Crítica:FLAMENCO | ZONA CERO

Del tutú a la guajira

Afianzada en una olímpica demostración de arrojo y talento, Sara Calero propone la consciente y profunda revisión del género, ese recital unipersonal donde se demuestra llena de buenas ideas y soluciones escénicas teatrales y eficaces. En toda la velada aparece primorosamente vestida e iluminada, un arropo responsable.

Una larga introducción pone las cartas sobre la mesa (literalmente), ese serio esfuerzo modernizador del escenario y sus contenidos. La bailarina, descalza y en mallas negras manifiesta su plasticidad formativa, su buena academia y su interés por el rescate del fra...

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Afianzada en una olímpica demostración de arrojo y talento, Sara Calero propone la consciente y profunda revisión del género, ese recital unipersonal donde se demuestra llena de buenas ideas y soluciones escénicas teatrales y eficaces. En toda la velada aparece primorosamente vestida e iluminada, un arropo responsable.

Una larga introducción pone las cartas sobre la mesa (literalmente), ese serio esfuerzo modernizador del escenario y sus contenidos. La bailarina, descalza y en mallas negras manifiesta su plasticidad formativa, su buena academia y su interés por el rescate del fraseo modulado, preciosista. A un trío de saxo, violonchelo y guitarra se une la voz extraordinaria y peculiar de Gema Caballero. Hay en esa garganta algo arcaico que viene de lo mejor de las tradiciones melódicas del cante.

ZONA CERO

Coreografía y baile: Sara Calero; dirección musical y cante: Gema Caballero; escenografía: Fernando Calero; luces: Tito Osuna; vestuario: Carmen Granell.

Teatro Pradillo. Hasta el 27.

La línea de Calero es aguda y refinada, atinando en las poses a la antigua, muy de estampa y del terreno de sus búsquedas. Hay también ironía sutil cuando aparece el desconcertante tutú académico que podía valer, por ejemplo, para el pas de deux de Don Quijote; la artista riza el rizo, de hecho cita expresamente alguna frase clásica, y se entiende que va, sin miedos, al encuentro de su lenguaje creativo y de su propia poesía. Se la ve depurada e inspirada en el pasado fundacional moderno, hacia esa estética. Es sensual y armónica; siendo menuda, se crece.

Y todo está esmeradamente medido y diseñado, una hora de buen baile teatral con un resultado que mira por lo justificado en la forma y en el fondo. Vuelvo sobre la obviedad de la amplificación de los instrumentos. En Pradillo no hace falta y restó brillantez a la demostrada calidad de los músicos.

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