Debates de mayores
El populismo y el corporativismo deberían ser las únicas víctimas de la reconstrucción nacional
La crisis del coronavirus destruirá la carrera de muchos políticos y, quizás, construya la de unos pocos. Pronosticar quienes serán los unos y los otros, hoy por hoy, es imposible pese a los esfuerzos de partidarios y opositores por urdir relatos convincentes para sus respectivas causas. Hay dos razones para explicarlo. La primera es que seguimos ignorando demasiados aspectos sanitarios claves de la pandemia - la existencia y duracion de la inmunidad – o de sus impactos económicos. No solo no sabemos qué va a pasar, sino que ni siquiera sabemos qué cosas relevantes ignoramos. Día a día esa ign...
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La crisis del coronavirus destruirá la carrera de muchos políticos y, quizás, construya la de unos pocos. Pronosticar quienes serán los unos y los otros, hoy por hoy, es imposible pese a los esfuerzos de partidarios y opositores por urdir relatos convincentes para sus respectivas causas. Hay dos razones para explicarlo. La primera es que seguimos ignorando demasiados aspectos sanitarios claves de la pandemia - la existencia y duracion de la inmunidad – o de sus impactos económicos. No solo no sabemos qué va a pasar, sino que ni siquiera sabemos qué cosas relevantes ignoramos. Día a día esa ignorancia la reducimos gracias a la ciencia, pero estamos lejos de poder anunciar que el trabajo está acabado.
Nuestras sociedades no están preparadas para este vacío y reclaman certezas que siempre hay alguien dispuesto a proporcionar sin recordar lo que hace tres siglos Voltaire escribió: “la duda es incómoda, pero la certeza es ridícula”. Es lo que está pasando: la percepción de que la gestión de la crisis es un desbarajuste es resultado, más que de la incompetencia, de la incapacidad de expertos, modelos y datos de satisfacer la demanda de certeza de los ciudadanos. La pura realidad es que la enfermedad sigue existiendo y matando, y que todavía no sabemos cómo desembarazarnos de ella y vamos detrás de los acontecimientos. En este estado de cosas, como bien resumía un político mexicano, a lo que se puede aspirar es a que la gente se convenza de que estás haciendo “el 100% de lo que se puede”.
Por respeto a las víctimas de la pandemia – los muertos y sus familias, los enfermos, los que van a sufrir sus consecuencias económicas – sería mucho más provechoso que el debate – el actual y el que se avecina - se concentrara no sobre los éxitos y los reproches, sino sobre las decisiones que hay que tomar para seguir sintiéndonos una sociedad civilizada.
El coronavirus nos ha obligado a preguntarnos qué está bien y qué está mal, o qué debe uno hacer por los demás y qué debe esperar que los demás hagan por ti. No son preguntas nuevas. Llevamos haciéndolas al menos desde hace dos mil quinientos años, pero el hecho de que la epidemia nos haya súbitamente colocado en un estado de incertidumbre que no nos deja saber si en unas semanas estaremos muertos o vivos, o en unos meses seremos pobres o ricos – literalmente estamos detrás del velo de la ignorancia - les da una dimensión práctica impensable: sin tener en cuenta las preferencias morales de esta sociedad no será fácil liderar ni la salida de esta crisis, ni la reconstrucción del país.
Alguna indicación de por dónde vamos la tenemos en la rapidez con la que descartamos el dilema entre priorizar la salud frente a reducir el coste económico del confinamiento. También en el amplio apoyo a la idea de sostener las rentas de los más afectados y vulnerables, o apoyar a los autónomos y pymes. O en la disciplina con la que la mayoría de la sociedad está soportando la Gran Reclusión. Parece claro que la gran mayoría creemos que nuestro bienestar no es independiente del de la comunidad.
Esta visión tiene una difícil cabida en los márgenes del debate izquierda vs. derecha, o mercado vs. Gobierno. Confinar a los ciudadanos a ese manido marco sería un error de fondo y de forma.
De fondo, porque esas preferencias pueden acomodarse en ambas ideologías como prueba la convergecia de las estrategias en todo el mundo. Por lo que respecta al Estado y al mercado, porque hacen falta los dos. Ni el utilitarismo, ni el neoliberalismo, ni el estatismo nos sacan de esta. Dejémosnos de melancolías y recordemos que los mejores resultados economicoss y políticos de la historia de España los hemos conseguido cuando acordamos que el país había que reconstruirlo con la ayuda de la economía de mercado hasta donde fuera posible, y con el concurso del Estado cuando fuese necesario. Y ambos lo son para generar empleo masivamente, apoyados en la confianza, la seguridad jurídica, el crecimiento y la inversión interna y externa. El populismo y el corporativismo deberían ser las únicas víctimas de la reconstrucción nacional. El futuro tiene que ser una conversación de mayores.
Y sería un error de forma, porque el posible paso a los libros de historia no lo determinará el marketing, sino la seriedad, la competencia y la empatía de los líderes. También la suerte, pero eso ya es harina de otro costal.
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