Columna

Prohibido llorar

Con una mano acuno a mi bebé para que no monte el pollo en el tren y con la otra sujeto el periódico que estoy leyendo. Me detengo en un artículo que me deja patidifusa. Una compañía aérea asiática, Malaysia Airlines, va a prohibir a los bebés menores de dos años viajar en primera clase para que no molesten con sus llantos a los demás clientes. Miro alrededor, miro a mi bebé y le acuno más fuerte, no sea. Y sigo leyendo.

El director general de esta compañía argumenta que han recibido muchas reclamaciones de sus clientes. Los pobres han pagado un extra para poder tener todas las comodida...

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Con una mano acuno a mi bebé para que no monte el pollo en el tren y con la otra sujeto el periódico que estoy leyendo. Me detengo en un artículo que me deja patidifusa. Una compañía aérea asiática, Malaysia Airlines, va a prohibir a los bebés menores de dos años viajar en primera clase para que no molesten con sus llantos a los demás clientes. Miro alrededor, miro a mi bebé y le acuno más fuerte, no sea. Y sigo leyendo.

El director general de esta compañía argumenta que han recibido muchas reclamaciones de sus clientes. Los pobres han pagado un extra para poder tener todas las comodidades y el llanto de los bebés no les deja conciliar el sueño. Después del impacto inicial, pienso un momento y llego a la conclusión de que, en realidad, esta prohibición es una medida buenísima. ¿Prohibidos los bebés de menos de dos años? Sí, claro. Todo el mundo sabe que los bebés dejan de llorar mágicamente a partir de su segundo cumpleaños y se convierten en unos compañeros de viaje ejemplares y silenciosos. Algo me dice que ese número tiene que ver con el hecho de que hasta los dos años el niño solo paga el 10% del billete, pero en fin.

No me sorprende que algunos clientes se molesten por el ruido. Es perfectamente normal. Lo que me sorprende es que el malestar sea tal que les lleve hasta el mostrador de reclamaciones ya en frío, después de haberse bajado del avión. Me pregunto si esos clientes pasaron vergüenza al reclamar sobre el llanto de un bebé. A mí sí me daría vergüenza. Mucha. Hay cabreos que tienen sentido y cabreos que uno sabe que no lo tienen. Está feo enfadarse por eso. Pero ellos estaban tan cabreados que la vergüenza no les detuvo. Acaso ellos no gastan lagrimales. O no gastan hijos.

Todos sabemos que los bebés no son la mejor compañía para viajar. Son un coñazo mayúsculo. Y de los padres permisivos mejor no hablar: esa mujer que le ríe las gracias a su hijo diabólico. Yo lo he visto. Pero el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. Tampoco es plato de gusto compartir viaje con un grupo de adolescentes sobrehormonados que van de excursión, o con un fumador obeso que ronca como una manada de rinocerontes en celo, o con unas marujas gritonas, con unos guiris que se descalzan pensando que están en su casa, una despedida de soltera de las de diadema con pene, o con una parejita que está viendo un concierto de Foo Fighters en su ordenador sin auriculares, o junto a alguien que no se ha metido en la ducha en tres meses. Viajar es una lotería, también en primera clase, y casi siempre te toca algún premio. Hasta que no inventen los compartimentos individuales insonorizados esto es lo que hay. Entretanto, yo sigo acunando a mi bebé bien fuerte, no sea...

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