Columna

Opcion política

Qué sería de nosotros sin poesía se/nos preguntaba, hace unos días en San Sebastián, la escritora británica Annie Freud. Sin la poesía que contienen los libros, pero sobre todo sin la poesía que albergamos en nuestro interior. El público -que por cierto abarrotaba la sala, lo que puede proponerse como una invitación a la duda para quienes insisten en considerar que lo que la gente espera de la cultura es entretenimiento y facilidad-, el público asistente convino enseguida con la autora en que sin poesía, sin eso que llamamos, cada uno a su modo, poesía, el mundo sería sencillamente peor.
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Qué sería de nosotros sin poesía se/nos preguntaba, hace unos días en San Sebastián, la escritora británica Annie Freud. Sin la poesía que contienen los libros, pero sobre todo sin la poesía que albergamos en nuestro interior. El público -que por cierto abarrotaba la sala, lo que puede proponerse como una invitación a la duda para quienes insisten en considerar que lo que la gente espera de la cultura es entretenimiento y facilidad-, el público asistente convino enseguida con la autora en que sin poesía, sin eso que llamamos, cada uno a su modo, poesía, el mundo sería sencillamente peor.

Y cada cual puede imaginar ese peor a su manera. Yo me lo represento con la imagen del suelo, o de unas alas rotas. Porque entiendo que la poesía es algo así como todo para mirar; y algo así como tener alas. Y sin ella estamos condenados a tener del mundo (exterior e interior) sólo una perspectiva a ras de tierra y a no volar, a perdernos infinidad de vuelos sentimentales, intelectuales y creativos. Casi al mismo tiempo que Annie Freud decía: "En el aire hay algo a punto de expandirse, algo ahí fuera..." o "Visualizo placeres que no te encasillan" o "Atención, la luz es potente y uniforme; nada se pierde en la sombra; no hay retórica de mistificación... lo que importa es que registremos su presencia con la mayor inmediatez posible: el inexplicable esplendor del ser humano".

Mientras ella alentaba de ese modo la curiosidad, la rebeldía, la pasión por lo que de admirable puede contener la humanidad; nuestros políticos (se) hablaban de cortar cabezas o sacar navajas; se llamaban vendidos o pinochos. La verdad es que unos con más culpa que otros, pero todos de forma parecida, porque entiendo que entrar a determinados debates o a determinados tonos, equivale, a fin de cuentas y por efecto, a provocarlos. Cómo sería un mundo sin poesía no tenemos que imaginarlo, ya lo sabemos; lo vemos a diario en ámbitos como el de la política -entendida en todas su escala-, de global a doméstica. La política, reducida a su mínima expresión, es decir, a la simple relación entre políticos, se está convirtiendo en el territorio antipoético por excelencia, en un espacio donde no se abren horizontes sino que se (en)cierran; donde no se busca sembrar alas sociales sino cortarlas.

Porque cuando un político circunscribe su oposición a "argumentos" del tipo "ahora le han dicho que saque la navaja y la ha sacado de mala manera" está claro que no le está proponiendo a la sociedad, en este caso a la sociedad vasca, que eleve su punto de vista sobre la situación sino que lo mantenga a la altura del suelo o del betún como alguna vez se dijo. Está claro que no está invitando a la sociedad a un debate de alturas sino de bajuras (por no decir de bajezas). Que no está necesitándola espléndida sino pretendiéndola acrítica.

Por fortuna,la poesía no ha desaparecido aún, todavía sigue aquí, proponiéndonos la opción, la acción, política de preferirla.

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