Columna

Bufanda en junio

Sorprendente. Todavía circulan por la calle muchos especímenes del sexo masculino que confunden las normas más elementales de la seducción. Van por las calles alegremente, malgastando su saliva en piropos horribles que no conducen a ningún sitio más que a la pérdida de dignidad. La de todos. Con la llegada del calorcito, las mujeres dejamos ver más piel y, qué pena, estos especímenes se reproducen como champiñones. Uno en cada esquina.

Su comportamiento es siempre parecido. En el mejor de los casos, cuando ven pasar a una mujer que les gusta consiguen articular cuatro o cinco palabras. ...

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Sorprendente. Todavía circulan por la calle muchos especímenes del sexo masculino que confunden las normas más elementales de la seducción. Van por las calles alegremente, malgastando su saliva en piropos horribles que no conducen a ningún sitio más que a la pérdida de dignidad. La de todos. Con la llegada del calorcito, las mujeres dejamos ver más piel y, qué pena, estos especímenes se reproducen como champiñones. Uno en cada esquina.

Su comportamiento es siempre parecido. En el mejor de los casos, cuando ven pasar a una mujer que les gusta consiguen articular cuatro o cinco palabras. Con suerte, el espécimen masculino guardará las distancias y las palabras que emitirá tendrán algún sentido. Puede que hasta conserven una estructura gramatical completa, con su sujeto, su verbo y su predicado. Incluso oraciones subordinadas: "Me gustaría ser baldosa para verte la mariposa". Pero en el peor de los casos, el espécimen no guardará las distancias y emitirá cerca de la oreja de la mujer algo parecido a un gruñido susurrado ininteligible muy nauseabundo. Sí, esto pasa más a menudo de lo que nos gustaría a todas.

Es increíble que esto siga existiendo. Quiero decir, ¿alguna vez ese gruñido habrá tenido un final feliz? ¿Les habrá llevado a la cama con la chica? Ella, conmovida e impresionada por el gruñido, se seca las babas de la oreja, abre el bolso, apunta en un papel su número de teléfono y se lo entrega al chico mientras se relame el labio superior y se frota el pecho. Esto no ha pasado en la vida. Nunca. La reacción instintiva de la mujer es dar un bote y salir corriendo. Como mucho, gritar un insulto en la huida. No se entiende por qué siguen haciéndolo, es evidente que sus posibilidades de éxito son exactamente cero. A veces pienso que, sencillamente, no pueden evitarlo. Ni siquiera quieren conquistar a la chica. Sólo son víctimas de un impulso animal, muy animal, que en algún punto extraño conecta con el acto de sacarse mocos en los semáforos. Simplemente, inevitable.

Los piropos hay que saber decirlos. Es como cantar. El que no sabe cantar no debería hacerlo, al menos no en público. Si usted no sabe decir piropos, por amor de Dios, ahórreselo. Ahórrenoslo. En esto no vale cualquier cosa. No olvide, además, que en Euskadi somos muy nuestras. Todo lo obvio nos espanta. El piropo tiene que ser un piropo encubierto y la chica siempre tiene que quedarse con la duda: "¿Son cosas mías o a ese chico le he gustado?". Sólo en ese punto intermedio de incertidumbre puede germinar una semilla que conduzca a algún sitio. Olvídense de gruñidos, de alusiones a tetas y culos y de gesticulaciones de primaria. Por caridad. No nos obliguen a llevar bufanda en junio.

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