Columna

Muñecas rusas

Es la frase más elocuente que he dicho jamás. Nunca pensé que mi capacidad para analizar algún rincón de la realidad pudiera llegar tan lejos y resumir el sentido exacto del trabajo en la sociedad contemporánea.

Hace unos pocos días, en Madrid, cenando en buena compañía, una amiga escritora me preguntó por mi trabajo, y cuando contesté le ocurrió lo que a menudo nos pasa a todos con el trabajo de los demás: que le pareció muy interesante. Dijo que mi tarea debía de ser enriquecedora, atractiva y envidiable. Entonces formuló una pregunta que debía corroborar su fascinación. "¿Y cómo es t...

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Es la frase más elocuente que he dicho jamás. Nunca pensé que mi capacidad para analizar algún rincón de la realidad pudiera llegar tan lejos y resumir el sentido exacto del trabajo en la sociedad contemporánea.

Hace unos pocos días, en Madrid, cenando en buena compañía, una amiga escritora me preguntó por mi trabajo, y cuando contesté le ocurrió lo que a menudo nos pasa a todos con el trabajo de los demás: que le pareció muy interesante. Dijo que mi tarea debía de ser enriquecedora, atractiva y envidiable. Entonces formuló una pregunta que debía corroborar su fascinación. "¿Y cómo es tu día de trabajo?", preguntó. "Por ejem plo, llegas por la mañana y ¿qué haces? ¿Cómo empiezas?" No lo pensé un segundo, fue como un acto reflejo. Pronuncié mi sentencia inmortal: "¿Qué es lo que hago? Realmente no lo sé. Sólo sé que me siento y de repente el teléfono empieza a sonar".

Mi amiga hizo un mohín de decepción, pero yo me había limitado a describir la aburrida y diáfana verdad: te sientas y el teléfono empieza a sonar, no hay más. Como tantos trabajos que se amparan en programaciones ambiciosas, planificaciones preestablecidas y proyectos a corto o largo plazo, todo se resuelve al final en algo prosaico y sencillo; se resuelve en que te sientas y el teléfono empieza a sonar. Se trata de una inercia diabólica: la alta tecnología toma la iniciativa y desencadena una irresistible corriente de comunicaciones, una interminable sucesión de requerimientos que traen problemas, obtienen soluciones parciales y se prolongan en un reguero de derivaciones, afluentes y secuelas. El correo electrónico o las redes sociales se han incorporado al masivo empeño telefónico. Todo se convierte en una vomitadera de mensajes, casi siempre urgentes, inaplazables, impostergables, mensajes que exigen soluciones, agradecimientos, reproches, excusas o respuestas.

Otra de las características del trabajo contemporáneo es su estructura piramidal, o de muñecas rusas, o de círculos concéntricos, o de capas de cebolla. Seguro que alguna de esas alegorías ilustra lo que no acierto a explicar. Encaras el problema que ha traído una llamada cuando de pronto se impone otra llamada, y pospones la primera para encarar esta segunda, pero entonces una tercera exige tu cuidado (y solución urgente). El trabajo de gestión se organiza en una estructura concéntrica, acumulándose tareas no resueltas hasta que en algún momento (quién sabe en qué momento) consigues concluir algo con éxito. Entonces recorres en sentido inverso todo el camino, retomando aquellas gestiones que habías ido apartando porque llegaban otras más urgentes. Sí, quizás sean las muñecas rusas las que explican todo esto.

En el trabajo, ni siquiera hacen falta ganas para poner manos a la obra: la realidad te las atrapa. Te sientas y el teléfono empieza a sonar. Es todo.

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