú, o la afirmación según la cual las reducciones de impuestos tienen poderes mágicos y pueden resolver todos los problemas. Nadie cree en ello aparte de un puñado de charlatanes y chiflados, además de todo el Partido Republicano. No, a lo que yo me refiero es a algo de mayor alcance, a saber, la creencia de que ayudar a los necesitados siempre resulta contraproducente, y de que la única manera de mejorar la vida de la gente corriente es hacer más ricos a los ricos y esperar que los beneficios goteen hacia abajo. Esta creencia quedó condensada en la famosa sentencia de Ronald Reagan según la cual las palabras más aterradoras en inglés son “soy del Gobierno y estoy aquí para ayudar”.

Pues bien, en 2020 el Gobierno estuvo ahí para ayudar, y eso fue lo que hizo. Es verdad que ha habido quien ha defendido la política del goteo, incluso frente a la pandemia. Trump presionó para que se rebajase el impuesto sobre la nómina, lo cual no tiene utilidad para ayudar directamente a los desempleados, aunque intente (sin éxito) reducir la recaudación fiscal vía acción ejecutiva. Ah, y las nuevas medidas de recuperación incluyen una rebaja de impuestos multimillonaria a las comidas de negocios, como si los almuerzos regados con Martini fuesen la respuesta a la depresión económica creada por la pandemia.

La animadversión reaganiana a ayudar a las personas necesitadas también ha persistido. Ha habido políticos y economistas que han seguido insistiendo, contra toda evidencia, en que la ayuda a los parados genera desempleo. Pero, en general —y, en cierto modo, sorprendentemente—, la política económica estadounidense respondió bastante bien a las necesidades reales de un país obligado a confinarse. La ayuda a los desempleados y la condonación de las deudas de las empresas si el préstamo se utilizaba para seguir pagando las nóminas, limitaron el sufrimiento. Los cheques directos no han sido la mejor medida de todos los tiempos, pero sirvieron para animar a las personas.

Toda esta intervención del Gobierno a gran escala funcionó. A pesar de un confinamiento que eliminó temporalmente 22 millones de empleos, el hecho es que la pobreza se redujo mientras duró la ayuda.

Y no ha tenido un lado negativo visible. No ha habido indicios de que ayudar a los desempleados disuadiese a los trabajadores de aceptar un empleo. El crecimiento del empleo desde abril hasta julio, cuando nueve millones de estadounidenses volvieron a trabajar, sucedió mientras el aumento de las ayudas seguía en vigor. El enorme endeudamiento público tampoco tuvo las consecuencias nefastas que los cascarrabias del déficit siempre predicen. Los tipos de interés siguieron bajos, mientras que la inflación permanecía estática.

Así que el Gobierno estuvo ahí para ayudar y, efectivamente, lo hizo. El único problema es que suprimió la ayuda demasiado pronto. Las medidas extraordinarias deberían haber continuado mientras el coronavirus siguiese descontrolado, como reconoce de manera implícita la disposición de ambos partidos a aplicar un segundo paquete de rescate, y el hecho de que Trump consintiese a regañadientes en firmar la ley.

En efecto, parte de las ayudas otorgadas en 2020 deberían prolongarse incluso después de que se haya generalizado la vacunación. Lo que deberíamos haber aprendido la primavera pasada es que los programas gubernamentales financiados adecuadamente pueden reducir la pobreza en gran medida. ¿Por qué olvidar esta lección en cuanto pase la pandemia? Ahora bien, cuando digo que el reaganismo ha muerto en 2020 no quiero decir que los sospechosos de rigor vayan a dejar de sostener sus argumentos de siempre. La economía vudú está demasiado arraigada en el actual Partido Republicano —y resulta demasiado útil a los donantes multimillonarios que quieren que se les rebajen los impuestos— para ser desterrada por unos hechos inoportunos.

La oposición a las ayudas a los desempleados y a los pobres nunca se ha basado en pruebas. Siempre ha tenido su origen en una mezcla de elitismo y hostilidad racial. Por eso seguiremos oyendo hablar del poder milagroso de las rebajas de impuestos y los males del Estado del bienestar. Pero, si bien el reaganismo seguirá existiendo, ahora, más que nunca, será un reaganismo zombi, una doctrina que debería haber muerto en su choque con la realidad, aunque vaya arrastrando los pies y comiendo el cerebro a los políticos. La lección de 2020 es que, en una crisis, e incluso en épocas de más calma, el Gobierno puede hacer mucho para mejorar la vida de la gente. Lo que más deberíamos temer es un Gobierno que se niegue a hacer su trabajo.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips

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