La ingenuidad de Europa
La UE debe seguir defendiendo que la cooperación, no el proteccionismo, es la mejor aliada de la prosperidad
La Unión Europea no quiere ser el campo de batalla de la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos. Ni quiere, ni debería querer. Atrapada en las disputas entre estas dos potencias, Europa se siente tan dependiente de las empresas digitales americanas como de las manufacturas chinas. Pero Europa no es naíf y trazará su propio camino. Este proceso comenzó el pasado 1 de octubre cuando el Consejo Europeo, formado por los presidentes y primeros ministros de todos los países de ...
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La Unión Europea no quiere ser el campo de batalla de la guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos. Ni quiere, ni debería querer. Atrapada en las disputas entre estas dos potencias, Europa se siente tan dependiente de las empresas digitales americanas como de las manufacturas chinas. Pero Europa no es naíf y trazará su propio camino. Este proceso comenzó el pasado 1 de octubre cuando el Consejo Europeo, formado por los presidentes y primeros ministros de todos los países de la Unión Europea, estableció las líneas generales de la llamada “autonomía estratégica”. Esta nueva expresión enmarca las políticas que tienen como objetivo hacer de Europa una región menos dependiente de la tecnología y de los productos de fuera de la Unión Europea. Pero, ¿es la Unión Europea tan ingenua y dependiente como pensamos? La respuesta es no: ni ingenua ni dependiente.
Tras varias décadas de apertura comercial, y con la experiencia del que ha trabajado para mantener y ampliar la libertad de comercio, la Unión Europea se ha convertido en una superpotencia regulatoria. Muchas de las directivas aprobadas en Bruselas se implementan no solo en la Unión Europea sino también fuera de ella. Anu Bradford describe este fenómeno como “el efecto Bruselas”. Este nace de la necesidad de adoptar los estándares europeos por parte de las empresas no comunitarias para poder vender sus productos dentro de la UE. Habiendo asumido esos costes, estas mismas empresas presionan a sus países para que adopten reglas similares a las europeas y no encontrarse así en desventaja en sus mercados locales. De esta manera, las regulaciones europeas se convierten en normas globales.
Europa tampoco es más dependiente del resto de mundo que otros países. Lo cierto es que los países de la UE se proveen de bienes y servicios mayoritariamente entre ellos mismos. Las importaciones intracomunitarias son 1,6 veces mayores que las importaciones de fuera. Lo mismo ocurre con el material médico: más del 60% de las importaciones de los 118 productos que Eurostat estima relevantes para el tratamiento de la covid-19 se importaron desde dentro de la Unión. Es cierto que, en los primeros meses de la pandemia, los países europeos sufrieron una escasez de bienes médicos, sobre todo de productos de protección como mascarillas o guantes. Pero la escasez de estos productos se produjo en todos los países, incluido China. Con el objetivo de construir la “autonomía estratégica”, el Consejo Europeo ha pedido a la Comisión que diseñe políticas para aumentar la producción de productos médicos dentro de la Unión Europea.
Sin embargo, en una crisis como la de la covid-19, la autosuficiencia no es la solución. Si algo sabemos de este tipo de crisis es que afectan a varias áreas geográficas de forma simultánea. En el caso de la covid-19, primero fue China, luego otros países asiáticos y, más tarde, Europa y Estados Unidos. Afortunadamente, cuando muchas de las fábricas europeas estaban cerradas a causa de la pandemia, Europa pudo importar los productos que necesitaba desde fuera. Por ejemplo, las importaciones extracomunitarias de líquido hidroalcohólico en los primeros cuatro meses de 2020 crecieron en más de 100 millones de euros en comparación con el mismo período de 2019. Un argumento a favor de la relocalización de la producción de bienes esenciales como productos médicos es que los países de la Unión Europea se rigen bajo un marco regulatorio común. Sin embargo, no hay que olvidar que tanto Francia como Alemania llegaron a prohibir la venta de material médico a otros países europeos al inicio de la pandemia.
Si la próxima crisis es otro «sálvese quien pueda», la lógica de la autosuficiencia se aplicará a nivel nacional, no europeo, poniendo en peligro el propio mercado único. Es más, la UE no tiene el monopolio de la autonomía estratégica. Si otros países deciden promover la autosuficiencia en productos médicos, el comercio de estas mercancías se resentirá. Los más perjudicados serán las empresas europeas, que son las mayores exportadoras de productos médicos a nivel mundial. Europa no tiene por qué elegir entre autonomía y apertura comercial. La UE tiene el peso económico y político para defender sus intereses comerciales y hacer respetar las reglas comunitarias. Es por ello que la autonomía estratégica no tiene que ganarse a costa de un mayor proteccionismo. Todo lo contrario: en un mundo polarizado, donde tanto Estados Unidos como China priman el nacionalismo económico por encima de la cooperación, Europa puede consolidar su papel de regulador global y diversificar sus importaciones si continúa abierta al mundo. Después de décadas de sólidos resultados, que han beneficiado a los ciudadanos y las empresas europeas, Europa debe seguir defendiendo que apertura no equivale a ingenuidad, y que la cooperación, no el proteccionismo, es la mejor aliada del bienestar y la prosperidad.
Óscar Guinea es economista en el ‘think tank’ European Centre for International Political Economy. En Twitter: @osguinea