Editorial:

Espadas en alto

Los votos verdes pueden decidir la presidencia de Brasil entre Dilma Rousseff y José Serra

Las elecciones presidenciales brasileñas no han servido en su primera vuelta para dar la victoria a Dilma Rousseff, como muchos vaticinaban. Pero la candidata del partido gobernante sigue siendo clara favorita para ganar el 31 de octubre la presidencia de la República a José Serra, el aspirante centroderechista. Mucho dependerá en esa confrontación decisiva de la actitud que adopten los votantes del partido Verde, de Marina Silva, de cómo se repartan entre los dos aspirantes en liza. Los ecologistas se han convertido en la formidable sorpresa de los comicios, al alzarse prácticamente con un 20...

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Las elecciones presidenciales brasileñas no han servido en su primera vuelta para dar la victoria a Dilma Rousseff, como muchos vaticinaban. Pero la candidata del partido gobernante sigue siendo clara favorita para ganar el 31 de octubre la presidencia de la República a José Serra, el aspirante centroderechista. Mucho dependerá en esa confrontación decisiva de la actitud que adopten los votantes del partido Verde, de Marina Silva, de cómo se repartan entre los dos aspirantes en liza. Los ecologistas se han convertido en la formidable sorpresa de los comicios, al alzarse prácticamente con un 20% del voto, contra todo pronóstico y básicamente a expensas de Rousseff.

Es muy improbable que Serra, tan políticamente experimentado como plúmbeo en su campaña, tenga posibilidades reales de remontar los 14 puntos de diferencia que le ha sacado la sucesora designada por el presidente Lula. Pero el cuartel electoral del elitista ex gobernador de São Paulo ha revivido al comprobar la relativa facilidad con que han hecho mella en los resultados de Rousseff un par de resbalones en las semanas previas a la votación del domingo. Uno, su equívoca postura a favor de la despenalización del aborto; otra, las revelaciones periodísticas no probadas sobre la implicación de su sucesora en el cargo en oscuras adjudicaciones de contratos. La corrupción ha venido pasando en Brasil una pesada factura al gobernante Partido de los Trabajadores, el de Lula y Rousseff.

Desaparecida ya la complacencia en la victoria segura que le ha impedido obtener el 50% de los sufragios en la primera vuelta, el escenario más realista apunta a que Dilma Rousseff se alzará el día 31 con la jefatura de la mayor potencia de Latinoamérica. Con un Congreso favorable, además, en el que la coalición centroizquierdista gobernante tendrá cómoda mayoría. El país se ha transformado profundamente durante los ocho años de presidencia de Lula, en el que al menos 20 millones de personas han podido salir de la miseria y está progresivamente dominado a efectos electorales por una clase emergente que engloba a casi la mitad de los brasileños.

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Cosa distinta es si la luchadora Rousseff, que nunca antes había participado en una elección y ha vivido su carrera política íntegramente a la sombra del hombre que se retira -decisivo también en su campaña-, estará en condiciones de afrontar con éxito los retos del gigante suramericano. Algunos de ellos -se trate de la corrupción institucional, el control de una indisciplinada coalición de 10 partidos, el manejo de una economía explosiva o el de una tentacular política exterior convertida ya en global- requieren no solo el carisma y el favor de la mayoría de los brasileños que han coincidido en Lula, cosas muy improbables de ahora en adelante. Los retos exigirán también de su sucesor criterio, firmeza y equilibrio, territorios en los que, llegado el caso, Rousseff es todavía una absoluta incógnita.

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