Columna

Contrarrelato

Escribió Kafka que un buen relato tenía que ser como un hacha contra el mar de hielo que hay en nuestro corazón. Si llevamos esta cita al corazón de la sociedad y al estado de la condición femenina, vemos que el hielo persiste y que no hay relato que haya conseguido partirlo aún. Convivimos con él la mayor parte del tiempo como si fuera una materia perfectamente transparente, esto es, invisible. Sólo en ocasiones, por ejemplo cada ocho de marzo, el hielo se tinta de datos, estadísticas, sombrías constataciones varias, y revela su auténtica naturaleza. Este año no ha sido una excepción. Hemos v...

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Escribió Kafka que un buen relato tenía que ser como un hacha contra el mar de hielo que hay en nuestro corazón. Si llevamos esta cita al corazón de la sociedad y al estado de la condición femenina, vemos que el hielo persiste y que no hay relato que haya conseguido partirlo aún. Convivimos con él la mayor parte del tiempo como si fuera una materia perfectamente transparente, esto es, invisible. Sólo en ocasiones, por ejemplo cada ocho de marzo, el hielo se tinta de datos, estadísticas, sombrías constataciones varias, y revela su auténtica naturaleza. Este año no ha sido una excepción. Hemos vuelto a poner al día los mismos contadores y a recordar que las mujeres por un trabajo igual cobran, entre nosotros, de media un 28% menos que los hombres; que las tareas domésticas y de cuidado siguen siendo esencialmente cosa suya; o que la violencia de género no sólo no retrocede sino que se enquista y hasta va a más.

Apagados los focos del ocho de marzo, los dichos y los hechos van a volver a su rutina; y el hielo, el cascote polar de las discriminaciones de género a su ser. Y entiendo que, por ello, también forma parte del hielo la afirmación, mecánica y retórica ya a estas alturas, de que "hemos avanzado mucho" en el terreno de la igualdad de las mujeres. Esa afirmación es un contrarrelato en el sentido más kafkiano del término; es todo lo contrario de un hacha capaz de girar el rumbo social, de conmoverlo. Porque, ¿desde cuándo o desde dónde hay que empezar a contar para apreciar que efectivamente hemos avanzado? Si es desde la Edad Media, sin duda (aunque haya mujeres en el mundo reducidas aún a esa época). Si es desde los años en que todavía no votábamos, desde luego (aunque hay infinidad de mujeres en el mundo sin posibilidad de voz y voto). Si es desde antes de la invención de la píldora o el acceso a la universidad o la incorporación masiva, significativa al mercado laboral, ciertamente (aunque a un número escalofriante de mujeres de este mundo global se les niegue aún el derecho a educarse, a trabajar en consecuencia o a decidir sobre su cuerpo). Y podríamos seguir marcando hitos que, de todas maneras, quedan ya bastante atrás.

Hace tiempo que ya no se puede hablar, en nuestras sociedades, de avances significativos. Basta con comparar los datos del último ocho de marzo con los publicados el año pasado o el anterior, o con los de hace cinco años o diez o quince. Hace tiempo que contra el hielo de las discriminaciones de género no chocan instrumentos o convicciones con verdadero filo, auténticas hachas kafkianas. Hace tiempo que esa dura cubierta sólo recibe, como si se tratara de una puerta cualquiera, golpecitos, tamborileos. Y a veces ni siquiera eso. Lo que explica que no haya avances rotundos, definitivos; que, incluso, se pierda terreno y además a ojos vista. Y estoy pensando en el creciente desparpajo con el que sexismo se exhibe en los multimedios de mayor (ellos sí) impacto.

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