Análisis:

Nacionalismo y soberanismo

Leí hace un tiempo El Bucle Melancólico, de Jon Juaristi. No me gustó, quizá no lo entendí. Sólo años después he apreciado la referencia al pensamiento de Miguel de Unamuno como origen del nacionalismo vasco, pero en sentido distinto. He comprendido que el sentimiento trágico de la vida unamuniano se halla en el ADN (o en el RH) del aranismo y de sus sucesores. De este modo se explica por qué el nacionalismo institucional (especialmente el PNV y el sector de Aralar que apuesta como objetivo estratégico por mantener al primero en el poder a toda costa) se toma tan en serio a sí mismo, se...

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Leí hace un tiempo El Bucle Melancólico, de Jon Juaristi. No me gustó, quizá no lo entendí. Sólo años después he apreciado la referencia al pensamiento de Miguel de Unamuno como origen del nacionalismo vasco, pero en sentido distinto. He comprendido que el sentimiento trágico de la vida unamuniano se halla en el ADN (o en el RH) del aranismo y de sus sucesores. De este modo se explica por qué el nacionalismo institucional (especialmente el PNV y el sector de Aralar que apuesta como objetivo estratégico por mantener al primero en el poder a toda costa) se toma tan en serio a sí mismo, se cree como una especie de nuevo San Manuel Bueno Mártir investido de una misión salvífica en la que, probablemente, ni siquiera cree, y cómo ello conlleva la absoluta impermeabilidad a la crítica, la incapacidad de autocrítica y el pleno convencimiento de ser una víctima permanente. No podía ser de otro modo en un pensamiento -el nacionalismo- que tiene sus raíces en la reacción irracional contra la razón, el romanticismo y, en cuanto a construcción jurídica, en el historicismo del jurista alemán Friedrich Karl Von Savigny (por no hablar de los hijos bastardos de este movimiento).

Belén Esteban, Egibar y Ezenarro son, al fin y al cabo, distintas caras de la misma moneda
Los derechos nacionales son los más adecuados para la transformación de la sociedad

¿Que estos rasgos son comunes a todos los nacionalismos y, en particular, al nacionalismo español? Pues no en todos los casos. Hace un par de meses hemos asistido a la explosión jubilosa de un nacionalismo exuberante, alegre, festivo. Un nacionalismo no agresivo, no excluyente, divertido, no de unos y de otros. En resumen, un nacionalismo de porteros que besan a periodistas.

¿Que éste no es el verdadero nacionalismo español? Pues también es verdad, al menos lo es en parte. Existe otro nacionalismo español, agresivo y casposo, cuyo icono más representativo, una vez amortizado el eurodiputado del PP Mayor Oreja, quizá sea la propia Belén Esteban. La madrileña, la musa de San Blas, comparte con el PNV y sus ayudantes ese sentimiento transcendente, trágico de sí mismo, casi histriónico. Comparten el sentirse permanentemente víctimas, el verse agraviados continuamente, la actitud de atrincheramiento ante la crítica, el tomarse a sí mismos absolutamente en serio y hasta la misma caída de ojos. Belén Esteban, Joseba Egibar y Aintzane Ezenarro son, al fin y al cabo, distintas caras de la misma moneda.

¿De lo anterior resulta que los pueblos como tales carecen de cualquier derecho que no sea el de celebrar los triunfos deportivos de sus equipos? Pues no, pero es cierto que, de la misma manera que Jellinek situó la base de los derechos subjetivos en su teoría de los distintos status, los derechos colectivos han de tener su asiento racional. Los derechos de los pueblos y las naciones no pueden situarse en bosques brumosos, hadas, derechos históricos, elfos o leyes viejas, sino que deben asentarse sobre la base de lo racional y el desarrollo del propio pensamiento democrático.

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En el mismo Título Octavo de la Constitución, y en otro ámbito en la Carta europea de Autonomía Local, se consagra el principio de subsidiariedad, del que es consecuencia directa el principio de que el poder es más democrático cuanto más cercano al ciudadano. Esto, que es válido para el poder administrativo y político, ¿por qué no ha de serlo para el poder constituyente o, lo que es lo mismo, para el poder soberano? La soberanía popular lo será aún más si es más próxima y no está diluida en la fórmula del artículo 2 de la Constitución.

Esta tesis, además, puede tener un carácter transversal. En el campo de la derecha nos encontramos con posiciones parecidas. El jurista Óscar Alzaga apuesta por el federalismo como solución al problema que plantea hoy el Senado en su magnífico Curso de Derecho Constitucional. Uno de los padres de la Carta Magna, Herrero de Miñón, mantiene una postura similar en sus artículos publicados en este mismo periódico. El PSOE tiene una larga tradición federalista y éste es su modelo de organización. En la izquierda, aún es más evidente, la misma semidifunta IU del Pais Vasco es un claro ejemplo de ello.

Me dirán: federalismo no es soberanismo. Sin embargo, si acudimos a la más sencilla definición de este modelo de Estado, nos encontramos con que el federalismo es aquel modelo en que los estados federados ceden parte de su soberanía para conformar el Estado Federal. Es decir, en esa cesión ejercen su soberanía, aunque sea para cederla en parte, pero por ello no deja de ser un acto soberano. Y, si pueden hacerlo en ese sentido, ¿por qué no van a poder hacerlo hacia otras vías como el federalismo asimétrico, el confederalismo o la independencia?

Los derechos nacionales entendidos como expresión de la apuesta por la democracia radical y el hecho de asumir que, en un mundo globalizado, los ámbitos más cercanos al ciudadano son los más adecuados para la transformación de la sociedad, desde un punto de vista de una izquierda moderna capaz de superar la realidad actual, pueden servir de base para la construcción de una alternativa también capaz de disputar la hegemonía al nacionalismo conservador. Dicho de otra manera, así entendidos, los derechos a los que nos referimos no sólo tienen virtualidad política por sí mismos, sino que pueden ser un instrumento de transformación social y, en el corto plazo, ser la base de un nuevo referente en la política vasca.

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