El 'síndrome de Libia' condiciona la negativa rusa a sancionar a Siria

Moscú se siente traicionado después de no vetar los ataques contra Gadafi

¿Por qué el Kremlin apoya con tanto tesón al régimen del presidente sirio, Bachar el Asad, pese a sus menguantes posibilidades de supervivencia política? Fiodor Lukiánov, director de la revista Rusia en la política global, cree que la respuesta es compleja y va más allá de las tres hipótesis más inmediatas. En un comentario difundido por Gazeta.ru, Lukianov opina que Rusia se rige en parte por consideraciones mercantiles y su codicia por seguir vendiendo armas a Damasco le impide calcular sus movimientos por adelantado y trabar relaciones con los potenciales dirigentes sirios del futuro...

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¿Por qué el Kremlin apoya con tanto tesón al régimen del presidente sirio, Bachar el Asad, pese a sus menguantes posibilidades de supervivencia política? Fiodor Lukiánov, director de la revista Rusia en la política global, cree que la respuesta es compleja y va más allá de las tres hipótesis más inmediatas. En un comentario difundido por Gazeta.ru, Lukianov opina que Rusia se rige en parte por consideraciones mercantiles y su codicia por seguir vendiendo armas a Damasco le impide calcular sus movimientos por adelantado y trabar relaciones con los potenciales dirigentes sirios del futuro. En segundo lugar, las autoridades rusas simpatizan con los regímenes autoritarios y "rechazan instintivamente" cualquier manifestación revolucionaria. Por último, el Kremlin quiere crear problemas a Occidente, especialmente a EE UU.

Rusia ha sufrido graves pérdidas al perdonar la deuda a Libia y Siria

Según el analista, la motivación rusa contiene elementos de estas tres hipótesis, pero, en su conjunto, es mucho más complicada. Rusia sufre todavía el síndrome de Libia y se siente estafada. En aquel caso, el desarrollo de los acontecimientos que acabaron con el régimen de Gadafi fue posible por la inesperada decisión de Moscú de no vetar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que permitía la intervención militar extranjera. Cualquiera que fueran las razones de aquella inusual posición, Rusia tuvo un importante papel en la victoria de los insurgentes, señala Lukiánov. No obstante, las autoridades de transición libias declararon que los contratos firmados por el régimen de Gadafi con Rusia y China serían seguramente cancelados, ya que esos países no "habían participado activamente en la lucha contra la tiranía".

Ahora, en Siria, la situación se repite e, incluso "si Rusia cambia de bando, lo más probable es que las nuevas autoridades la perciban como un cómplice del dictador". Por otra parte, las concesiones moscovitas a la Liga Árabe seguramente no aportarán nada a la política de Moscú en el mundo árabe, señala el analista, que considera el abandono de Oriente Próximo por parte de Rusia como una tendencia "difícilmente reversible". Rusia se beneficia aún de relaciones en el mundo árabe heredadas de la URSS, pero estas relaciones, explica Lukiánov, se debilitan a medida que se produce el relevo de las generaciones de dirigentes árabes vinculados a la desaparecida Unión Soviética. No existe una base para confiar en el desarrollo de "relaciones firmes y estables" con los nuevos Gobiernos, que no incluyen a Rusia en su sistema de prioridades aún nebuloso. Lukiánov califica como "feo desde el punto de vista moral" el anhelo de la industria militar rusa de "utilizar la situación" y "obtener dividendos" de un régimen presionado y en guerra civil, que ha causado miles de muertos. Sin embargo, la pretensión es "totalmente racional", tanto más cuando Moscú no está solo en el suministro de armas a las partes en conflicto y "los pacíficos manifestantes" tienen con qué responder al "régimen dictatorial".

Moscú ha sufrido pérdidas económicas de 15.000 millones de dólares, al perdonar las deudas acumuladas tanto por Libia como por Siria (10.000 millones de dólares en el caso sirio), a cambio de futuras compras de armas, según afirmaba el pasado otoño Vladímir Milov, que fue viceministro de Energía de Rusia. Según Milov, los ceses de varios altos responsables de la política de Moscú en Oriente Próximo muestran el fracaso de la escuela diplomática rusa en aquel ámbito.

"Se puede comprender por qué Rusia se niega con tanta testarudez a entregar al líder sirio, al que han dado la espalda todos los países árabes. En caso de que [Bachar el] Asad sea derrocado, además del perjuicio para la imagen del país, la armada rusa perderá una de las últimas bases heredadas de la URSS que le quedan en el extranjero, en la ciudad siria de Tartus". Esta base, la única de la armada rusa en el Mediterráneo, está siendo modernizada para acoger portaaviones y fue entregada a Moscú en virtud del acuerdo bilateral firmado por la Unión Soviética y Siria en 1971.

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Rusia se ha negado a justificarse o dar explicaciones sobre sus ventas de armas a Siria, ya que estas no violan ningún embargo internacional, según declaró recientemente el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov.

El primer ministro ruso, Vladímir Putin (izquierda), y el presidente Dmitri Medvédev, ayer en Moscú.VLADIMIR RODIONOV (AP)

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