Columna

Eterno descontento

Franz Tunda, protagonista de la novela La fuga sin fin de Joseph Roth, se queda sin trabajo y se pone a buscarlo. Pero cuando le ofrecen tal o cual empleo lo rechaza, pensando que el único que podría ejercer sería el de "descontento". Yo interpreto esta actitud de Tunda en positivo, como un manifiesto contra la indiferencia. Porque no estar contento es mirar críticamente, esto es, implicarse. En cualquier caso, hay asuntos que nos condenan a ser Franz Tunda, a situarnos en un permanente estado de disconformidad, en una constante exigencia de más y mejor, en alerta máxima contra la indif...

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Franz Tunda, protagonista de la novela La fuga sin fin de Joseph Roth, se queda sin trabajo y se pone a buscarlo. Pero cuando le ofrecen tal o cual empleo lo rechaza, pensando que el único que podría ejercer sería el de "descontento". Yo interpreto esta actitud de Tunda en positivo, como un manifiesto contra la indiferencia. Porque no estar contento es mirar críticamente, esto es, implicarse. En cualquier caso, hay asuntos que nos condenan a ser Franz Tunda, a situarnos en un permanente estado de disconformidad, en una constante exigencia de más y mejor, en alerta máxima contra la indiferencia.

Está siendo un mal año en la lucha contra la violencia de género. Pero es que todos los son; todos concluyen con decenas de mujeres asesinadas, con miles de agredidas, con cientos de miles de atrapadas en el infierno de la amenaza y el miedo. Lo que provoca que, periódicamente, se nos anuncien más medidas o medios para tratar de combatir la lacra. Pero desde mi eterno descontento en la materia diré que se trata, esencialmente, de medidas y recursos "tardíos" destinados a paliar los efectos del machismo violento, no a eliminar sus causas. O si se prefiere, medidas y recursos que se sitúan en la desembocadura de la tragedia, no en la fuente. Bienvenidas sean, naturalmente, las instancias de protección y atención a las víctimas, y el aumento de las dotaciones policiales y judiciales centradas en la violencia machista. Pero todo esto siendo mucho (para muchas mujeres maltratadas puede representar el salto de la noche al día), a un nivel es muy poco.

Muy poco, porque el sexismo sigue campando a sus anchas, bastante más a sus anchas hoy, por cierto, que hace unos años: se dicen, se anuncian, se promueven ahora mismo cosas que, ayer mismo, no hubieran tenido acogida pública o no de un modo tan acrítico como ahora. Y es que escalofría la sustancia tóxica de un creciente número de manifestaciones televisivas que muestran un machismo abominable. De un creciente número de noticias: como la apertura en Cataluña del mayor burdel de Europa; o la "moda" de proponer en las despedidas de solteros a prostitutas cuya virginidad constituye un plus y que se encargan de recomponer cuando hace falta cirujanos plásticos especializados. El retrato de valores sociales que estas noticias revelan resulta más que demoledor, letal para la lucha contra la violencia de género, e incompatible con toda forma lúcida de confianza.

En este contexto vamos a conmemorar el 25 de noviembre, el día contra la violencia de género. Vamos a repasar las estadísticas de agresiones, tantas veces mortales. A inventariar las medidas y recursos aplicados. A subrayar las declaraciones de repulsa, a multiplicar las manifestaciones de condena. Yo voy a celebrarlo refugiándome, sin consuelo, en Franz Tunda, en su radical descontento, esto es, en su manifiesto contra la inercia y la indiferencia.

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