Análisis:ANÁLISIS

Testosterona Party

El Tea Party español no es conservador y beato como el que irrumpe en Estados Unidos, haciendo bandera de las buenas costumbres desde el extremismo político. Aquí surgió del posaznarismo una derecha que se dice "sin complejos", inquietante eslogan con el que anuncia su disposición a romper consensos sin miedo a ser tachada de sexista, xenófoba o insolidaria; azote de templados y amiga de la simplificación descalificadora. Ahora recorre platós, micrófonos, periódicos y redes sociales una ola de comentaristas bravucones, rebosantes de testosterona; y así Sánchez Dragó presume de aventuras sexual...

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El Tea Party español no es conservador y beato como el que irrumpe en Estados Unidos, haciendo bandera de las buenas costumbres desde el extremismo político. Aquí surgió del posaznarismo una derecha que se dice "sin complejos", inquietante eslogan con el que anuncia su disposición a romper consensos sin miedo a ser tachada de sexista, xenófoba o insolidaria; azote de templados y amiga de la simplificación descalificadora. Ahora recorre platós, micrófonos, periódicos y redes sociales una ola de comentaristas bravucones, rebosantes de testosterona; y así Sánchez Dragó presume de aventuras sexuales con lolitas japonesas de 13 años, Pérez Reverte considera "un mierda" a Moratinos por llorar en su despedida, el alcalde de Valladolid se excita a la vista de los labios de la ministra Pajín y, no muy lejos, Silvio Berlusconi dice que es mejor sentir pasión por las adolescentes, como le pasa a él, que ser homosexual. La derecha clásica, gente de orden, cede terreno a otra que más que liberal parece libertina. Y, en lo que a algunos parece un mundo al revés, a una izquierda más moralista que nunca, que quiere quitarnos de fumar, de las grasas y de los anuncios de prostitución, se opone una derecha anarcoide que hace gala del derecho a conducir con dos copas de más, del bofetón a tiempo o, eso ya pisotea las rayas rojas, del sexo con menores.

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Ser provocador de vez en cuando es un sano ejercicio intelectual, pero ser provocador cada minuto tiene que ser agotador. En las conversaciones entre Dragó y Boadella, lo de las lolitas es un episodio más entre la defensa del incesto y la trivialización de los abusos sexuales, que a Dragó, dice, le habría gustado sufrir de niño y que no le habrían traumatizado. Será literatura, pero desde luego no es ficción, salvo que lo sean todas las anécdotas que ambos reparten por doquier. Y la iconoclastia de los dos pensadores sería más creíble si no vivieran en estrecha cercanía del poder madrileño que les da empleo, y que se traduce en tantos piropos a Esperanza Aguirre (nuestra Sarah Palin) como ataques al "blando" Mariano Rajoy. En justa correspondencia, Aguirre apoya a Dragó, porque es de los suyos; por lo mismo que muchos artistas firmaron en su día a favor de Polanski. Ni los libros de Dragó ni las películas de Polanski son mejores o peores por estas polémicas, pero la condición de creador tampoco sirve de parapeto a las críticas.

Lo políticamente correcto ha llevado a muchos excesos, desde el insufrible "ciudadanos y ciudadanas" a un ingenuo buenismo al abordar asuntos tan complejos como la multiculturalidad. Pero si algo no era exagerado era la alarma por la pedofilia. Con eso cabían pocas bromas. Y ninguna fanfarronería.

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