Opinión

Objetivo: salvar la OMC

El próximo director general tiene que repensar el modelo de trabajo y promover iniciativas que eliminen el bloqueo actual

Tomás Ondarra

Se busca director general para organismo multilateral en crisis. Requisitos: amplia experiencia en puestos similares, y una buena red de contactos que incluya jefes de Estado y presidentes de Gobierno de los principales países del mundo. Los interesados pueden enviar su CV a la Organización Mundial del Comercio (OMC), con sede en Ginebra (Suiza). Puede parecer una broma, pero lo cierto es que el puesto está vacante. El diplomático brasileño Roberto Azevêdo abandonará la dirección de la OMC en agosto de 2020, después de siete años de mandato que han pasado con más penas que glorias. Corea del S...

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Se busca director general para organismo multilateral en crisis. Requisitos: amplia experiencia en puestos similares, y una buena red de contactos que incluya jefes de Estado y presidentes de Gobierno de los principales países del mundo. Los interesados pueden enviar su CV a la Organización Mundial del Comercio (OMC), con sede en Ginebra (Suiza). Puede parecer una broma, pero lo cierto es que el puesto está vacante. El diplomático brasileño Roberto Azevêdo abandonará la dirección de la OMC en agosto de 2020, después de siete años de mandato que han pasado con más penas que glorias. Corea del Sur, Nigeria o México ya han presentado candidatos, mientras que la Unión Europea aspira a presentar un candidato único. El elegido se enfrenta a la mayor caída del comercio internacional desde la Gran Recesión de 2008 y a un contexto sociopolítico abiertamente hostil, donde organismos como la OMC no siempre son bien recibidos.

El comercio internacional se ha convertido, para muchos, en el chivo expiatorio responsable de gran parte de los males del mundo actual. El cierre de las fábricas y las grandes pérdidas de empleo en el sector de la manufactura, el aumento de las desigualdades sociales, la pérdida de soberanía nacional, la imposición de la automatización, la falta de seguridad laboral, la imparable expansión de China e incluso la propagación del coronavirus tienen un culpable común: las relaciones comerciales.

Como en toda relación, muchas de estas críticas tienen sentido, pero hay parte de verdad en ambos lados. Lo que los críticos del comercio internacional no valoran es el desarrollo que se genera en los países que participan activamente de él y la prosperidad que alcanza la mayoría de sus ciudadanos. Las naciones que se cierran al intercambio de bienes, servicios, ideas y tecnologías, por el contrario, se quedan inevitablemente atrás.

La existencia de criterios claros y estables, que sean respetados y rijan las dinámicas del comercio internacional, es positiva para la mayoría de los países. Para aquellos que, como España, se encuentran entre los más afectados por la emergencia sanitaria y económica actual, el comercio internacional es un elemento crucial para salir del agujero económico cuanto antes y de la mejor manera posible.

Más allá de críticas o apoyos, la realidad es que la economía española se ha internacionalizado y las exportaciones son tan importantes para España como lo son para Suecia o Finlandia, referencias europeas en calidad de vida y estabilidad económica. En 2007, las exportaciones representaban un 17% del PIB nacional y ese porcentaje aumentó hasta el 24% en 2019. Mantener o aumentar esa cifra será una tarea titánica en este 2020, pero los beneficios de conseguirlo serán también considerables.

Exportar no sólo depende de una buena red de contactos. Para vender en el mercado internacional, el producto tiene que costar lo que vale, es decir, que las empresas exportadoras deben presentar productos mejores que los de su competencia. Este esfuerzo trae consigo innovación, aumento de la productividad y valor añadido y, como consecuencia, la mejora de la economía. Sin embargo, es innegable que una economía fuerte en exportaciones también es más vulnerable a los vaivenes de la política internacional. Desde el Brexit a las tarifas impuestas por el presidente Trump, las empresas —pequeñas, medianas o grandes y agrarias, industriales o de servicios— tienen que lidiar con la incertidumbre de una política comercial cada vez más alterada y asumir el coste de un sistema multilateral de comercio con el viento de cara y sin nadie al timón.

Es por ello que el mundo necesita una OMC que funcione. Un organismo internacional respetado que, más allá de ser un foro para diplomáticos y ministros de finanzas, ejerza de árbitro en los conflictos internacionales, de arquitecto para diseñar las nuevas reglas del comercio y de técnico para ponerlas en marcha de la forma más eficaz posible. La OMC, sin embargo, no tiene el diseño adecuado para asumir estos roles. Su principal impedimento es la toma de decisiones, que no es por mayoría sino por consenso, una palabra que parece inofensiva pero que traducida en la unanimidad de 153 países miembros se transforma en un obstáculo difícil de superar. En el pasado, el liderazgo de EE UU y otros países compensaba estas deficiencias, pero en este momento ese liderazgo ha desparecido.

Aun así, la falta de un guía efectivo no es impedimento para seguir avanzando. En 2018, la UE y Japón firmaron un acuerdo de libre comercio y, en 2019, EE UU y Japón formalizaron la liberalización de ciertos sectores, dejando abierta la posibilidad de un acuerdo comercial más amplio en el futuro. Estas tres potencias comerciales, que juntas representan el 52% del PIB y el 47% del comercio mundial, pueden alcanzar pactos comerciales que, una vez definidos, sean suscritos por otros miembros de la OMC. La UE, Japón y EE UU podrían acordar políticas comerciales como la eliminación de las tarifas a la importación de productos que no tengan producción nacional, ya que liberalizar el comercio cuando los productores locales quedan afectados es difícil, pero hacerlo cuando no hay producción local genera beneficios; la supresión de los aranceles a las importaciones menores del 2%, puesto que a ese nivel, los aranceles solo encarecen los productos importados sin proteger a los productores locales; o la exclusión de las tarifas a los productos médicos y medioambientales, medida que la UE ha puesto en marcha como respuesta a la covid-19, lo que significa que hay espacio para avanzar en esta dirección.

Un acuerdo entre estas tres potencias comerciales sobre alguna de estas medidas haría que otros países se unieran a ellas, bien por los beneficios o por miedo a quedarse fuera. Y es aquí donde la OMC podría tomar el testigo y expandir estos acuerdos a nivel multilateral. Su apoyo permitiría restablecer una dinámica positiva de las relaciones comerciales y mostrar cómo los acuerdos económicos entre países pueden favorecer una salida fuerte y rápida a esta nueva crisis económica.

Evitar que la OMC se sume a la larga lista de organismos internacionales caídos en el olvido dependerá del nuevo director general. El candidato elegido tiene que repensar el modelo de trabajo, romper con el statu quo y promover iniciativas que eliminen el bloqueo actual. Su mayor reto es demostrar que los acuerdos comerciales no solo son posibles, sino que tienen beneficios tangibles. El plazo para solicitar el puesto aún está abierto.

Óscar Guinea es economista sénior en el ‘think tank’ European Centre for International Political Economy (ECIPE). El artículo está basado en el estudio Learning to Love Trade Again. Time to Think Small, escrito por Guinea y Frank Lavin.

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