Fuegos artificiales en el mundo del arte

Pese al éxito de las plataformas ‘online’, las ventas caen un 70% al no poder desplazarse físicamente los coleccionistas

La escultura "Balloon Venus" de Jeff Koons, se acaba de vender por ocho millones de dólares.DANIEL ROLAND (AFP via Getty Images)

El 6 de junio fue, sin duda, el día más difícil de la vida profesional de Marc Spiegler. El periodista franco-americano es el responsable mundial de la franquicia Art Basel, y una de las personas más poderosas del mundo del arte, y esa mañana anunció por Twitter que se cancelaba la feria. En la época del milagro dorado, la división más famosa que gestiona, Art Basel (Suiza), llegó a asegurar obra por valor de 1.000 millones de dólares. Y su pequeño aeropuerto no daba abasto para aterrizar aviones privados ...

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El 6 de junio fue, sin duda, el día más difícil de la vida profesional de Marc Spiegler. El periodista franco-americano es el responsable mundial de la franquicia Art Basel, y una de las personas más poderosas del mundo del arte, y esa mañana anunció por Twitter que se cancelaba la feria. En la época del milagro dorado, la división más famosa que gestiona, Art Basel (Suiza), llegó a asegurar obra por valor de 1.000 millones de dólares. Y su pequeño aeropuerto no daba abasto para aterrizar aviones privados de actores, deportistas, coleccionistas, millonarios. Por unos orgiásticos días, la pequeña ciudad helvética se transformaba en el jardín del Gran Gatsby.

La pandemia se ha llevado por delante este milagro dorado. Primero se canceló (marzo) la edición de Hong Kong, después Basilea, que cumplía medio siglo, y este mes se anunciaban también la suspensión de Frieze London y Frieze Masters (octubre), que serán digitales. La nueva edición suiza regresará el 17 de junio de 2021. Veremos de qué manera gira el arte entonces, que ha sido volteado como un niño que da un puntapié a un balón de playa. La respuesta —al igual que en otras actividades— fue digital. Mostrar 4.000 obras en 282 galerías virtuales sin ningún coste para el expositor. ¿Funcionó? “Fue un desastre económico”, apunta la galerista catalana Silvia Dauder, una de las pocas profesionales españolas escogidas en un club (este año gratuito) donde entrar es igual de difícil que batear en un río aurífero. “El arte exige complicidad y no existe en las pantallas de los ordenadores”, asegura. Antes de la pandemia, los números traían una brisa de cierta esperanza. El año pasado —acorde con UBS— las ventas digitales de arte y antigüedades llegaron a los 5.900 millones de dólares.

Algunos tenían la esperanza de que la propuesta digital redujera la inequidad de este mundo. Pero el arte, online o físico, sigue reflejando muchas de las peores realidades de nuestra época. En términos de riqueza, las estadísticas, por ejemplo, muestran que el 1% de los estadounidenses más ricos posee el 43% de toda la prosperidad. Y la sociedad se está fracturando. “El mercado del arte depende de los ricos, y a la mayoría de ellos la pandemia, las crisis sociales, no les están afectando de la misma forma que al resto de la sociedad”, reflexiona el coleccionista Paco Cantos. “A lo que se suman tipos de interés negativos y una liquidez inmensa. La ecuación da el mismo resultado online que físico. Ganan las grandes galerías”. Hauser & Wirth vendió en Art Basel “digital” un pintura de Mark Bradford por cinco millones de dólares y David Zwirner (ha despedido a unos 40 empleados) colocó una escultura (Balloon Venus Lespugue , Red) de Jeff Koons por ocho millones. Quizá la pieza más cara vendida nunca vía online.

Esta mezcla obligada de ladrillo y clics ha buscado recuperar esa obra de teatro que es una subasta. Sotheby’s se inventó una maratón de cuatro horas digitales con grandes firmas (Bacon, Basquiat, Clyfford Still, Remedios Varo, Helen Frankenthaler) que sumó la impresionante cifra (añadiendo comisiones) de 363,2 millones de dólares. Cerca de 321 millones de euros. “Aunque en la sesión de la noche (donde aparecen las piezas más importantes) del 16 de mayo del año pasado en Nueva York la casa logró una cifra parecida: 341,8 millones de dólares. Un espejismo de unos y ceros y de código binario.

En este sector hemos llegado tarde al espacio virtual”
Carlos Urroz

“Las plataformas digitales no pueden reemplazar la experiencia de ver el arte en persona o visitar la feria”, reflexiona Marc Spiegler. Y añade: “Los coleccionistas no acuden exclusivamente a las ferias a comprar obra, de la misma forma que los galeristas no solo participan para vender las piezas que muestran”. Relaciones, intercambio de ideas, empatía; el factor humano. Y también una glásnost artística. Apertura. La plataforma Artsy ha demostrado que las obras online que incluyen los precios tienen más probabilidades de venderse. “El espacio digital ha democratizado el arte. Tendiendo puentes entre el lugar que ocupan los grandes coleccionistas mundiales y el público en general, y volviendo el arte más accesible”, sostiene Clare McAndrew, fundadora de la consultora Arts Economics. Quizá. Pero el responsable de Art Basel no contesta a la pregunta sobre cuánto ha “perdido” la feria al volverse online. Porque la cantidad debe ser enorme.

Sin los coleccionistas millonarios pudiendo viajar, la caída de ventas —acorde con la revista The Art Newspaper— ronda, según los marchantes, el 70%. Y la tragedia interpretará Hamlet para bastantes galerías pequeñas y medianas. Cerrarán. La consultora ArtTactic’s revela que las ventas conjuntas de Christie’s, Sotheby’s y Philips —las tres grandes casas de subasta— habían caído hasta el 10 de julio casi la mitad en comparación al mismo periodo del año pasado. De unos 5.700 millones de dólares a 2.900 millones. De 4.800 millones a 2.500 millones de euros. En contraste, las transacciones online se dispararon el 500%. En los mismos plazos, de 69 a 412,6 millones de dólares. No es suficiente. “Pese a todo, el mundo del arte hemos llegado tarde al espacio virtual”, asume Carlos Urroz, director de Thyssen-Bornemisza Art Contemporary (TBA21). ¿Todos?

Pionero

David Zwirner fue la primera en lanzar una plataforma virtual en 2017. Vendió digitalmente diez de las 15 piezas que ofrecía en la edición online de Basilea. Facturó diez millones de dólares. La obra más cara fue una pintura de 2015 del pintor de la negritud Kerry James Marshall titulada Untitled (Blot) adquirida por tres millones de dólares por un museo estadounidense. Manolo Borja expuso al artista, seis años antes, en 2014, en el Palacio de Velázquez. Y eran otros precios. Un millón lo que hoy son tres. “¿Va a comprar obra?”, se le preguntó entonces. “Imposible”, contestó con una mirada de rendición económica, el responsable del Museo Reina Sofía. “Todo el espacio digital crecerá. Pero hay un territorio de naturalidad, físico, que es incontestable”, defiende.

Sin duda esta es la respuesta a 30 años de políticas neoliberales, globalización, inequidad y un 0,1% de la población que tiene gran parte de la riqueza del planeta. “El mundo ha experimentado muchas transformaciones en los últimos cuatro meses. Los canales y los espacios a través de los cuales los coleccionistas descubren y adquieren obras han sido transformados por la tecnología”, observa Elena Soboleva, directora de ventas online de David Zwirner. “Pero la razón por la que los coleccionistas quieren una obra es la misma”. David Zwiner lo ha dicho: “El arte es cómo justificamos nuestra existencia” y eso era verdad antes y ahora.

El negocio de comprar viejos maestros

¿Y qué será de los viejos maestros? Murillo, Sebastiano del Piombo, Rubens. Buscar, descubrir, contar de otras maneras. Nicolás Cortés —dueño de la galería madrileña del mismo nombre— acaba de hallar fuera de España dos bodegones de Zurbarán mal atribuidos al genio. Ha comprado “mucho” durante la cuarentena. “Estamos trabajando en una nueva forma de ver el arte antiguo, con 3D, realidad aumentada, vídeos; una revolución”, describe. “Aunque las piezas de importancia no las puedes vender online. El coleccionista necesita verlas”. Y muestra dos soberbios cavarozzi y dos extraordinarias artemisia gentileschi que tiene a la venta. Telas que hace tres siglos fueron imaginadas con óleo y lienzo y no con píxeles y un Mac.

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