La reconstrucción debe soslayar los riesgos de caer en una rectificación

La política económica se enfrenta al escenario más complejo y difícil en muchas décadas

La calle Preciados de Madrid, el pasado abril.Jaime Villanueva

La magnitud excepcional de la contracción de la producción, del empleo y de las rentas que se avecina demanda una respuesta enérgica y contundente que minimice las pérdidas permanentes y que ponga en marcha la reconstrucción. El esfuerzo de gasto y estímulo necesarios desborda todo lo realizado por las últimas generaciones. Y las recetas de la economía para situaciones cíclicas normales o perturbaciones financieras extraordinarias, como la gran crisis anterior, no cuadran con el origen extraeconómico del golpe actual y el forzoso parón de la actividad y la demanda por causas sanitarias.
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La magnitud excepcional de la contracción de la producción, del empleo y de las rentas que se avecina demanda una respuesta enérgica y contundente que minimice las pérdidas permanentes y que ponga en marcha la reconstrucción. El esfuerzo de gasto y estímulo necesarios desborda todo lo realizado por las últimas generaciones. Y las recetas de la economía para situaciones cíclicas normales o perturbaciones financieras extraordinarias, como la gran crisis anterior, no cuadran con el origen extraeconómico del golpe actual y el forzoso parón de la actividad y la demanda por causas sanitarias.

Nos adentramos en un territorio no explorado en el que habrá que recurrir a grandes gastos de las Administraciones públicas que se hagan cargo de parte de los costes del parón, den soporte a la reanudación de las actividades, protejan el mantenimiento de las rentas y proporcionen cobertura a los sectores sociales más vulnerables. También habrá que diseñar mecanismos fiscales que palíen la caída de la recaudación y provean fondos para las nuevas necesidades. En todo caso, se incurrirá otra vez en voluminosos déficits públicos que darán lugar a nuevos aumentos del endeudamiento, ya situado en España en cotas muy elevadas por el legado de la crisis anterior y los limitados progresos realizados en la consolidación. Nos enfrentamos a un escenario mucho más complejo que los contemplados por el saber económico convencional.

Sin el apoyo exterior, estaríamos abocados a una nueva crisis de deuda

Los mensajes que apelan a la activación rápida de planes expansivos y a la búsqueda de fórmulas asequibles de financiación están sobradamente justificados. Pero no son suficientes. Pueden incluso ser distorsionadores. Tan importante como inyectar gasto en la economía, al hilo de la reapertura de la actividad, es la selección meticulosa del mismo. El enfoque no puede ser abrir el grifo o recurrir a manguerazos indiscriminados. Cada incremento del gasto y de la deuda debe ser proporcionado a la protección y los estímulos que genera. Por eso estamos ante un reto formidable para la articulación precisa de cada una de las políticas económicas y sociales que se pongan en marcha. Y lo mismo cabe decir del ajuste de los instrumentos presupuestarios de recaudación, de manera que palíen el impacto sobre el déficit sin introducir incentivos contraproducentes para la actividad y el empleo.

Ante las disyuntivas que se abren, no está de más recordar algunos de los traspiés que sufrimos en la crisis anterior, a pesar de su marcado carácter diferente. Al inicio de aquella crisis, las llamadas a una respuesta audaz con el gasto público condujeron a una posterior rectificación dolorosa que se exageró a lo largo del tiempo y tuvo graves consecuencias económicas, sociales e incluso políticas. Viene al caso tener presente ahora lo que entonces pasó para evitar caer en errores similares cuando la situación es mucho más delicada y peligrosa.

Hace 10 años, el 12 de mayo de 2010, se produjo, a instancias europeas, una drástica rectificación de la política económica española. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero anunció un giro copernicano en su comparecencia ante el Congreso para informar de la reunión extraordinaria del Eurogrupo en relación con el rescate de Grecia. En muy pocas palabras, se formuló el abandono de las políticas expansivas seguidas hasta entonces para paliar una crisis, que se preveía pasajera, y el lanzamiento de un plan de austeridad que con su posterior acentuación terminaría siendo el más duro conocido en democracia. Las medidas anunciadas tenían graves implicaciones inmediatas para muchos millones de personas (empleados públicos, pensionistas y asalariados), para los que de manera repentina se frustraron sensiblemente las expectativas de renta que habían albergado para su futuro.

Aquel giro no fue explicado ni comprendido y se implementó de una manera abrupta que ofreció mucho margen a los errores y a los excesos. Las cicatrices fueron profundas y duraderas. De hecho, fue el punto de inflexión que marcó el final de una etapa de Gobierno y abrió la puerta a una alternancia que habría de agrandar los recortes de la austeridad. Y también fue el germen de un profundo malestar social, por las desigualdades generadas, y de un divorcio creciente de la ciudadanía con las instituciones representativas. Unos hechos que marcaron profundamente la trayectoria económica y social de los últimos 10 años.

Para evitar que algo parecido vuelva a ocurrir será crucial que las nuevas políticas expansivas sean capaces de configurar una nueva senda de dinamismo sostenible, que no incurra en el riesgo de ser yugulada por la necesidad de tener que recurrir en el futuro a nuevos planes de austeridad y ajuste, ante la urgencia de conservar la solvencia y la estabilidad de un país que estará muy endeudado, como entonces nos ocurrió.

No es arriesgado afirmar que, en la articulación de la reacción, la política económica se enfrenta al escenario más complejo y difícil de muchas décadas. Lo que demanda, más que nunca, un esfuerzo de concertación que permita maximizar la movilización de energías y ganar la credibilidad que va a ser necesaria para conseguir el imprescindible respaldo europeo e internacional y mantener la confianza de los mercados.

Una parte importante del éxito de tan difícil cometido depende de las fórmulas que se arbitren a nivel europeo y mundial para manejar el generalizado aumento del gasto y del endeudamiento. España será especialmente sensible a la amplitud y eficacia de estos mecanismos. Sin el apoyo exterior, estaríamos abocados a una nueva crisis de deuda que pesaría como losa sobre las posibilidades de crecimiento y el mantenimiento del Estado del bienestar en los próximos 10 años. Una pieza fundamental de la respuesta española es contribuir a la articulación de propuestas realistas y viables en la UE, capaces de vencer resistencias y conseguir consensos. No es el momento para batallas maximalistas, sino para demostrar una capacidad innovadora de soluciones pragmáticas que despejen las inquietudes de los más reacios y ofrezcan las garantías de lealtad y responsabilidad requeridas.

Pero no cabe engañarse, el indispensable apoyo exterior no será suficiente. El acierto en el diseño de las políticas domésticas será la clave para encontrar el equilibrio entre el aumento del gasto y del endeudamiento con el mantenimiento de la confianza en la solvencia a largo plazo. Es un gran reto que requiere liderazgo y construcción de consensos sobre propuestas técnicamente sólidas y socialmente viables.

José Luis Malo de Molina fue jefe del servicio de estudios del Banco de España entre 1992 y 2015.

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