Análisis:

Impronta

Dicen que la forma de memoria más extendida en nuestro tiempo es la memoria fotográfica. Muchos la consideran un concepto inventado, pero los anglosajones le han dado el nombre de eidetic, que proviene del griego eidos, traducido vulgarmente como ver. Hay sectas que hasta conceden una importancia vital a esa primera impronta de los sentidos en el nacimiento de un niño, y cualquiera de nosotros con un cierto sentido de la prudencia pedirá a los médicos que apaguen el hilo musical del paritorio en previsión de los daños irreparables que puedan causarle al bebé los efectos de la radiofórmu...

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Dicen que la forma de memoria más extendida en nuestro tiempo es la memoria fotográfica. Muchos la consideran un concepto inventado, pero los anglosajones le han dado el nombre de eidetic, que proviene del griego eidos, traducido vulgarmente como ver. Hay sectas que hasta conceden una importancia vital a esa primera impronta de los sentidos en el nacimiento de un niño, y cualquiera de nosotros con un cierto sentido de la prudencia pedirá a los médicos que apaguen el hilo musical del paritorio en previsión de los daños irreparables que puedan causarle al bebé los efectos de la radiofórmula sobre oídos vírgenes.

Los niños especialmente poseen una virtud de esponjas, que los capacita para recordar impresiones visuales muy breves. La televisión termina por comportarse como una ráfaga de influencias variables para ellos, donde seguramente la acumulación, la brevedad y la alternancia consolidan su forma de ser y, de alguna manera, la forma de ser de la civilización actual.

Por eso llama la atención que los terapeutas o los académicos de la lengua, siempre tan fastidiosos contra la "k" y la "q", no pongan el grito en el cielo al ver la cantidad de errores ortográficos que se escriben en las pantallas de los televisores. La proliferación de los mensajes escritos significó un negocio delirante para los canales. Por un euro y 42 céntimos puedes votar si Zapatero es el peor presidente de la historia de humanidad durante una tertulia en la TDT, y también opinar sobre algún famoso mientras le declaras tu amor a una parienta. Cosas que uno antes hacía gratis, pero con menos altavoz.

El problema es que la impronta de esos errores ortográficos es mucho más grave que los contenidos del mensaje y hasta del programa en sí, precisamente por nuestra memoria gráfica. La duda está en saber si sería un atentado contra la libertad de expresión corregir la ortografía de los mensajes ajenos. Entran en colisión dos derechos: el de cometer las faltas que te venga en gana y el de su exposición pública en concesiones del Estado. Tal y como funcionan nuestros tribunales superiores supongo que habría una partición radical entre conservadores y progresistas y todo quedaría en manos de las presiones de los partidos. Uf, mejor dejarlo.

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