Hacia un nuevo Gobierno catalán

Sinuoso, pero previsible

El desarrollo del doble debate parlamentario que, iniciado el pasado lunes, culminó ayer con la elección de Artur Mas como nuevo presidente de la Generalitat ha sido tan peculiar como lo es la situación política catalana desde la sentencia de junio sobre el Estatuto y tras las elecciones del 28-N. Abrió el baile el candidato Mas con un discurso serio en el que puso de relieve que, empujada fuera de un marco constitucional cada vez más asfixiante, la Cataluña nacional debe iniciar su propia transición hacia allí donde las mayorías democráticas quieran llevarla. Con todo, el líder de CiU solo ex...

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El desarrollo del doble debate parlamentario que, iniciado el pasado lunes, culminó ayer con la elección de Artur Mas como nuevo presidente de la Generalitat ha sido tan peculiar como lo es la situación política catalana desde la sentencia de junio sobre el Estatuto y tras las elecciones del 28-N. Abrió el baile el candidato Mas con un discurso serio en el que puso de relieve que, empujada fuera de un marco constitucional cada vez más asfixiante, la Cataluña nacional debe iniciar su propia transición hacia allí donde las mayorías democráticas quieran llevarla. Con todo, el líder de CiU solo exhibió sus uñas dialécticas frente a aquellos grupos que, situados en los extremos, no le iban a apoyar -ni activa ni pasivamente- en ningún caso: Iniciativa, Ciudadanos y Solidaritat. Con los demás, y sobre todo con el PSC y Esquerra, se mostró conciliador, sin echar sal en las heridas ni caer en el revanchismo.

Frente a la crisis, a Mas le será muy útil la complicidad del PSC, que mantiene sintonías sociales y poder municipal
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Las respuestas fueron desiguales. Cansina y previsible la de una Alicia Sánchez-Camacho preocupada por que Ciudadanos no le arrebate las banderas del castellanismo y del constitucionalismo excluyente. Mecánica la de un Joan Herrera incapaz de liberarse de la herencia de sus predecesores en el liderazgo rojiverde. Extraña la de un Joaquim Nadal que, estrenando su jefatura provisional, tal vez se sintió obligado a glosar aquel lema de precampaña del PSC: "Ni independentistas, ni de derechas". Esperanzadora la de Joan Puigcercós: sería realmente una bendición si la Solidaritat de Laporta hubiese arrebatado a Esquerra la pulsión por las soluciones fáciles, por las estridencias gratuitas, por el pit i collons.

Después, durante la pausa del miércoles, se impuso la tozuda realidad. Joaquim Nadal -que gobernó con tanta destreza durante 23 años una ciudad sociológicamente convergente y sentimentalmente independentista- sabe mejor que nadie en su partido que CiU no es esa derecha montaraz y neoliberal descrita por ciertos demagogos de baratillo. Sabe también que a un PSC herido y al que le aguardan 12 meses de convulsión interna le conviene asegurarse al menos cierta tranquilidad exterior, que no se le discuta la primogenitura de la oposición ni se le arrebate la imagen de alternativa de gobierno. Así pues, y a cambio de "preservar" unas políticas sociales del Gobierno de Montilla que nadie amenazaba -¿cuándo había dicho CiU que recortaría las plantillas de Mossos, médicos o maestros?-, los socialistas pactaron facilitar con su abstención la investidura de Artur Mas en la segunda vuelta, incluso si pocas horas antes Miquel Iceta todavía especulaba con un "pacto secreto" entre CiU y el PP.

Aparte de allanar aritméticamente la elección de su candidato sin tener que recurrir a una tercera votación, ¿qué ventajas posee para Convergència i Unió el pacto con el PSC? No hace falta bola de cristal para prever que la nueva legislatura vendrá marcada, de un lado, por la lucha contra la crisis económico-social, y del otro, por las consecuencias judiciales del recorte del Estatuto, de las que el miércoles el Tribunal Supremo ya nos ofreció una primera muestra. Pues bien, en ambos temas al presidente Mas le va a resultar estratégica la complicidad de unos socialistas que, incluso descalabrados, mantienen un poder municipal y unas sintonías sociales contra los cuales todo sería mucho más difícil. A los demás grupos les corresponde decidir si se autoexcluyen de esta centralidad (tal parece la apuesta del PP, Iniciativa, Ciudadanos y Solidaritat) o si buscan una manera digna de incorporarse a ella, como dio a entener Esquerra.

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En cuanto a la propuesta de una transición nacional hacia la soberanía, nadie tema que, cautivo del acuerdo con el PSC, Artur Mas la eche en el olvido. Aunque quisiera, no podrá: bien que se encargarán de avivarla las sentencias judiciales promovidas por el ultracastellanismo local contra el estatus de la lengua catalana, las actitudes de los aparatos centrales del Estado y del bloque PSOE-PP, y el talante territorial de un futuro probable Gobierno de Rajoy. De momento, la FAES ya va haciendo boca.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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