Análisis:

Orejas

El Consejo de Europa vuelve a dar un tirón de orejas a España por no poner en marcha ciertas medidas recomendadas contra la corrupción política, especialmente la que afecta a municipios y fundaciones paralelas a los partidos. Los esfuerzos de investigación casi siempre son seguidos de la alarma social por el ruido que provocan distintos casos, cuando la alarma social tendría que aumentar en los periodos, que los hay, donde no aflora casi nada. En lo que se refiere a la corrupción, el dicho de que si no hay noticias son buenas noticias es opuesto a la verdad.

Más grave es aún que Reporte...

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El Consejo de Europa vuelve a dar un tirón de orejas a España por no poner en marcha ciertas medidas recomendadas contra la corrupción política, especialmente la que afecta a municipios y fundaciones paralelas a los partidos. Los esfuerzos de investigación casi siempre son seguidos de la alarma social por el ruido que provocan distintos casos, cuando la alarma social tendría que aumentar en los periodos, que los hay, donde no aflora casi nada. En lo que se refiere a la corrupción, el dicho de que si no hay noticias son buenas noticias es opuesto a la verdad.

Más grave es aún que Reporteros sin Fronteras haya tenido que hacerse eco de las amenazas de muerte contra Gorka Zamarreño, uno de los periodistas que cubre las ramificaciones de la operación Malaya. En esas vistosas redadas, los mayores esfuerzos mediáticos se dan en aplicar su picana informativa sobre los personajes relevantes, aquellos que adornan la causa con un perfil de cotilleo y morbo social. Pero la trama más oscura necesita de periodismo de pico y pala, en el que nadie repara y que para las empresas suele ser más costoso que lucido. Basta hacer sonar los teléfonos a deshoras o dejar caer amenazas en el entorno para que a la desmotivación se le sume el desaliento.

La desconfianza hacia los periodistas, fenómeno que a veces reflejan ciertas encuestas, perpetúa un equívoco malsano. A nadie se le ocurriría incluir en su visión de los profesionales médicos a curanderos, sacaperras, sanadores milagrosos y fabricantes de ungüentos. Como tampoco para medir la confianza en los cuerpos de seguridad del Estado, siempre bien parados en la escala valorativa, se le pregunta a la gente por extorsionadores, matones de discoteca o apalizadores a sueldo.

La jungla mediática provoca una confusión extrema de pobladores y profesionales, que lleva al consumidor a una desconfianza del valor absoluto. Pero aunque solo sea por la incomodidad del poder y la larga mano amenazadora de algunos imputados, el periodismo debería distinguirse con la virtud de los servicios públicos para también ser protegido, escrutado y exigido, pero nunca despreciado por inútil. Para que nos ardan las orejas, antes hay que estar dispuesto a escuchar.

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