Benidorm confinado: la capital del turismo vuelve a ser pueblo

La ciudad con más rascacielos por habitante del mundo, sin visitantes y con las playas vacías, recuerda al enclave pesquero que fue

Dos vecinas, en el paseo marítimo de Benidorm durante el confinamiento.Mònica Torres
Benidorm -

“Venga, vamos, que aquí lo que tenemos es tiempo”, comenta Juan Cruz mientras va sacando su pequeño barco del puerto. Jubilado y confinado, este empresario de Logroño al que le pilló el estado de alarma en su casa de Benidorm se presta a mostrar desde el mar una de las capitales turísticas del Mediterráneo. Playas desérticas, tumbonas vacías, agu...

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“Venga, vamos, que aquí lo que tenemos es tiempo”, comenta Juan Cruz mientras va sacando su pequeño barco del puerto. Jubilado y confinado, este empresario de Logroño al que le pilló el estado de alarma en su casa de Benidorm se presta a mostrar desde el mar una de las capitales turísticas del Mediterráneo. Playas desérticas, tumbonas vacías, aguas cristalinas, una patrulla policial, algún transeúnte por el paseo… el paisaje se repite a lo largo de sus casi seis kilómetros de litoral de arena. Solo varían las alturas y las formas a veces caprichosas de los edificios que le han otorgado el título oficioso de la ciudad con el mayor número de rascacielos por habitante del mundo.

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Y, sin embargo, ahora Benidorm tiene algo del pueblo pesquero que fue hasta los años sesenta. Sus calles permanecen aletargadas, sus 133 hoteles y la mayoría de sus 8.544 apartamentos echaron el cierre, la mayor parte de los 1.192 bares, restaurantes y pubs sigue sin abrir, la poca clientela que hay es local, apenas se oye inglés, los vecinos se congregan en la calle Mayor cuando cae el sol como antaño. Ni un alma vaga por las espléndidas playas de Levante y Poniente, rebosantes de gente en la vida antes de la pandemia. En mayo del pasado año, la ocupación hotelera era del 83%. El silencio se apodera de una ciudad conocida por su incesante actividad.

En su caso histórico, Benidorm recuerda a la localidad de 5.000 habitantes que era antes de que el alcalde franquista Pedro Zaragoza lo cambiara todo. Allí, Loli ha vuelto a abrir su restaurante en la calle Mal Pas y destaca la tranquilidad que se respira ahora, opinión que comparten dos clientes David y Doménech, ecologistas de Santa Pola de visita en la localidad para comprobar los efectos del confinamiento y de la ausencia de las riadas de turistas sobre las playas y el agua –“están mejor que nunca”, apuntan–. Aquel alcalde, para muchos un visionario, aprobó en 1956 un plan urbanístico de edificación en altura, con calles bien trazadas y amplias avenidas siguiendo la configuración de las playas, que hoy perdura, amplificado y multiplicado.

Vista de la playa vacía de Levante de Benidorm desde el mar.Mònica Torres

El aire de pueblo se disipa pronto conforme se avanza en la cuadrícula de esta metrópoli paradigmática del turismo de masas, con 71.000 personas empadronadas (aunque viven habitualmente más) y una población que se multiplica por cinco en su temporada alta, que se alarga gracias al microclima. “Llegamos a tener entre 350.000 y 400.000 personas. Hablo de pernoctaciones que es el dato más seguro. Después de Barcelona y Madrid, somos la ciudad con más pernoctaciones [16,2 millones en 2019] de la Península”, señala el actual alcalde, Toni Pérez, del PP. “Hay una paridad entre el turismo nacional y el internacional, y dentro de este último, los británicos representan hasta un 70%”, detalla.

Como el resto de grandes destinos turísticos, Benidorm está sufriendo especialmente los estragos del coronavirus. Desde finales de febrero hasta el 30 de abril, cuando debía haber crecido el empleo estacional por la Semana Santa, la afiliación a la Seguridad Social cayó un 10%, de 27.209 a 24.436 inscritos. “Hay una absoluta incertidumbre y una grave crisis económica y social, se necesita un plan especial de protección al turismo que genera tres millones en empleos directos en España”, reclama Pérez. ¿Y cambiar el modelo? “Ya nos estamos transformando como destino turístico inteligente y sostenible. Las encuestas nos dicen que el mayor valor reputacional de Benidorm es la seguridad en general, por encima del sol y las playas. Pues ahora queremos que esa seguridad sea también sanitaria”, añade.

Benidorm está siendo muy prudente en la apertura de sus playas. Están acordonadas y no se puede ni pasear por los arenales. Solo una parte está abierta al deporte y a los nadadores federados en horario restringido. El motivo es que no puede garantizar la seguridad ni la distancia física. Decenas de miles de personas viven a menos de un kilómetro de las playas urbanas. Fácilmente se pueden reunir en la arena 10.000 personas. El Ayuntamiento quieren evitar el riesgo, controlar los aforos, los flujos y el movimiento de la gente con la tecnología para abrir con seguridad, tal vez el 21 de junio. “Y la reapertura de los hoteles debe ser paulatina y posiblemente con precios a la baja. Además, es muy importante que se desbloquee la movilidad entre provincias y que Europa tome decisiones también para poder volar”, indica Toni Mayor, presidente de la patronal hotelera de Benidorm y la Costa Blanca (Hosbec).

Se ven muchos carteles con la leyenda de ‘Se traspasa’ en los escaparates. No hay pinchos en el barrio de los vascos, no huele a las frituras de los Fish´n Chips. Las fotografías de la fachada de un local gay de encuentros parecen de otra vida. “Aquí vivimos casi todos directa o indirectamente del turismo, que es de rotación, más que de masas como se dice. Hay mucha oferta y debemos darla a conocer”, comenta Salva, que regenta una tienda de regalos, ahora cerrada.

Establecimientos cerrados en Benidorm.Mònica Torres

Todos parecen encontrar su sitio en Benidorm. Antes, era difícil atravesar la calle de Gerona cuando anochecía. La gente se agolpaba bebiendo en algunos de los múltiples locales de rótulos en inglés. Hoy, martes, 19 de mayo, está completamente vacía. “Esto normalmente estaría lleno de ingleses. Llegaba a cansar tanta gente, pero ahora sin gente no parece Benidorm”, comenta Juan Antonio, de León, que se estableció con su familia en Benidorm cuando se jubiló. “Aquí no ponemos la calefacción en todo el año. En León aún están con ella”, comenta en la cafetería de una avenida, de camino al barrio inglés, donde dos inspectores municipales de comercio vigilan que se cumplan las normas de seguridad en los establecimientos abiertos. Hablan en español o inglés, según se tercie. “Los empresarios lo están pasando muy mal y también hay que ayudarles para que puedan trabajar. La gente, por lo general, es muy respetuosa con las normas”, certifica Luis Amor, inspector municipal de comercio.

En otro de los pocos locales abiertos, dos amigas británicas Becky y Sarah están tomando unas cervezas. A la primera (partidaria del Brexit), el confinamiento le pilló de vacaciones en la ciudad y se quedó “encantada”; la segunda (contraria al Brexit) vive en Benidorm y trabaja en un karaoke. Ambas coinciden en que los turistas ingleses volverán a Benidorm muy pronto. “Las redes sociales están llenas de mensajes”, dicen mientras muestran sus móviles.

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