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Decoro gubernamental

Se dolía el profesor y diputado del Hórreo Pedro Puy en un reciente artículo (Decoro parlamentario, EL PAÍS, 27/6/2010) de los derroteros indecorosos que están adquiriendo las sesiones de la Cámara gallega. Llenan el Diario de sesiones afirmaciones cada vez más gruesas sobre la catadura del oponente y acusaciones cruzadas de actuaciones ilícitas supuestamente acaecidas con ocasión de la actuación desde la Xunta del rival. Una vez más he constatado mi coincidencia con el profesor compostelano, pero como yo también soy profesor y como él también tuve mi parte en la cosa pública gal...

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Se dolía el profesor y diputado del Hórreo Pedro Puy en un reciente artículo (Decoro parlamentario, EL PAÍS, 27/6/2010) de los derroteros indecorosos que están adquiriendo las sesiones de la Cámara gallega. Llenan el Diario de sesiones afirmaciones cada vez más gruesas sobre la catadura del oponente y acusaciones cruzadas de actuaciones ilícitas supuestamente acaecidas con ocasión de la actuación desde la Xunta del rival. Una vez más he constatado mi coincidencia con el profesor compostelano, pero como yo también soy profesor y como él también tuve mi parte en la cosa pública galaica, me voy a permitir proponer una reflexión adicional a partir de su diagnóstico, que tomo por cierto, indagando en la etiología, o sea, en las causas del mal (la falta de decoro parlamentario) que padece Galicia, para, en lo posible, mejorar el pronóstico.

No albergo la más mínima duda de que el germen de este indecoroso Parlamento se encuentra en la utilización por los responsables de la campaña del PP en las elecciones autonómicas de 2009 de la táctica conocida técnicamente como propaganda gris, que convirtió el debate político en un lodazal. Las imputaciones falsas, declaraciones hipócritas e insidias perfectamente orquestadas sustituyeron el debate político, reducido a coches de lujo, salas dionisíacas y cubiertas de embarcaciones en que osaron entrar los socialnacionalistas, en claro gesto antinatura. ¿Importó algo el que fuese la Administración popular la que adquiriese el 90% de esos coches anatemizados? ¿o que la administración del bipartito no se separase ni una coma de la letra de la ley para acometer todas las contrataciones cuestionadas? ¿o que el coche presidencial fuera el mismo que usó el anterior presidente? ¿o que la aAministración del bipartito organizase su adquisición con una consignación presupuestaria que figuraba en el proyecto anual de presupuestos remitido al Parlamento, en vez de enmascararla a través de una modificación de crédito en mitad del ejercicio, como hizo siempre el PP? ¿Importó ser consciente de la completa falta de fundamento de la instrucción criminal sobre la autovía del Barbanza -de acuerdo con el auto de quien primero la impulsó y luego la cerró- contra la anterior titular del departamento de obras públicas y sus funcionarios? ¿Hizo cejar al PP en su maledicente campaña ser consciente de la irreprochable honestidad de Emilio Pérez Touriño, ensalzada públicamente por el propio Núñez Feijóo -eso sí, una vez ganadas las elecciones- en el acto de imposición de la medalla de Galicia?

Coincido con el doctor Puy en que el discurso político debería centrarse en otras cuestiones y sobre todo adoptar otras formas. Ojalá su señoría sea capaz de convencer al resto de los miembros de su grupo y a la dirección de su formación política de que para vencer -y no pírricamente como en 2009- en unas elecciones no hace falta abrazar la zafiedad, abandonar la inteligencia, desdeñar el matiz y poner chascarrillos en el sitio donde debería haber ideas. Puy sabe que la política, la buena, aquella en la que pensaron los autores de la Enciclopedia cuando la definieron, la que merece la pena, la que hace sentir legítimo orgullo a quien la ejerce, la que jamás resultará atractiva para quienes sólo tienen vocación de convertirse en reos de cohecho y la que contribuye a elevar la calidad, no sólo material, sino también moral de la vida de los ciudadanos, no se construye sobre el lodo. Los gobiernos en el sistema parlamentario son reflejo de la composición de la Cámara, pero son los verdaderos protagonistas de la vida política, marcando la agenda y liderando la mayoría de las iniciativas. Mientras siga existiendo la tentación de llegar a ser Gobierno apoyando los pies sobre el lodo, el problema no será de falta de decoro parlamentario, sino gubernamental. Así pues, el doctor Puy debería, además, intentar influir en el actual Gobierno de Galicia, que ha utilizado los medios y las formas de la Administración al servicio del partido, con la única finalidad de obtener un par de titulares supuestamente abochornantes para la oposición, aun a sabiendas de que todo ello, cuando se le aplique el rigor, quedará en nada.

En una ocasión asistí con deleite a una sesión parlamentaria en la que un diputado lucense del PP enarboló un medido discurso en el que no faltaron citas a autores del Siglo de Oro, expuso el criterio que estaba detrás de su posición y obtuvo el respaldo que correspondía. Ya entonces celebré al autor su intervención y formulé el deseo de que todos los miembros de la Cámara siguiesen ese ejemplo, mirando distinto sin por ello sacarse los ojos. Para lograrlo, propondría a Puy que se recetase prudencia, elegancia, lecturas y, sobre todo, lealtad institucional, administrándose cada principio activo en una posología variable en función del sujeto concreto. En la esperanza de pronta mejoría, se remite.

Santiago Roura es profesor de Derecho Constituticional en la Universidad de A Coruña y fue alto cargo de la Xunta bipartita

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