Análisis:ANÁLISIS

Pastores a pie de calle

Desde el tejado las cosas se ven de distinta manera que a pie de calle. Lo saben los cristianos de base que, como el sacerdote Manel Pousa, practican los principios de su religión entre los pobres. Pare Manel, que es como se conoce en Barcelona al cura Pousa, lo lleva haciendo desde hace 35 años en los barrios de Verdun y Roquetes, y su labor le ha valido el cariño de quienes le conocen y el Premio Solidaridad que otorga el Instituto de Derechos Humanos de Cataluña. Enfrente, se alza la jerarquía intransigente, autoritaria, viviendo muchas veces en la opulencia (o aparentándolo), recelosa, sie...

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Desde el tejado las cosas se ven de distinta manera que a pie de calle. Lo saben los cristianos de base que, como el sacerdote Manel Pousa, practican los principios de su religión entre los pobres. Pare Manel, que es como se conoce en Barcelona al cura Pousa, lo lleva haciendo desde hace 35 años en los barrios de Verdun y Roquetes, y su labor le ha valido el cariño de quienes le conocen y el Premio Solidaridad que otorga el Instituto de Derechos Humanos de Cataluña. Enfrente, se alza la jerarquía intransigente, autoritaria, viviendo muchas veces en la opulencia (o aparentándolo), recelosa, siempre con el non tenetur ("esto no está permitido") en su boca.

Hay una biografía de Pousa (Pare Manel, més a prop de la terra que del cel, escrita por Francesc Buxeda) donde el sacerdote aparece inasequible al desaliento aunque dice no acostumbrarse a vivir entre tanto dolor y sufrimiento. De esa radicalidad surgen confesiones que han agotado la paciencia del arzobispo Martínez Sistach. El pecado de Pousa no es haber ayudado con dinero a mujeres abocadas por la miseria al aborto, o por aceptar confesiones comunitarias o bautizos poco ceremoniosos, sino contarlo en un libro. Pero si los obispos tuvieran que excomulgar a quienes no les hacen caso en esas y otras muchas cosas (sexo y contracepción, curas casados, teólogos herejes, diputados que votaron la ley del aborto, el Gobierno que la elaboró, el Rey que la firmó...), las Iglesias estarían aún más vacías.

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La ley del Vaticano atribuye la pena de excomunión automática (latae sententiae) a quien coopere en un aborto, pero sería la primera vez que cayese esa sanción sobre un sacerdote. Fue muy sonada la disputa del entonces cardenal Ratzinger (hoy Papa) con la Conferencia Episcopal alemana cuando esta se resistió a cerrar los consultorios parroquiales que facilitaban información a mujeres que deseaban interrumpir sus embarazos. Lo hacían para intentar ayudarlas si desistían, pero el Vaticano impuso su criterio, más ocupado en proteger la doctrina que al llamado Pueblo de Dios.

Aunque la excomunión es pena antigua, semejante a la expulsión de un partido, no suele practicarse en estos tiempos. Roma suele arrepentirse cuando lo ha hecho con aparatosidad. Es el caso de la excomunión, en 1988, del arzobispo Lefebvre y los cuatro obispos que provocaron el único cisma del siglo XX por negar legitimidad al Concilio Vaticano II. Benedicto XVI ya ha levantado esa excomunión, en medio de no pocas tribulaciones. Roma también ha excomulgado en lo que va de siglo a siete mujeres ordenadas sacerdotisas en Austria por el obispo argentino Braschi, y a dos obispos chinos, ordenados sin el consentimiento del Papa. Sonada fue la expulsión en 2006 del arzobispo de Lusaka, Milingo, y de los cuatro sacerdotes ordenados obispos por él, todos ellos casados.

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