Tribuna:

Said y Judt: vidas paralelas, sueños inalcanzados

El pasado agosto murió Tony Judt, escritor e historiador judío comprometido con los derechos humanos y de un rigor y honestidad poco comunes. Su vida y obra nos recuerdan a otro gran intelectual, el palestino Edward Said, que falleció en 2003.

Un año después de la muerte de Said, Tony Judt escribió una introducción al libro de este From Oslo to Iraq, que recogía sus análisis respecto a la inadmisible y continuada destrucción del pueblo palestino, y también sus críticas a los errores de la Autoridad Nacional Palestina y su máximo líder Arafat. Judt terminó así su comentario sobre ...

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El pasado agosto murió Tony Judt, escritor e historiador judío comprometido con los derechos humanos y de un rigor y honestidad poco comunes. Su vida y obra nos recuerdan a otro gran intelectual, el palestino Edward Said, que falleció en 2003.

Un año después de la muerte de Said, Tony Judt escribió una introducción al libro de este From Oslo to Iraq, que recogía sus análisis respecto a la inadmisible y continuada destrucción del pueblo palestino, y también sus críticas a los errores de la Autoridad Nacional Palestina y su máximo líder Arafat. Judt terminó así su comentario sobre Said: "Durante tres décadas, prácticamente él solo consiguió que en Estados Unidos se empezara a hablar de Israel, Palestina y los palestinos. Prestó así un inestimable servicio público con un considerable riesgo personal. Su muerte abre un gran vacío. Es irremplazable".

Ambos murieron sin ver el menor atisbo de una paz justa entre israelíes y palestinos
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Algo parecido se podría decir de Tony Judt. Nacido en Gran Bretaña y orgulloso de ser judío, se consideraba, no obstante, ciudadano del mundo. No gustaba de nacionalismos. Identity -dijo- es una palabra peligrosa.

Cuando joven, Judt vivió en un kibutz y escribió que por entonces el ethos dominante en Israel era la creación de un Estado socialista que eliminara las desigualdades sociales, aunque, añadió, "los árabes figuraban muy poco en aquel mundo, omisión que sería la fuente de los problemas".

Tras su participación como intérprete en la Guerra de los Seis Días, en 1967, y después de la fulgurante victoria israelí, Judt fue consciente de que los vencedores se inclinaban por seguir la estrategia del Muro de Hierro, expuesta años antes por el carismático líder ruso-judío de extrema derecha Vladímir Jabotinsky, que consistía en dotar a Israel de un Ejército invencible e implacable que doblegara una y otra vez al pueblo palestino y le obligara finalmente a aceptar la paz que se le impusiera, como así ha venido sucediendo.

A raíz de los artículos que Judt publicó criticando esta deriva, entre otros, Una sombría victoria, La guerra de los Seis Días o El país que no quería crecer, comenzó a ser vilipendiado y alguna de las revistas en las que escribía, como The New Republic, dejaron de contar con él.

También Edward Said recibió todo tipo de ataques y acusaciones. Pero ni uno ni otro se dejaron arredrar y siguieron escribiendo innumerables artículos y ensayos. Algunas de sus obras son hoy día obligados libros de referencia, como Orientalismo, Cultura e Imperialismo, de Said, o Postguerra: una historia de Europa desde 1945, de Judt.

A ambos se les torció la vida cuando se encontraban en el cénit de la misma y los dos se enfrentaron a la muerte con un valor digno de todo elogio.

Edward Said sufrió, sin apenas mencionarlo, una terrible leucemia que al final lo llevó a la tumba y siguió escribiendo sin que la enfermedad y el dolor lo dominaran.

Tony Judt contrajo hace menos de dos años la pavorosa enfermedad denominada de Lou Gehrig, por aquel famoso jugador de béisbol, amado por las masas y con un físico propio de Tarzán, que en el año 1939, poco antes de que se la diagnosticara, se consideraba a sí mismo "como el hombre más afortunado de la Tierra". No tardó en morir, pero ya no era ni sombra de sí mismo. Es una enfermedad que te convierte en tetrapléjico físico, mientras sigues conservando tu lucidez mental.

A pesar de su estado, Tony Judt fue capaz de escribir un nuevo libro, Ill fares the land -Algo va mal-, y algunas consideraciones sobre su tragedia que merece la pena leer. Este periódico publicó uno de los artículos de la serie, titulado Noche. Cuesta creer que tuviera la serenidad y el valor para escribirlo.

No sabemos qué admirar más en estos dos excepcionales seres humanos, si su rigor intelectual o su entereza ante la muerte. Ambos murieron sin alcanzar el sueño de sus vidas por el que tanto habían luchado: que hubiera paz entre israelíes y palestinos. Paz que desgraciadamente no está próxima, ahora que Israel tiene el Gobierno más reaccionario de su historia, que la Administración norteamericana y el propio Obama han perdido su credibilidad plegándose a las exigencias de Netanyahu y que Hamás sigue dispuesta a no cooperar y dinamitar cualquier esperanza.

Quienes están llamados a construir la paz, deberían leer con detenimiento a estos dos excepcionales pensadores que antepusieron su compromiso intelectual, político y moral a sus propias vidas.

Jerónimo Páez es abogado.

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