Columna

Las viñetas de EL PAÍS

A riesgo de que me tachen de frívolo, confieso que empiezo la jornada poniendo EL PAÍS en la pantalla del ordenador y bajando hasta las viñetas, que saboreo una tras otra. Cada dibujante tiene su estilo, y también su humor, que encierra una filosofía personal. Valoro en ellos no solo la ocurrencia de cada día sino también el universo particular que cada uno de ellos crea, con sus personajes característicos.

Forges dibuja a unos hombres que a menudo farfullan sus sentencias embarullados por la bebida. Les hace de contrapunto una mujer, generalmente tumbada en un sofá o diván, con las pie...

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A riesgo de que me tachen de frívolo, confieso que empiezo la jornada poniendo EL PAÍS en la pantalla del ordenador y bajando hasta las viñetas, que saboreo una tras otra. Cada dibujante tiene su estilo, y también su humor, que encierra una filosofía personal. Valoro en ellos no solo la ocurrencia de cada día sino también el universo particular que cada uno de ellos crea, con sus personajes característicos.

Forges dibuja a unos hombres que a menudo farfullan sus sentencias embarullados por la bebida. Les hace de contrapunto una mujer, generalmente tumbada en un sofá o diván, con las piernas medio dobladas y un libro en la mano. No se distingue qué lee, pero seguro que es muy leída, porque no hace otra cosa. Sus palabras son la réplica del sentido común a un despropósito del varón. A veces los personajes de Forges sueltan tacos, pero por mucho que la situación parezca justificarlos, el dibujante los tacha púdicamente. Me intrigan unos monigotes con mitra y cuernos: no sé si son obispos diabólicos o demonios meapilas. Figurantes entrañables son aquel par de lagarteranas, o los dos jóvenes paletos, vox pópuli que comenta lo que ocurre. Son como el coro de la tragedia griega. No se pierdan el fondo, con la silueta de los grandes edificios y torres de Madrid, y tampoco el rinconcito con el recordatorio "pero no te olvides de Haití", sustituido por unos días por la hambruna de Somalia.

Solo después de haberme alegrado el día con las viñetas me siento con ánimos para repasar los titulares

De Peridis admiro la agilidad de trazo, que me recuerda los dibujos de Picasso. Nunca necesita poner el nombre del personaje en cuestión (como tienen que hacer los malos dibujantes), porque con unas pocas y simplicísimas líneas nos lo retrata de modo inconfundible. Pero es que, además de identificar al personaje, con sus caricaturas crea presentaciones características. Tiempo atrás presentaba al duro Fraga en forma de monolito, como uno de los que fabricaba Obélix. Los etarras, encapuchados. Ahora lleva un tiempo dibujando a Zapatero hundido en el mar, mientras Rajoy lo contempla tumbado, con su puro, que no le falta sino cantar "fumando espero, al hombre que más quiero (sustituir)". Peridis es siempre amable, no se ensaña con nadie, ni siquiera cuando toca temas dramáticos, como el terrorismo.

Quien lo hace, y cruelmente, es El Roto. Hace años que le sigo, desde que firmaba con otros seudónimos, como el de Ops, en revistas como Hermano Lobo. Recuerdo una estupenda exposición suya antológica, hace años, en el centro cultural madrileño de la calle de los Mártires de Alcalá. Es evidente que les tiene ganas a los capitalistas y banqueros, pero a través de su imaginería de trazo grueso se hace eco del sufrimiento de los más miserables. Adopta una especie de distanciamiento brechtiano por medio de un lenguaje en pasado, como si desde el año 5000 se escribiera la crónica de lo que ocurría en el planeta Tierra en el siglo XXI. ¿Quiere así sugerir que algún día ya no sucederán aquellos abusos que hoy nos horrorizan?

Ehrlich es muy variado, pero hay en su viñeta unos tipos que nos visitan con frecuencia. A menudo vemos a dos señores, en la barra de un bar, sin americana, con el cuello de la camisa desabrochado y la corbata aflojada, y sus buenas copas medio vaciadas. Sus "escenas de matrimonio", con la señora generalmente en déshabillé y rulos en el pelo, son dignas de Bergman. De vez en cuando aparece un personaje siniestro: la Muerte, con su guadaña. No es que el dibujante desee que actúe, sino que nos previene de cómo nosotros, con nuestros comportamientos, la estamos llamando.

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Finalmente tenemos a Ramón, el gran cruzado de la ecología. Generalmente no se contenta con un dibujo, sino que nos ofrece una tira. No es mi tema favorito, pero la simpatía de los animalitos creados por Ramón es seductora.

He aquí a los cinco magníficos de EL PAÍS. Si un día encuentro que falta alguno (ocurre especialmente durante las vacaciones), me pongo de malhumor, pero se me pasa rápido viendo a los que no faltan. Solo después de haberme alegrado el día con las cinco viñetas (o las que haya) me siento con ánimos para volver al inicio, repasar los titulares del día (a los que solo había dado un vistazo de reojo al principio) y poner en pantalla las noticias más importantes.

Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.

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