Opinión

¿Quién está al mando?

EE UU y China están partiendo el mundo. Van a cambiar alianzas, modelos económicos y cadenas de valor

Tomás Ondarra

La memoria es corta y se nos olvida que hace unos 10 años estuvimos en un momento en que el sistema se cayó. Como entonces, la crisis económica derivada de esta tragedia sanitaria muestra con descaro los fallos del modelo del capitalismo y de sociedad y, algo que incluye, enreda y complica lo anterior, el poder de China. Estados Unidos, el líder del mundo occidental, quiere replegarse en casa sin perder su poder exterior con lo que algunos llaman la doctrina Trump. Al mismo tiempo, el Imperio del Centro se empeña e...

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La memoria es corta y se nos olvida que hace unos 10 años estuvimos en un momento en que el sistema se cayó. Como entonces, la crisis económica derivada de esta tragedia sanitaria muestra con descaro los fallos del modelo del capitalismo y de sociedad y, algo que incluye, enreda y complica lo anterior, el poder de China. Estados Unidos, el líder del mundo occidental, quiere replegarse en casa sin perder su poder exterior con lo que algunos llaman la doctrina Trump. Al mismo tiempo, el Imperio del Centro se empeña en ocupar el espacio que deja el líder en la economía global. Mientras, en Europa, se espera que los recientes acuerdos puedan remediar las fracturas del Brexit y, sobre todo, la pandemia. Pero, casi irremediablemente, el continente sin voz se aleja del centro.

¿Qué permitió salir de la crisis financiera global del 2008? Ante todo, el diálogo y la acción coordinada. En busca de una solución, el presidente Bush convocó a los jefes de Estado del G20 y por primera vez el norte y el sur se reunieron como socios y, desde entonces, al equivalente de los países occidentales, el G7, no se le oye. Pero las iniciativas americanas globales no duraron mucho. Al mismo tiempo el sur aprovechó la oportunidad para lanzar varias propuestas de diálogo. Por una parte, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica formaron la primera agrupación no tutelada por países occidentales, los BRICS, con ánimo de colaboración y ambición de influencia global. Un poco más tarde, en 2013, China queriendo marcar territorio de influencia, lanzó la nueva Ruta de la Seda. Aunque inicialmente se limitó a integrar a los países de su mercado natural en Asia, la iniciativa ha logrado atraer a 141 Estados.

Otros indicadores nos mostraron pronto el liderazgo de Pekín. Durante la crisis, mientras que Estados Unidos contrajo su PIB -2,5%, y sólo empezó a crecer a partir de 2010, China se mantuvo muy sólida, creciendo entre un 9% y un 10%. Fue entonces también cuando se situó como la primera potencia manufacturera, mientras que el crecimiento occidental ha sido, en cambio, decepcionante.

El ideograma chino de la crisis se interpreta también como oportunidad. Y ese fue el momento en que las empresas chinas aprovecharon para su expansión internacional. La intención inicial era asegurarse el suministro de materias primas: mineral de hierro brasileño, cobre chileno y peruano, petróleo venezolano… (o brasileño, iraquí, angoleño y de Arabia Saudita, cuando Venezuela se adentró en su grave crisis). Al mismo tiempo, aceleró la compra de bonos del tesoro americanos.

En paralelo, las multinacionales chinas pasaron a competir en productos y servicios de tecnología con las empresas punteras estadounidenses, que habían dominado el mundo de los negocios desde la segunda guerra mundial. Este cambio de papeles se evidencia en la clasificación de Global 500 de la revista Fortune, donde actualmente hay 121 empresas americanas y un número similar de empresas chinas (119), que dominan industrias como la banca, las grandes construcciones, ingeniería o los smartphones. En este último mercado, solo queda la americana Apple, con sus iPhones, entre las cinco mayores empresas por ventas. En plena guerra comercial, Huawei ha ganado a Apple su cuota de mercado y es la segunda mayor del mundo debido, fundamentalmente, a la caída de ventas de iPhone en China. En esta etapa, China también demostró su saber hacer en grandes proyectos de infraestructura, replicando sus éxitos domésticos: autopistas en Sri Lanka, el tren de Addis Ababa a Djibouti o la construcción de una presa en Argentina, por nombrar solo algunos ejemplos.

Además de la fuerza militar, el poder se mide por el crecimiento económico y, en particular, por la innovación. Otra característica de la salida de la crisis de 2008 es que los países apostaron por la innovación, de forma que el gasto en I+D+i empezó a crecer por encima del crecimiento del PIB. Según el Índice Global de Innovación, el sector privado vio la necesidad de pensar a largo plazo, y los grandes logros tecnológicos de la última década son claros: la penetración de las telecomunicaciones móviles, la cobertura de Internet y, no siempre para bien, el poder de las grandes tecnológicas: las americanas Microsoft, Amazon, Facebook, Alphabet y Apple, y las chinas Baidu, Alibaba, o Tencent, cuyo dominio a escala planetaria es incuestionable, ya sea en términos de sus valoraciones en Bolsa como en nuestras vidas.

En cuanto a los modelos económicos, mientras que Occidente siguió con el dogma apenas cuestionado de aumentar el valor para el accionista, las empresas chinas se concentraban en el valor a medio y largo plazo, y en mantener la estructura de costes muy controlada en todos sus grandes componentes: salarios, coste de la electricidad, de la gasolina… Incluso a nivel más alto, el sueldo medio de los directores generales de las 500 mayores empresas americanas es de 13 millones de dólares, mientras que el de las chinas no llega al medio millón.

Seguimos reclamando que la economía china se pliegue a los dictados del capitalismo liberal pero, ¿qué incentivo tiene para cambiar cuando su éxito es evidente? Probablemente, la batalla por el nuevo modelo económico no va a librarse en Occidente, sino en otros mercados emergentes donde queda mucho por hacer. Latinoamérica no tuvo más remedio que seguir las doctrinas del consenso de Washington que el Banco Mundial y el FMI impusieron después de la crisis de la deuda. Los resultados pre y post pandemia han dejado mucho que desear.

Al mismo tiempo, el coronavirus ha cercado las doctrinas, y ahora todos los Gobiernos están interviniendo en la economía con paquetes fiscales muy expansivos, ayudas a los que más lo necesitan y protección a las empresas. Como comenta en uno de sus últimos números The Economist, mientras que en 2008 los principios de la economía liberal se mantuvieron, la pandemia nos ha hecho herejes de los mismos. Además, los países emergentes han empezado a utilizar por primera vez una herramienta ya habitual en Europa y Estados Unidos: el Quantitative Easing, es decir, la prerrogativa del banco central del país de imprimir moneda local para comprar deuda de su Gobierno correspondiente. Dos países tan lejanos como Indonesia y Colombia han sido pioneros y es probable que, en la difícil situación en que nos encontramos, otros países del sur les imiten.

Al contemplar las diversas iniciativas para paliar la actual crisis, vemos que, a diferencia de 2008, el diálogo esta vez no existe, sino que en occidente impera el “sálvese quien pueda”. Aunque en abril hubo reunión del G20 bajo la presidencia de Arabia Saudita, el ruido de la guerra tecno-comercial entre Estados Unidos y China domina ampliamente sobre el consenso. Desde el boicot a Huawei potenciado por el presidente Trump hasta el cierre de consulados, estamos ante una batalla que no ceja y que va a dominar la próxima década. Asimismo, la inversión en innovación no parece estar en la agenda de los Gobiernos occidentales, quienes, sobrepasados por la pandemia, compiten por ver quién lanza el mayor paquete fiscal, pero más a la defensiva que pensando en el largo plazo. Así, cuando más que nunca se necesitaría el consenso y la colaboración, persiste la dispersión y el yo mando e impongo. La fragmentación se ve no sólo entre el norte y el sur, sino también dentro de occidente y al interior de los países.

Mientras esto sucede, los millones de contagios continúan aumentando. Y, por sorpresa (o sin ella), la economía china ha crecido un 3,2% en el segundo trimestre. Y Pekín vuelve a comprometer su inversión en las redes 5G, vehículos eléctricos, inteligencia artificial y reconocimiento facial. La salida ahora más que entonces requiere colaboración en organismos multilaterales y apuestas valientes dentro de un mundo más digital que nunca.

Pero la polémica enciende los medios de comunicación sin dejar vislumbrar el final de la crisis. Entre la globalización y la desglobalización, el dólar y el renminbi, dos líderes están partiendo el mundo. Van a cambiar alianzas, modelos económicos y cadenas de valor. Los datos apuntan ya a un posible ganador.

Lourdes Casanova es profesora y directora Instituto Mercados Emergentes. Cornell S.C. Johnson College of Business, Universidad de Cornell.

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