Columna

Hola, Jordi Dauder

Habría que remontarse a los cosmopolitas centroeuropeos de los años treinta, políglotas que con el yugo nazi escaparon de sus fronteras, los primeros europeos modernos, para hablar con perspectiva de Jordi Dauder, declarado internacionalista a fuer de prolongar la tradición de aquellos hombres y mujeres. Políglota lo fue: español, francés, portugués, catalán, italiano... Y de su cariz internacionalista, del que los obituarios han dado noticia refiriéndose a su exilio franquista en París y a su militancia en organizaciones trotskistas que proclamaban la revolución mundial, puedo dar fe de actua...

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Habría que remontarse a los cosmopolitas centroeuropeos de los años treinta, políglotas que con el yugo nazi escaparon de sus fronteras, los primeros europeos modernos, para hablar con perspectiva de Jordi Dauder, declarado internacionalista a fuer de prolongar la tradición de aquellos hombres y mujeres. Políglota lo fue: español, francés, portugués, catalán, italiano... Y de su cariz internacionalista, del que los obituarios han dado noticia refiriéndose a su exilio franquista en París y a su militancia en organizaciones trotskistas que proclamaban la revolución mundial, puedo dar fe de actualidad con los correos electrónicos que, desde el mismo día de su muerte, este 16 de septiembre, me llegan desde diferentes lugares de Latinoamérica que, a su vez, provienen de Francia, de Italia, de Portugal.

Sirva para recordar que lo que sucede se veía venir y que vale la pena estar al quite para reconocer los signos de las revueltas

Me los rebota una de sus camaradas de los setenta, hoy en Buenos Aires, Alicia Fajardo, a quien conocí como corresponsal en Roma del primer Avui, otra de aquellas cosmopolitas políglotas con las que, como con Dauder, da gusto hablar y reír. Siempre es posible reír con la generación de los claveles, que no dudó en 1974 en irse corriendo a Lisboa para ver por sí mismos aquella revolución pacífica que terminó con la dictadura de Salazar. Reírnos de estos tiempos para no consumirse, claro, que el primer mandato ciudadano es no decaer. Y recordar que este turbio asunto se veía venir y que vale la pena estar al quite para reconocer los signos de las nuevas revueltas, escondidos a menudo por los medios tradicionales y, a la vez, revelados gracias precisamente a los medios de comunicación derivados de Internet.

Así es como, día sí y día también, digo: hola, Jordi Dauder, aquí estás. Mañana se estrena uno de sus últimos trabajos en cine, Catalunya über alles, del joven Ramon Térmens, premio Ciudad de San Sebastián Film Comission, galardón reservado al mejor filme de asunto social y que mejor refleje los valores paisajísticos y culturales del lugar donde se ha rodado, una película que llega a las pantallas tras mover polémica en los festivales de Málaga y de Montreal, donde también ha sido distinguida.

Por estrenar queda El monje, del francés de origen alemán Dominik Moll, presentada asimismo en el festival de San Sebastián de este año, un trhiller místico que en su tiempo quiso y no logró realizar Buñuel. Uno de sus últimos trabajos en cine ha sido en Lope, del franco-brasilero Andrucha Waddington. Directores jóvenes, a los que daba su apoyo sin fisuras. Le recuerdo en el tren Euromed, hacia Valencia yo, hacia Castellón él, donde participaba en una de las primeras películas del entonces desconocido Marc Recha, L'arbre de les cireres (1998). Contaba, admirado y sorprendido, cómo aquel muchacho no decía ni mu en el rodaje, ni antes. Y era así, sin saber, inexistente como era el guión, que viajaba Dauder, aprovechando una pausa del intenso rodaje de la serie que protagonizaba en TV-3, feliz de ir sin pautas.

Le conocí en los años inmediatos a la muerte de Franco, en la librería Leviatán de la calle de Santa Anna. Un trotsko simpático, cercano, guapo, elegante. Una rareza en aquellos días, vaya. Una voz maravillosa, un reír contagioso. Lo recordaban, este lunes, las gentes que por él hablaron en el Teatre Lliure, en Montjuïc. Y qué mirada, señores, señoras. Tienen toda la razón Enric Majó, Carme Sansa, Vicky Peña, Joan M. Gual. Qué cabal entendimiento de las cosas. Una vez me propuso hacerme cargo de la redacción de El Viejo Topo, pero salía yo de una mala experiencia con una revista de arte y le dije que ni hablar. No hizo falta decir más. Me limité a hacerle pensar en otro trotsko simpático, preparado y decente que conocíamos bien los dos, y seguimos hablando y riendo. No había sido yo trotska, ni de lejos, pero eso no le había retenido para proponerme el trabajo. Pensé de nuevo en ello este lunes, pues ya me dirán ustedes quién puede reunir en un acto de recuerdo, 10 días después de su muerte, a gentes tan dispares, en lo humano y en lo político, como Lluís Llach y Pere Portabella... y hacerlos brindar a los acordes del Himno de Riego. Hola, sí, Jordi Dauder.

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Mercè Ibarz es escritora.

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