Columna

Actualizaciones con futuro

Se acaba de celebrar en Bilbao el IV Congreso sobre Derechos Humanos para analizar los retos y reformas que tiene que encarar el Estado de bienestar si quiere mantenerse (mantenernos) en pie. El lema del encuentro ha sido "Ciudadanía y derechos sociales: un discurso de futuro", expresión esta última que no para de agitarse en mi cabeza, o, por decirlo de otro modo, que no acaba allí de quedarse conforme. Por empezar por la mínima expresión, creo que hubiera sido más acertado decir "con" en lugar de "de", discurso con futuro. De esta manera, con este "con" el énfasis se hubiera colocado ...

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Se acaba de celebrar en Bilbao el IV Congreso sobre Derechos Humanos para analizar los retos y reformas que tiene que encarar el Estado de bienestar si quiere mantenerse (mantenernos) en pie. El lema del encuentro ha sido "Ciudadanía y derechos sociales: un discurso de futuro", expresión esta última que no para de agitarse en mi cabeza, o, por decirlo de otro modo, que no acaba allí de quedarse conforme. Por empezar por la mínima expresión, creo que hubiera sido más acertado decir "con" en lugar de "de", discurso con futuro. De esta manera, con este "con" el énfasis se hubiera colocado en el presente, que es donde creo que debe estar; porque es hoy y no mañana cuando hay que tomar las decisiones, precisar los principios de actuación, cimentar las estructuras y los recursos. El "con" futuro le auguraría también a ese presente activado y argumentado un buen porvenir.

En cuanto a la palabra "discurso", está ya tan vapuleada que la sustancia se le empantana o se le escapa por las grietas, y no creo que sea una base sólida para apoyar la toma de conciencia social o la reforma de las mentalidades que necesita este asunto de los derechos sociales en versión siglo XXI. No son discursos, sino propuestas concretas lo que la nueva situación exige, y confirmaciones de valores en firme; y consensos y compromisos explícitos. Hechos, en fin, y no dichos. Un abordaje apegado a lo palpable y a lo verificable y a lo argumentable con datos y cifras; una consideración de estricta realidad. Y la realidad nos indica que la sociedad envejece, es decir, absorbe cada vez más recursos económicos y sociales. Pero también es real que este peso, esta presión sobre el Estado de bienestar no hay que atribuírsela sólo a la multiplicación de la demanda, sino también a la división o dejadez de la oferta, al progresivo debilitamiento en las últimas décadas del cemento ideológico sobre el que este Estado de bienestar se sustenta(ba); a la erosión de los valores y anhelos de solidaridad y equilibrio social que lo habían fundado.

Sería mucho más sencillo convencer ahora mismo a la ciudadanía, movilizarla a favor de las reformas que indudablemente habrá que abordar para darle aliento y horizonte al sistema de derechos sociales (revisión de la edad de jubilación, por ejemplo, o del pago de algunos servicios). Sería mucho más fácil encontrar adhesiones entre la ciudadanía si esta reforma no se describiera sólo con un signo menos, sino que se acompañara y argumentara también con un más, con una actualización afianzada de los principios fundamentales de la justicia social, y con la garantía presente, y con futuro, de que esos principios no van a abandonarse, sea cual sea el estado de las arcas y de la cuestión. Pero esta garantía es aún mayormente objeto de discurso, y en el terreno de los principios hay, como tan a menudo nos señalan los ordenadores, actualizaciones pendientes. Muy pendientes.

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