Columna

Ni una triste bomba

Esta semana, por razones obvias, ha sonado mucho más de lo habitual aquello de "os recibimos, americanos, con alegría". Ya conocía la película de Berlanga, claro, pero hasta ahora no me había fijado en la sonrisa picarona con que cantaba la canción Lolita Sevilla. Yo diría que hay una buena dosis de mala leche en esa sonrisa. Después de pensarlo un rato, he llegado a la conclusión de que, de alguna forma extraña, ella sonreía así porque ya sabía la que se nos venía encima con los yanquis. "Os recibimos, americanos, con alegría", cantaba. Pero en realidad pensaba "¿queréis americanos? pues os v...

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Esta semana, por razones obvias, ha sonado mucho más de lo habitual aquello de "os recibimos, americanos, con alegría". Ya conocía la película de Berlanga, claro, pero hasta ahora no me había fijado en la sonrisa picarona con que cantaba la canción Lolita Sevilla. Yo diría que hay una buena dosis de mala leche en esa sonrisa. Después de pensarlo un rato, he llegado a la conclusión de que, de alguna forma extraña, ella sonreía así porque ya sabía la que se nos venía encima con los yanquis. "Os recibimos, americanos, con alegría", cantaba. Pero en realidad pensaba "¿queréis americanos? pues os vais a hartar".

Esta servidora no sabe mucho de macroeconomía, ni de microeconomía, ni de economía de la estándar. Tampoco tengo ningún máster sobre política de altura, ni sobre los rincones insondables de las relaciones internacionales. Ni idea de cuántas empresas tenemos a medias con los norteamericanos, cuántos rincones les hemos cedido para que sus aviones reposten cómodamente o cuánto dinero les debemos ni a qué interés. Pero no hace falta saber mucho de nada de esto para darse cuenta de que estamos colonizados por ellos hasta las orejas.

Nos comemos su comida. De hecho, nuestros niños pierden la razón y la dignidad por una hamburguesa bien artificial, una coca-cola y un helado Häagen-Dazs de postre. Los padres, para qué negarlo, también. Y después, por supuesto, nos trincamos un café estilo yanqui en vaso de cartón. También celebramos sus fiestas como ellos: aquí la gente ya se disfraza de Freddy Krueger en Halloween y más vale que asumamos que nos quedan dos telediarios para celebrar también su Acción de Gracias, con el pavo y toda su parafernalia. Para colmo, he leído en algún sitio que sus concursos de popularidad ridículos están empezando a proliferar en nuestros institutos. Cantamos rap en castellano, euskera, gallego y bable. Madre mía.

Esto es una colonización en toda regla. Y sin disparar ni una sola bala, oiga. Ni un triste tanque han tenido que sacar a la calle para persuadirnos. Labor de zapa. Lo han hecho poco a poco, a la chita callando y con el arma más poderosa que se ha inventado hasta ahora: el cine. Durante años nos han mostrado su forma de vida a través de sus películas, nos han llenado las retinas de imágenes sobre su cultura. Sabemos bastante más sobre sus costumbres que sobre las de nuestros vecinos portugueses. Y, por mucho que ahora se haya puesto de moda despreciar a los yanquis, es un hecho que les imitamos. Les hacemos poderosos y millonarios comprando todo lo que nos pueda ayudar a imitarles.

La cultura, amigos, la cultura es el camino para convencer a los demás. No hace falta ni una triste bomba.

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