Columna

Bésame, tonto

El otro día leí en el periódico con bastante sorpresa que se había celebrado una besada popular en Bilbao. Tuve que leer dos veces el titular, porque estaba convencida de que me había equivocado. ¿Gente besándose masivamente en las calles de Bilbao? Me imaginé que sería el típico titular capcioso, con trampa tipo "la besada se organizó para el rodaje de la película de Borja Cobeaga". Pero no señor, mire usted. Resultó que no había ni trampa, ni cartón. "Besar" y "Bilbao" coincidían fielmente en una misma frase, para mi regocijo y mi sorpresa.

Sonriente e intrigada, empecé a leer la noti...

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El otro día leí en el periódico con bastante sorpresa que se había celebrado una besada popular en Bilbao. Tuve que leer dos veces el titular, porque estaba convencida de que me había equivocado. ¿Gente besándose masivamente en las calles de Bilbao? Me imaginé que sería el típico titular capcioso, con trampa tipo "la besada se organizó para el rodaje de la película de Borja Cobeaga". Pero no señor, mire usted. Resultó que no había ni trampa, ni cartón. "Besar" y "Bilbao" coincidían fielmente en una misma frase, para mi regocijo y mi sorpresa.

Sonriente e intrigada, empecé a leer la noticia. La sorpresa dejó paso a una sensación de desconcierto. Resulta que esta besada popular no era ninguna fiesta. Era, en realidad, una protesta por la reciente aprobación de una ordenanza municipal de lo más extraña. Estudiémosla.

Esta ordenanza prohíbe "las prácticas sexuales incívicas en la vía pública", es decir, las que "atentan contra la ciudadanía mediante la exhibición pública de actos de marcado carácter íntimo y personal" y aquéllas en las que "el sexo esté explicitado y sea pública y notoria su realización, de forma y manera que resulte imposible no advertirlo". O sea, diciéndolo mal y pronto: prohibido magrear en la calle.

Sin pensar mucho, lo primero que se le viene a uno a la cabeza es: ¿En serio hacía falta esta ordenanza? Si ya sin ordenanza ni nada, así de natural, en Euskadi tenemos muy buena nota en lo del autocontrol. No somos un pueblo lascivo. No somos los romanos en sus bacanales. ¿Quién ha pensado que necesitábamos una ordenanza para acotar aún más nuestras pequeñas e insignificantes salidas de tiesto? Es como prohibir correr a más de 50 kilómetros por hora a la comunidad de las tortugas.

Pero, dejando a un lado nuestra idiosincrasia, también llama poderosamente la atención lo imprecisa que es esta ordenanza. ¿Cómo vamos a saber si estamos incumpliéndola, con lo subjetivos que son los límites que marca? ¿Un beso en la boca sería punible? ¿O sólo si hay lengua de por medio? ¿En serio van a colocar a un policía municipal a diez centímetros de las bocas para comprobarlo? Personalmente, como me pongan uno a mí, pienso denunciarle por acoso.

Pero los verdaderamente damnificados por esta ordenanza tan absurda son los adolescentes. Piénsenlo. Si alguien tiene la costumbre de magrear en la calle, son ellos. Sin casa y sin dinero para un hostal, su única opción es darse unos besicos por los soportales. Pues se acabó. Pan y agua al colectivo sobrehormonado.

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Si les digo la verdad, creo que esta ordenanza tiene menos futuro que Chewaka anunciando medias. Y si no, yo me sumo a la próxima besada popular.

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