Crítica:

Le llaman Jesús

No hay género cinematográfico más propenso a la retórica visual que la hagiografía: las aproximaciones a la figura del Mesías por parte de Pasolini y Scorsese, en sus respectivas El evangelio según San Mateo (1964) y La última tentación de Cristo (1988), intentaron combatir los excesos estilísticos del cine sacro contemplando a un hombre donde la fe determinaba que, en realidad, había un hijo de Dios. Ninguno de los dos cineastas pudo evitar, no obstante, que su propuesta a contracorriente acabase acuñando una nueva retórica: el Jesucristo de Scorsese acabó siendo otra declinació...

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No hay género cinematográfico más propenso a la retórica visual que la hagiografía: las aproximaciones a la figura del Mesías por parte de Pasolini y Scorsese, en sus respectivas El evangelio según San Mateo (1964) y La última tentación de Cristo (1988), intentaron combatir los excesos estilísticos del cine sacro contemplando a un hombre donde la fe determinaba que, en realidad, había un hijo de Dios. Ninguno de los dos cineastas pudo evitar, no obstante, que su propuesta a contracorriente acabase acuñando una nueva retórica: el Jesucristo de Scorsese acabó siendo otra declinación del (anti)héroe scorsesiano/schraderiano; y Pasolini legitimó una caligrafía del despojamiento que quizá bordeó la delgada línea que separa lo sublime de lo auto-paródico en El cant dels ocells (2008) del simpar Albert Serra.

EL DISCÍPULO

Dirección: Emilio Ruiz Barrachina. Intérpretes: Joel West, Marisa Berenson, Ruth Gabriel, Juanjo Puigcorbé, Hoyt Richards.

Género: histórico. España, 2010. Duración: 101 minutos.

Emilio Ruiz Barrachina invoca el modelo pasoliniano en El discípulo, su primera -y atrevida, casi imprudente- incursión en la ficción. Su propósito es debatir en la zona de desajuste que existe entre la figura histórica (con sus aristas políticas) y el icono religioso. Inevitablemente, su desvío del canon acaba generando otra retórica, que es la de un desconcertante preciosismo posibilista, puntuado por recursos eficaces para el distanciamiento como esa sobreimpresión de imágenes prestadas de un viejo péplum sobre un fondo de llamas que afea una de sus escenas.

El discípulo tiene algo de la disuasoria textura povera del cine fundamentalista cristiano para afirmarse como su contrario: una plataforma para plantear pertinentes preguntas acerca de un Jesucristo que quizá nunca había sido en la pantalla tan áspero, desamparado, hostil, desdivinizado y problemático como aquí lo encarna Joel West.

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