Columna

Memorias de 'Itu'

Un tipo va y con 51 años escribe sus memorias con el único mérito de haber dado botes a un balón y pegado cuatro saltos sobre un parqué acolchado. Un tipo va y escribe sus memorias porque es bilbaíno y los bilbaínos escribimos nuestras memorias aunque nos hayan ingresado con amnesia. Un tipo va y porque se ha encontrado ocasionalmente con Michel Jordan en una cancha de baloncesto pues decide contarlo olvidándose de que es bilbaíno y en pura ley Michel Jordan debería ser, y no él, el que no supiera quien le marcó y anduviera buscándole por el mundo para darle un abrazo o un guantazo, sin ningún...

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Un tipo va y con 51 años escribe sus memorias con el único mérito de haber dado botes a un balón y pegado cuatro saltos sobre un parqué acolchado. Un tipo va y escribe sus memorias porque es bilbaíno y los bilbaínos escribimos nuestras memorias aunque nos hayan ingresado con amnesia. Un tipo va y porque se ha encontrado ocasionalmente con Michel Jordan en una cancha de baloncesto pues decide contarlo olvidándose de que es bilbaíno y en pura ley Michel Jordan debería ser, y no él, el que no supiera quien le marcó y anduviera buscándole por el mundo para darle un abrazo o un guantazo, sin ningún motivo. Un tipo va y, además, no contento con todo eso, decide alargar su historia desde sus recuerdos a sus sentimientos y ponerle corazón a la circunferencia de un balón y jugarse la vida en un folio traspasando el aro de la canasta para que por su red transite la vida, la piel que se esconde bajo la barba, el niño enorme que en el fondo lleva y llevará toda su vida dentro.

Antes de que se me olvide, titula su libro de memorias este tipo que ha escrito el mejor artículo deportivo de la historia de este país escrito (permítanme, por favor, la redundancia) por un deportista, siendo ellos tan aviesamente criticados por su incultura. En 2008, con motivo de los Juegos Olímpicos de Pekín, y ante un EE UU-España, este tipo va y se dirige a sus compañeros de 1984, los de aquella semifinal olímpica, uno por uno, para decirles que su historia ya se ha acabado, que nunca volverán a ser llamados por periodista alguno porque su asiento en el autobús de la gloria lo ocupan un tal Gasol o un tal Calderón, o un tal Navarro y que cuando todo pase, nadie hablará de ellos cuando estén (deportivamente) muertos.

Resulta que este bilbaíno de pro, sobrado y elocuente, presentador de Inocente, Inocente, tertuliano en desuso, cronista de baloncesto, al que le marcó Michel Jordan aunque el americano no lo sepa, bloguero de éxito, comentarista audaz y de alma inquieta, era capaz de asumir la defunción del mito e inmediatamente dejar que aflorase la persona con todo el esplendor con el que solo un bilbaíno es capaz de revestir la humildad (véase el Guggenheim, que pudiendo un león eligió un perrillo como guardián).

Resulta que va y este tipo es Juanma López Iturriaga, grandullón pero sin exagerar, y que escribe un libro antes de que se le olvide todo lo que ha vivido, y no es el libro oportunista de cuatro o cinco bosquejos olvidados en un cajón, sino el auto de un autor que tiene algo (mucho) que decir, mucho que contar en una especie de vinagre y rosas, que diría Joaquín Sabina, la vida en definitiva de El Barbas, como se despedía de sus compañeros en aquel memorable artículo dejando paso a las nuevas generaciones. Jordan le ganó en la final de 1984 en Los Ángeles aunque el americano quizás ni lo recuerde. Pero Jordan jamás escribirá lo que Juanma creó después. ¿Vale el empate?

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