Atentado en Marruecos

El salafismo enturbia la transición

Los islamistas aprovechan la mayor tolerancia del Estado marroquí para ganar peso - La dimensión social del integrismo es patente en los barrios humildes

Instalada en un garaje remozado frente a la mezquita Bukar, la librería salafista de la avenida Yakub el Mansur de Marraquech se presenta al visitante como un potente símbolo del papel del islamismo radical en Marruecos. Invisible desde la calle, con un portal propio de un taller mecánico, la tienda ofrece al final de una larga rampa descendiente paredes repletas de libros religiosos expuestos con extraordinario orden. En el vientre de Marruecos, bajo la superficie, un meticuloso fundamentalismo religioso se esfuerza en moldear almas conforme a sus creencias radicales. Se trata de un actor cla...

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Instalada en un garaje remozado frente a la mezquita Bukar, la librería salafista de la avenida Yakub el Mansur de Marraquech se presenta al visitante como un potente símbolo del papel del islamismo radical en Marruecos. Invisible desde la calle, con un portal propio de un taller mecánico, la tienda ofrece al final de una larga rampa descendiente paredes repletas de libros religiosos expuestos con extraordinario orden. En el vientre de Marruecos, bajo la superficie, un meticuloso fundamentalismo religioso se esfuerza en moldear almas conforme a sus creencias radicales. Se trata de un actor clave en la transición del país.

El atentado de Marraquech -las dudas sobre su autoría e intención- ha situado en el centro del debate el papel de los salafistas. El nerviosismo es palpable. En la librería, dos encargados con barbas cuya longitud se corresponde a años más que a meses sin frecuentar la tijera, dejan entender claramente que del tema no les apetece hablar. Tras el abortado intento de diálogo, vuelven a colocar libros en las estanterías. La librería recibe gratuitamente volúmenes desde organizaciones saudíes, que luego pone a la venta en Marruecos.

La labor de estas asociaciones suple la ausencia de las instituciones
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Un par de manzanas más al norte, sentado en un tranquilo café a lado de la mezquita Anwar, Abuluz Abdelhakim ofrece su punto de vista sobre el movimiento con conocimiento de causa. Abdelhakim, investigador universitario de 37 años, estuvo casi seis infiltrado en un grupo salafista no violento de Marraquech, que culminaron en 2009 con la publicación de una tesis doctoral.

"La librería de El Mansur es uno de los muchos síntomas que retratan la reapertura del Estado marroquí al salafismo, en su vertiente no yihadista. La tienda fue cerrada después de los atentados de Casablanca de 2003. Pero las autoridades permitieron su reapertura en 2008", explica Abdelhakim. Esa dinámica tuvo su clímax a mediados de abril, cuando el rey Mohamed VI indultó a 190 presos, entre ellos decenas de salafistas. Además, un importante líder ha regresado a Marruecos últimamente tras años de exilio en Arabia Saudí.

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A falta de estadísticas fiables, es difícil saber si el movimiento vive una fase expansiva o no. Pero el ablandamiento de la represión ha permitido un florecimiento del proselitismo en los barrios humildes de Marruecos. Abdelhakim muestra un mapa, fruto de sus investigaciones, en el que el plano de Marraquech aparece constelado de puntos que indican centros salafistas.

¿Qué pasará después del golpe de Marraquech? ¿Será seguido de una represión parecida a la que se produjo tras el de Casablanca? En las filas del movimiento el temor es grande. Fuera de la librería, en la avenida El Mansur, salpicada de comercios de simpatizantes salafistas, la gente deja entender que no está por la labor de tratar con extraños de temas políticos. El atentado ha tensado la situación. Abdelhakim explica que la débil proyección política del salafismo no violento es una de las causas principales del aperturismo. "Creo que el Estado ha tenido un interés en dejarles respirar, porque el proselitismo salafista resta adeptos a otros movimientos islamistas con un discurso político más articulado", dice. El problema es que el salafismo es una ideología radical, y la distancia entre su vertiente social y las células yihadistas es una frontera muy borrosa.

El investigador cree también que al Gobierno le interesa la labor social de las asociaciones salafistas, que a menudo suple la ausencia de las instituciones estatales y aplaca así el malestar social. Pero aunque estos grupos no tengan un discurso político articulado ni especial interés en el rediseño de la arquitectura constitucional del país, el temor es que su paulatino fortalecimiento les otorgue, además de la influencia social, mayor influencia política.

En la librería de El Mansur hay casi exclusivamente textos religiosos. La política no parece tener derecho de ciudadanía aquí, al igual que las mujeres, que, sea por regla no escrita o casualidad, ayer por la mañana no entraban. Pero bajo la superficie se encuentran realidades inesperadas. Como cuando Abdelhakim descubrió con suma sorpresa, en el grupo en el que se infiltró, que entre los discursos del jeque a los discípulos figuraban detalladas explicaciones acerca de cómo dar placer sexual a las mujeres.

Al margen del salafismo yihadista, la dimensión social del movimiento es una realidad que tanto el Estado marroquí como los activistas prodemocracia tendrán que tomar en cuenta con extraordinaria atención. Empezando por lo que se mueve bajo la superficie.

Los bomberos recogen cadáveres en el café Argana, el jueves tras el atentado.GETTY

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