Columna

Vuelco radical

Escribió Flaubert que para volver una cosa interesante bastaba con mirarla el tiempo suficiente. Idea que acojo como estímulo y que quisiera aplicar hoy a la violencia de género que ha empezado el año como acostumbra, asesinando ya a tres mujeres, es decir, a su ritmo de una nueva víctima cada 4 ó 5 días. Estoy convencida de que la única manera de acabar con la violencia machista es volverla "interesante" en el sentido flaubertiano, es decir, observarla con lupa, con todo el detenimiento de la sociedad, para que sus rasgos más disimulados emerjan; y para que, al contrario, los más evidentes no...

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Escribió Flaubert que para volver una cosa interesante bastaba con mirarla el tiempo suficiente. Idea que acojo como estímulo y que quisiera aplicar hoy a la violencia de género que ha empezado el año como acostumbra, asesinando ya a tres mujeres, es decir, a su ritmo de una nueva víctima cada 4 ó 5 días. Estoy convencida de que la única manera de acabar con la violencia machista es volverla "interesante" en el sentido flaubertiano, es decir, observarla con lupa, con todo el detenimiento de la sociedad, para que sus rasgos más disimulados emerjan; y para que, al contrario, los más evidentes no puedan presentarse borrosos, distorsionados, aparentar lo que no son. Y ese detenimiento revelador aún se echa de menos en nuestras sociedades; aún nos falta sobre la violencia de género la mirada definitivamente atenta y lenta que la coloque en el centro, en el eje del interés general. Ha concluido 2010 con 85 asesinadas por el machismo, y, sin embargo, sólo un pequeñísimo porcentaje de españoles considera que este tipo de violencia representa un problema social grave. Y otro tanto debe de suceder en muchos países europeos donde el goteo incesante, ritmado, regular como un latido, de muertas no se aborda como una emergencia social, por no decir que ni siquiera figura en el orden del día del debate público más general.

En este contexto voy a situar la exposición Contraviolencias que puede verse en el KM donostiarra y que tiene, entre otros méritos, el de reunir obras artísticas que dedican a la violencia contra las mujeres miradas sin resquicio para la distracción, la indiferencia o el tapujo. Retengo y les recomiendo especialmente los trabajos de Stefan Constantinescu: una videocreación en la que un hombre que viaja en un autobús amenaza de muerte a su mujer por el móvil, mientras el resto de los pasajeros permanece impasible; de Shoja Azari: donde se muestra a una pareja viendo la televisión, conmoviéndose por el melodrama que se representa en la pantalla, mientras fuera, en la realidad de su calle y sin que ellos parezcan enterarse, una chica es brutalmente agredida, violada por varios jóvenes; o de Regina José Galindo: una gran caja negra donde resuenan cientos de golpes, uno por cada mujer asesinada en su país, y que allí, en el interior de esa sala de exposiciones no podemos dejar de oír, aunque en la realidad de la vida exterior, de la vida misma, sí podamos. En esas salas, en esa intimidad que nos exige el arte no podemos dejar de sentir los golpes, ni volver la mirada a la mirada vuelta de esos vecinos, ni a los oídos sordos de esos pasajeros de autobús. No podemos no pensar que ahí está, ahí se agazapa la clave del asunto.

Elijo esas obras por la brillantez de su expresividad y también por el diagnostico, la visión que comparten: el principal aliado de la violencia de género es la indiferencia, la desatención social. Y por ello, sólo en un vuelco radical de esta actitud puede estar su remedio.

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