La falsa épica de luchar contra Goliat

La UE es tratada por sus críticos como si se tratase del demonio sobre el Monte Pelado, aterrorizando todo a sus pies: hay que darle muerte a toda costa. Tal vez, y solo tal vez, se trate de una visión exagerada

Una bandera de la Unión Europea es agitada durante una manifestación en Múnich. / SINA SCHULDT (AFP)

En lo que a imperios y grandes formaciones políticas se refiere, se suele jugar con los conceptos de ‘auge’ y ‘caída’, ‘esplendor’ y ‘decadencia’, los cuales, por algún motivo, parecen hipnotizar a la audiencia personificando en una entidad política cualidades humanas. Es lógico pensar que los detractores de la integración comunitaria recurran en ciertos momentos a un discurso similar, como de hecho ya ha ocurrido en alguna ocasión: al fin y al cabo, desde los extremos del espectro político se dibuja a la Unión Europea como un gigante burocrático que oprime a los pueblos de Europa, que extrae ...

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En lo que a imperios y grandes formaciones políticas se refiere, se suele jugar con los conceptos de ‘auge’ y ‘caída’, ‘esplendor’ y ‘decadencia’, los cuales, por algún motivo, parecen hipnotizar a la audiencia personificando en una entidad política cualidades humanas. Es lógico pensar que los detractores de la integración comunitaria recurran en ciertos momentos a un discurso similar, como de hecho ya ha ocurrido en alguna ocasión: al fin y al cabo, desde los extremos del espectro político se dibuja a la Unión Europea como un gigante burocrático que oprime a los pueblos de Europa, que extrae sus correspondientes impuestos y los digiere en ese entramado nada democrático que la constituye. Intentemos por un momento comprender ese punto de vista; obviemos la insalvable distancia que existe en cuanto a la legitimidad democrática de uno y otro caso (tal y como ellos mismos hacen) y usemos su propio lenguaje, veamos cuál es la folclórica historia de terror que resulta.

¿Se encuentra la Unión Europea en su momento de esplendor? Prensa, público, partidos, academia… El mundo entero parece responder con un taxativo “no”. El acoso del Brexit, de la extrema derecha, del Grupo de Visegrado, de Trump, de Rusia… Todo parece en contra. Como en los últimos días de Roma, el liderazgo se cuestiona desde dentro, las provincias rebeldes cuajan a lo largo y ancho del territorio, los imperios rivales se frotan las manos, las enormes dimensiones alcanzadas hacen necesario llevar dos riendas (o dos marchas) distintas… El que tiene algo que perder está intentando salvar los muebles como puede, mientras el resto agitan las antorchas convencidos de que se puede hacer leña del árbol caído. Entonces, si no está en su época dorada (otra interesante cuestión sería preguntarse cuándo lo ha estado) podremos concluir que la Unión Europea está en declive y el derrumbe del edificio ‘imperial’ es inminente: más vale desalojar la zona y dinamitar desde los cimientos, antes de que alguien resulte herido.

Los euroescépticos nos han convencido y el relato del gran imperio en caída libre aún no ha concluido. ¿Qué personajes faltan por aparecer? Falta esa maquinaria burocrática, oxidada e inmóvil que desplaza sus lentos brazos allá dónde es contestada, hasta que no puede seguir el ritmo de las protestas. Faltan la corrupción generalizada y la incompetencia política y administrativa, las redes personalistas y la compra-venta de favores. Faltan los complots y las intrigas palaciegas entre bambalinas y frente al Palacio de Invierno. Ninguno de estos actores está presente para dar la estocada final al gigante y cerrar el relato. Todo esto falta porque no ha llegado aún: sencillamente, no está teniendo lugar.

Esa ‘eurocracia’ y ese ‘senado romano’ arcaico y esclerótico que se supone que tenemos por parlamento europeo, en realidad lleva la delantera a muchos países a la hora de legislar en cuestiones como las medioambientales; también han digitalizado prácticas administrativas con más celeridad que muchos Estados miembros (aunque sea por la fuerza de las circunstancias). No existe tampoco ninguna revolución pidiendo la cabeza de los zares, ni ninguna intriga de senadores contra el César; las voces críticas, que siempre van a existir, ni tan siquiera enseñan los puñales en señal de amenaza.

Muy pocos partidarios existen, en realidad, de la ruptura total: aunque desde fuera las cosas cambien, dentro de la Unión pocos pretenden desgarrarse las vestiduras y pelear por los restos. Y quienes así lo quieren no encuentran con facilidad aliados para su causa: por algo los partidos euroescépticos se reparten entre tres grupos parlamentarios, siempre y cuando encuentren acomodo en alguno de ellos.

La UE no es la causa de todos los problemas por más que Le Pen así lo pretenda, y varios de sus electores lo saben

Incluso el Brutus de este relato (una eventual Marine Le Pen presidiendo el país galo, que hasta ahora era pilar esencial del proyecto comunitario) tendría que descubrir con amargura que buena parte de su electorado y del descontento presente en las calles galas no equivale a un apoyo incondicional de todas sus propuestas: ni la globalización termina dónde acaba la UE ni el proteccionismo empieza en las fronteras francesas. La Unión Europea no es la causa de todos los problemas por más que Le Pen así lo pretenda, y varios de sus electores lo saben. En realidad, la paradoja está en que muchos de los partidarios del único caso de verdadera desconexión (Reino Unido) son los que se han movido por la añoranza de un verdadero pasado imperial a costa de otros pueblos.

¿Dónde está entonces el proyecto europeo? Por lo que parece, en ninguno de los dos extremos, sino más bien transitando a medio camino. Probablemente algo desorientado y sin rumbo claro, puede incluso que algo malherido; pero definitivamente no moribundo. Lo que tiene ante sí, alarmismos aparte, no es más que uno de tantos senderos que ya lleva recorridos, solo que algo más pedregoso.

* Daniel Jiménez López es analista político de la Fundación Alternativas

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