Una vía económica perdida

El parque tecnológico de Valencia se creó hace 20 años como una apuesta por la innovación - Ha acabado pareciéndose a un polígono industrial más

A finales de los ochenta la economía valenciana emitía señales de alarma. La ventaja competitiva de los sectores tradicionales, basada en unos costes de producción bajos, mostraba signos de agotamiento y los análisis aconsejaban diversificar el tejido productivo. Los problemas de fondo eran parecidos a los de hoy. El contexto era distinto. Y, visto desde el presente, quedaban dos décadas para reaccionar. La estrategia económica diseñada por la Generalitat incluyó, entre otras medidas, tres elementos conectados. La creación del Impiva (Instituto de la Pequeña y Mediana Industria Valenciana); la...

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A finales de los ochenta la economía valenciana emitía señales de alarma. La ventaja competitiva de los sectores tradicionales, basada en unos costes de producción bajos, mostraba signos de agotamiento y los análisis aconsejaban diversificar el tejido productivo. Los problemas de fondo eran parecidos a los de hoy. El contexto era distinto. Y, visto desde el presente, quedaban dos décadas para reaccionar. La estrategia económica diseñada por la Generalitat incluyó, entre otras medidas, tres elementos conectados. La creación del Impiva (Instituto de la Pequeña y Mediana Industria Valenciana); la fundación de los institutos tecnológicos, y la apertura de un gran parque tecnológico. Este último, inaugurado en Paterna hace 20 años, ha acabado siendo otra oportunidad perdida.

El Consell de Joan Lerma cedió a la intensa campaña de la derecha
El PP rebajó los requisitos para instalarse, como el gasto en I+D

"Se trataba de crear un espacio en el área metropolitana de Valencia que sirviera no solamente para ayudar a la innovación en los sectores tradicionales, sino también para generar nuevas actividades, nuevos tipos de empresas y nuevos centros de investigación", explica Andrés García Reche, entonces consejero de Industria en el Gobierno autonómico socialista.

La apuesta consistía en crear un espacio diferenciado, con baja edificabilidad, espacios verdes y servicios comunes potentes. Un área de concentración de materia gris donde las empresas se relacionaran entre sí y con los centros de investigación. Donde el acceso fuera muy selectivo (solo para firmas innovadoras que demostraran serlo). Y donde al menos una parte de las empresas se instalaran de forma temporal: "Que pudieran estar allí durante un tiempo, desarrollar su producto y luego salir por la otra puerta. No queríamos que el millón de metros cuadrados se amortizara rápido y ya no hubiera posibilidad de utilizarlo como instrumento dinamizador del tejido económico, como vía para aprovechar la aparición de nuevas oportunidades", afirma García Reche.

"Ahora no es sorprendente", explica un veterano directivo del parque, "pero en aquella época era un proyecto realmente atractivo, rompedor, con muy pocas referencias en Europa".

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La Generalitat consiguió que SEPES (la entidad estatal de suelo) se encargara de adquirir los terrenos y urbanizarlos a cambio de recuperar la inversión con la venta de las parcelas. El Consell se reservaba el derecho de decidir quién entraba y quién no. El ahorro permitió destinar el presupuesto autonómico a los institutos tecnológicos. El acuerdo no impidió, sin embargo, que la derecha política y mediática desplegasen una campaña contra la Generalitat, a la que acusaban de despilfarrar.

El Gobierno de Joan Lerma mantuvo, inicialmente, la dirección. Se creó un consejo de administración del parque, al frente del cual se colocó al presidente del Impiva (que era el consejero de Industria), se integró a los sindicatos y a la patronal. Aunque coordinado con la política autonómica, el parque fue diseñado como una unidad de gestión autónoma. Ello suponía nombrar un gerente y darle mando.

Pasaron los meses. Se establecieron los primeros centros de investigación. Desde la derecha arreciaron las críticas. Una de ellas denunciaba que las empresas se resistían a instalarse porque encontraban demasiado alto el precio del suelo. "Eso era verdad. Pero había una política que así lo establecía, porque el aprovechamiento del suelo y los servicios comunes no eran los mismos que en un polígono industrial. La cuestión no nos preocupaba, porque en la medida que hubiésemos querido se hubiese bajado. Lo importante no era el precio del suelo, sino el objetivo del parque, cuyo periodo de maduración se estimaba en 10 o 12 años", señala García Reche.

Al año y medio de ser inaugurado, el Consell dio un golpe de timón. El consejero de Industria fue relevado. El consejo de administración fue disuelto. El planteamiento original se difuminó. "Las prisas políticas pudieron con él. Hay que pensar que en aquella época la sociedad no había interiorizado la importancia de la innovación. Y algunos sectores industriales, que marchaban bien con la economía sumergida y la rentabilidad a corto plazo, no lo veían como algo estratégico. A partir de 1995 (año de la llegada del PP) el proyecto se deterioró aún más. Rebajaron todos los requerimientos para instalarse, como el gasto en I+D, llenaron el parque, pero desvirtuando su sentido", dice el directivo.

El parque tecnológico es hoy un híbrido poco definido y sin personalidad jurídica propia. Tiene empresas y centros tecnológicos avanzados. Pero también empresas de suministros de la construcción o panificadoras industriales. La aversión de los primeros Gobiernos de Zaplana ha desaparecido, pero el parque lleva tiempo completo y no ha llegado a cumplir su misión dinamizadora, convertido en un polígono industrial de lujo. "Se han perdido como mínimo 10 años", concluye el experimentado directivo, "que hubiesen sido claves para diversificar nuestra economía".

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