El valor de la cooperación público-privada
Nanoker fabrica piezas a medida para la industria y vira hacia el mercado de los implantes dentales
Nanoker es para Ramón Torrecillas, su fundador y consejero delegado, un ejemplo de éxito en la colaboración empresarial público-privada en España. La compañía nació en 2011 para explotar patentes que el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) registró tras participar en un proyecto sobre nanomateriales financiado por la Unión Europea. Torrecillas, investigador del CSIC y hoy delegado del organismo en Bruselas, dirigió ese grupo de trabajo, que incluía a más de una decena...
Nanoker es para Ramón Torrecillas, su fundador y consejero delegado, un ejemplo de éxito en la colaboración empresarial público-privada en España. La compañía nació en 2011 para explotar patentes que el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) registró tras participar en un proyecto sobre nanomateriales financiado por la Unión Europea. Torrecillas, investigador del CSIC y hoy delegado del organismo en Bruselas, dirigió ese grupo de trabajo, que incluía a más de una decena de grandes empresas y en el que, cuenta, pudo “conocer las demandas de la industria y empezar a pensar respuestas a medida”. Se ve como un “pionero” porque el sistema que permite a Nanoker usar esas patentes, el pago de unos royalties, no era entonces una forma de financiación de la agencia pública tan común como hoy.
La empresa trabaja con nanocerámicas, materiales anticorrosivos y muy resistentes a las altas temperaturas. “Tenemos más de un centenar de productos en el mercado, pero el 80% de nuestros ingresos procede de media docena de piezas muy específicas que vendemos a la automoción, la metalurgia y el sector energético”, cuenta Sergio Rivera, director de producción y socio de la compañía, que facturó 2,5 millones en 2019 y tuvo ese año unas ganancias de 130.000 euros.
Las dos fábricas “de batas blancas” donde trabajan los 26 empleados de la empresa se ubican en Olloniego, a las afueras de Oviedo, y en Sotrondio, uno de los enclaves mineros asturianos. Decidieron asentarse en estos lugares por proximidad con el Centro de Investigación en Nanomateriales y Nanotecnología, asociado al CSIC, comandado por Torrecillas y de donde procede parte del equipo. “Tratamos de sumar al proyecto a investigadores a los que conocemos bien y que tienen mentalidad empresarial”, cuenta el consejero delegado de la compañía. Parte de ellos se han incorporado como socios a través de un sistema de stock options (entrega de acciones como complemento a la retribución salarial). Además de Rivera y él mismo, completan el accionariado Samuel Menéndez, director general; el cirujano dental Roberto López-Piriz y un quinto socio capitalista.
Entre los proyectos más punteros que han realizado se cuenta la fabricación de un colimador para el acelerador de partículas del CERN. “Se trata de una pieza crucial para permitir que el haz de electrones siga una trayectoria recta”, sintetiza Torrecillas, y afirma que han renovado recientemente esa concesión, lo que les ha permitido “sortear bien” los efectos de la pandemia. También les ayudaron las ventas al sector del lujo. “Fabricamos el cuerpo de unos relojes a una marca de gama alta y eso ha tirado de las cuentas estos meses”, dice el investigador, a quien le cuesta explicar el escenario actual: “En marzo frenaron en seco los pedidos y tuvimos que hacer un ERTE, pero mejoramos y dimos marcha atrás. Llegó junio y fue uno de los meses que más facturamos. ¿La explicación? La diversificación, ya que vendemos a toda la industria; y la exportación. El 50% de nuestros ingresos proceden del extranjero”.
Financiación
Nanoker ha obtenido seis millones de euros de financiación ligada a proyectos de diferentes instrumentos comunitarios. Un dinero que “sólo parcialmente” ha sido concedido a fondo perdido y que nunca han contemplado como una vía de ingresos. “No nos financiamos a través de nuestra investigación”, resume Torrecillas. Ahora están volcados en el mercado dental, al que prevén lanzar su primer producto en 2021. Se trata de unos implantes de una cerámica denominada circona con la que pretenden competir con los de titanio. López-Piriz, impulsor de esta investigación, explica que la circona “tiene mejores propiedades biológicas” y por esa razón daña menos los tejidos blandos y el hueso y genera menos bacterias.
Creen que es un producto escalable y para ello, su director financiero, Fernando Cabo, cuenta que han presentado un proyecto al EIC Accelerator Pilot, un instrumento financiero de la Comisión Europea, para que esta invierta siete millones en la empresa. “Les hemos ofrecido el 23% de la compañía y apoyado la propuesta en una previsión de ingresos en 2026 de 80 millones sólo por los implantes”, revela, y sostiene que, de no tener éxito, optarán por la inversión privada.