Crítica:ÓPERA

Espacio, luz y sonido

Morton Feldman (Nueva York 1926-1987) amaba la pintura tanto o más que la música. "La nueva pintura", dijo en cierta ocasión, "me hizo desear un mundo sonoro, más directo, más inmediato, más físico que todo lo que existía antes". El expresionismo abstracto era su debilidad. Amigo de Rothko, a cuyas pinturas en una capilla a las afueras de Houston dedicó una obra musical impresionante, se sentía cercano también a De Kooning, Pollock o Rauschenberg. "He aprendido más de los pintores que de los músicos", llegó a decir, como recuerda Juan Manuel Bonet en el encabezamiento de un excelente trabajo e...

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Morton Feldman (Nueva York 1926-1987) amaba la pintura tanto o más que la música. "La nueva pintura", dijo en cierta ocasión, "me hizo desear un mundo sonoro, más directo, más inmediato, más físico que todo lo que existía antes". El expresionismo abstracto era su debilidad. Amigo de Rothko, a cuyas pinturas en una capilla a las afueras de Houston dedicó una obra musical impresionante, se sentía cercano también a De Kooning, Pollock o Rauschenberg. "He aprendido más de los pintores que de los músicos", llegó a decir, como recuerda Juan Manuel Bonet en el encabezamiento de un excelente trabajo en el catálogo de la exposición Vertical thoughts. Morton Feldman and the visual arts, actualmente en el Irish Museum of Modern Art de Dublín.

NEITHER

Ópera de Morton Feldman. Con Pilar Jurado, soprano. Dirección de escena: Peter Mussbach. Orquesta de RTVE. Director musical: Kwamé Ryan. Operadhoy 2010. Con la colaboración de EL PAÍS. Teatro de la Zarzuela, 10 de junio.

La dimensión -o aspira-ción- pictórica de la música de Feldman influye poderosamente en sus propuestas estéticas. En particular en su única ópera, Neither, estrenada en Roma en 1977, con responsabilidad escenográfica de Pistoletto y Wilson e inspirada en un texto de Samuel Beckett. El teatro São Carlos de Lisboa resolvió estas afinidades electivas en 2004 con una instalación del artista David de Almeida como solución escenográfica.

Peter Mussbach ha propiciado en La Zarzuela una curiosa experiencia a base de jugar con el espacio, la luz y el sonido, invitando al espectador a escuchar la ópera dos veces, una desde la sala y otra desde el escenario, con prácticamente los mismos efectos de luces, neones, humos y colores. Es una solución conceptual, minimalista a su manera, abstracta, sobria y sugerente, que tiene el inconveniente de limitar el número de asistentes a la capacidad del escenario pero que, sin embargo, favorece una doble sensación de experimentación por un lado y concentración en las esencias de los materiales teatrales por otro.

No se corresponde la originalidad escénica con el empuje musical. El intimismo de la lectura puede recordar lejanamente a Schubert -Feldman le admiraba. El pasado marzo, en La Casa Encendida se celebró una semana de conciertos alternando música de ambos-, pero falta quizás un arrebato de fuerza interior en la resolución orquestal. La soprano Pilar Jurado planteó una versión susurrante de mucho mérito. La fascinación de la obra se impuso en su globalidad y la representación resultó altamente estimulante.

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