Columna

Ultras

Sobre la reforma sanitaria americana los medios europeos han configurado un escenario moral: a un lado, los solidarios, al otro, la extrema derecha. Todos los que se resistían a los planes de Obama han sido retratados como ultras. No obstante, es curioso el uso de tal término en el único país del mundo que a lo largo de su historia siempre ha sido una democracia y no ha padecido ninguna tentativa seria de conspiración militar ni movimiento autoritario en contra de la democracia. Sobre el partido republicano se podrán decir muchas cosas, y sobre la política exterior norteamericana (en la que re...

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Sobre la reforma sanitaria americana los medios europeos han configurado un escenario moral: a un lado, los solidarios, al otro, la extrema derecha. Todos los que se resistían a los planes de Obama han sido retratados como ultras. No obstante, es curioso el uso de tal término en el único país del mundo que a lo largo de su historia siempre ha sido una democracia y no ha padecido ninguna tentativa seria de conspiración militar ni movimiento autoritario en contra de la democracia. Sobre el partido republicano se podrán decir muchas cosas, y sobre la política exterior norteamericana (en la que republicanos y demócratas, por cierto, disienten más bien poco) se podrán decir algunas más. Pero denominarlos ultras es una interesada confusión.

Resulta difícil afirmar que las opiniones de la mitad de la población de Estados Unidos se explican por la ideología ultra. En Estados Unidos se celebran periódicamente elecciones libres para designar al presidente, al vicepresidente, a gobernadores, a alcaldes, a miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, y en muchos estados a una infinidad de otros cargos públicos, desde fiscales hasta sheriffs. En Estados Unidos la libertad de prensa es indiscutible, y personajes como Chomsky pueden declarar, con semblante endurecido pero bien alimentado, que los sucesivos gobiernos de su país son un hatajo de asesinos y terroristas. En Estados Unidos hay libre mercado, una organización federal descentralizada, un poder judicial independiente, libertad de expresión y manifestación, y una tupida red asociativa que opera al margen del estado y no depende de él. Para ser un país lleno de ultras todo esto no está mal.

Lo extraño es que jamás se utilice la palabra ultra para identificar la dictadura cubana, donde el tirano gobierna desde antes de que naciera el ochenta por ciento de la población mundial, mantiene a su país hundido en la miseria, es responsable de varios miles de ejecuciones y del exilio de dos millones de personas. Nadie denomina ultras a los gobernantes de Corea del Norte o de Zimbabue. Nadie denomina ultras a las milicias de Chaves o de Evo Morales, que ocupan las calles al más puro e intimidatorio estilo fascista.

Conviene recordar que la extrema derecha, los auténticos ultras, reprueban explícitamente la democracia liberal y el sistema capitalista. Pocas cosas podrían espantar más a un yanqui típico que el recetario de nacionalsocialistas, falangistas y fascistas: nacionalización de la banca, control de la economía, control de la educación, control de la cultura, policía omnipotente, servicio militar obligatorio... Realmente, si a alguien se parecen los ultras de derecha es a los ultras de izquierda, concertados en la idea de que el Estado debe reglamentar la realidad mediante mandatos coactivos, ya que las opiniones y conductas de la gente (y esto es fundamental para ellos) nunca son de fiar.

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