La hora del liderazgo político

Lo que por ahora no es tan evidente es que hayamos entendido la necesidad de dar respuestas estructurales

Establecimientos cerrados en Seattle.Ted S. Warren (AP)

Muchos observadores están viendo muy claro que el golpe asestado a sus economías por el coronavirus es ya significativamente peor que la carnicería provocada por la crisis financiera de 2008. Esta conmoción histórica representa nada menos que un episodio que marcará a una generación, y está poniendo a prueba no solo la capacidad de gestión de crisis de nuestro sistema político y nuestras instituciones, sino también la capacidad básica de recuperación de toda la sociedad.

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Muchos observadores están viendo muy claro que el golpe asestado a sus economías por el coronavirus es ya significativamente peor que la carnicería provocada por la crisis financiera de 2008. Esta conmoción histórica representa nada menos que un episodio que marcará a una generación, y está poniendo a prueba no solo la capacidad de gestión de crisis de nuestro sistema político y nuestras instituciones, sino también la capacidad básica de recuperación de toda la sociedad.

Lo que por ahora no es tan evidente, aunque tenga una importancia igualmente crucial para el bienestar de las generaciones presentes y futuras, es que hayamos entendido la necesidad de dar respuestas estructurales. Tenemos que formular políticas para que las amenazas a corto plazo no se conviertan en impedimentos a largo plazo para la prosperidad económica inclusiva, la sostenibilidad y la estabilidad financiera. Si falta este enfoque más amplio, como acabó ocurriendo en los dos anteriores periodos de crisis, el mundo avanzado se verá atrapado en un incómoda y cada vez más inestable normalidad 2.0.

En la última semana se han alcanzado hitos tan alarmantes, como la pérdida de 33 millones de empleos en EE UU en tan solo siete semanas, lo que equivale a más de una quinta parte de la población activa. La Comisión Europea prevé que el PIB se contraiga un 7,5% en 2020 y el Banco de Inglaterra, que el del Reino Unido descienda un 14%. Todo, acompañado por un angustioso dolor y sufrimiento humano: aumentan los hogares que se enfrentan no solo a una creciente incertidumbre, sino también a la inseguridad alimentaria (si no al hambre pura y dura), a la ansiedad y a la violencia doméstica.

Por desgracia, las cifras seguirán empeorando, lo cual desembocará en un hundimiento del PIB en el segundo trimestre que puede situarse en una horquilla histórica de entre el 20% y el 40% para la mayoría de los países avanzados. Dada su estructura económica, más flexible, es probable que en EE UU el desempleo pase de mínimos históricos a más del 20% en solo cuatro meses y que supere el 24,9% de la Gran Depresión. Las perspectivas para los países en desarrollo son aún más preocupantes, a pesar de que muchos de ellos todavía no han sufrido grandes brotes (lo que Bill Gates ha calificado de uno de los mayores rompecabezas sanitarios de siempre). Varias de estas naciones ya están en apuros.

Dadas las incertidumbres sanitarias, es difícil concretar cuánto va a durar la emergencia económica, incluido el riesgo cada vez mayor de que algunas de las alteraciones a corto plazo se incorporen a la estructura económica en forma de desempleo a largo plazo, quiebras y otras disfunciones sustanciales. Si no se adoptan las medidas políticas oportunas, la productividad no tardará en caer. Cabe prever que se produzca una era de desglobalización, dada la coincidencia de unas cadenas de suministro más locales con un aumento de las tensiones geopolíticas. Es probable que aumente la concentración industrial, así como que subsistan grandes empresas zombis que se mantendrán vivas a base de medidas excepcionales de bancos centrales y Gobiernos. Todo, en un contexto de mayor confusión por el enmarañamiento del sector público con el privado.

El consumo, un importante motor del crecimiento en los últimos años, podría encontrarse con el viento en contra del desempleo, el descenso de los salarios y la automatización. Más incierta es la cuestión de en qué medida esta crisis aumentará el ahorro doméstico como forma de previsión. Esta combinación de oferta y demanda menos dinámicas coincidirá con un mayor endeudamiento de Gobiernos, hogares y empresas.

Por fortuna, disponemos de instrumentos políticos para contrarrestar este posible freno al crecimiento. Se necesita un liderazgo político visionario que añada a las medidas de estímulo un importante componente de aumento de la productividad (que incluya la mejora de infraestructuras, el reciclaje de la mano de obra y unos colchones de seguridad mejorados a fin de combatir la inseguridad económica).

Con la respuesta a la crisis financiera mundial de 2008 y a la crisis europea de la deuda de 2012, ganamos la guerra contra la amenaza de depresión, pero no logramos instituir una paz duradera de crecimiento mayor y más inclusivo, respeto por nuestro planeta y verdadera estabilidad financiera. La consecuencia fue una nueva normalidad en la que el crecimiento económico mediocre no solo alimentó el triplete de la gran desigualdad (de ingresos, riqueza y oportunidades), sino también la polarización política.

Es crucial que aprendamos de este error evitable tomando medidas a tiempo para evitar que se repita. De lo contrario, si, llegado el momento, las medidas de alivio urgentes no van acompañadas de un giro hacia una política que fomente el crecimiento y la productividad, se corre el riesgo de entrar en una nueva normalidad de crecimiento aún más débil y menos inclusivo, aumento de las desigualdades, mayor inestabilidad política y mercados financieros alborotados.

Mohamed El-Erian es jefe de asesoría económica de Allianz

Traducción de News Clips

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