Opinión

Las pensiones y los juegos de magia

El sistema de pensiones es en España la clave de bóveda del Estado del bienestar

Pensionistas se manifiestan en las calles de Bilbao.Miguel Toña (EFE)

El sistema de pensiones es en España la clave de bóveda del Estado del bienestar; el gran factor de nivelación frente a la desigualdad; y el amortiguador de las tensiones sociales que generan las crisis. Hay que conservarlo y fortalecerlo.

Al tiempo, se trata de un modelo generoso, en las contributivas. En el bienio 2019-2020, se habrán revalorizado un 2,2% sobre el coste de la vida. Y todo jubilado recibe una media de 1,74 euros por cada euro que aportó durante su vida laboral (Una estimación del rendimiento financiero del sistema de pensiones, Banco de España, 2020). Aunque hay...

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El sistema de pensiones es en España la clave de bóveda del Estado del bienestar; el gran factor de nivelación frente a la desigualdad; y el amortiguador de las tensiones sociales que generan las crisis. Hay que conservarlo y fortalecerlo.

Al tiempo, se trata de un modelo generoso, en las contributivas. En el bienio 2019-2020, se habrán revalorizado un 2,2% sobre el coste de la vida. Y todo jubilado recibe una media de 1,74 euros por cada euro que aportó durante su vida laboral (Una estimación del rendimiento financiero del sistema de pensiones, Banco de España, 2020). Aunque hay grandes diferencias entre unos y otros, hasta triplicarse.

Ese es solo uno de los motivos del creciente desfase entre gastos e ingresos de la Seguridad Social, unos 18.000 millones de euros anuales.

Crece el número de jubilados —con la triste pausa del covid—, al crecer la esperanza de vida por mejora de la salud pública. Crece el importe de las pensiones, por las nuevas incorporaciones, que vienen de sueldos también más altos: de octubre de 2019 al de 2020 la pensión media aumentó un 7,28%. Y crece el gasto global al indexarse las pensiones a la previsión oficial de inflación, que asegura la capacidad adquisitiva a los pensionistas, y a veces más.

El caso es que el canciller Bismarck inventó en 1883 la jubilación a los 65 años, para cortocircuitar a los socialdemócratas. El equivalente de esa edad en España sería hoy 81 años —medidos en esperanza de vida, en la que los españoles son los cuartos del mundo— ó 91, en porcentaje de individuos que alcanzan el jubileo.

Y que en 1970 uno pasaba 11 años de media en la jubilación, y 18 en 2013. Y que en 2048 cuando los del babyboom se retiren, los 10 millones de pensionistas de hoy serán 15, proyecta el Banco de España.

Algo poco sostenible, a falta de correcciones. El Pacto de Toledo ya ha adoptado una estrategia benemérita: financiar con impuestos y no con cotizaciones los gastos impropios: pensiones de orfandad, viudedad, tarifas planas... que totalizan más de 20.000 millones. Y el Gobierno empieza a aplicarlo. Así que en dos o tres años el déficit podrá convertirse en superávit.

El problema vendrá inmediatamente después. Porque los recursos allegados por impuestos no serán infinitos. España recauda un 7% menos que la medida de la UE, pero no porque sus tipos impositivos sean mucho más bajos, sino por la demografía empresarial, la economía sumergida y los tipos marginales modestos.

O se tiene la valentía de limitar también la generosidad y aplanar las pensiones futuras más altas (y subir las bajas) ampliando el cómputo de años de jubilación para hacer sostenible el esquema. O se aumenta bruscamente otra vez (como hizo Zapatero en 2011) la edad oficial de jubilación: la real aún no llega a 65 años. Con las compensaciones —también generacionales— necesarias. Duros a cuatro pesetas, eso es magia.

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