Crítica:PURO TEATRO

Besos con lengua

Los bosques barrocos a menudo no dejan ver los árboles. Sin embargo, en Valle-Inclán y en Lorca tiemblan todas las hojas y se te llena la boca de fruta. Dos espíritus libres y salvajes que escriben para el teatro del porvenir

Tema de hoy (monográfico, bien se ve): la lengua española o castellana. A ser posible, en su faceta dramática, ya que este recuadro alberga habitualmente críticas de teatro. Primera pregunta: señale, hágame el favor, cimas que dieron a la caza alcance. Ah, ésa me la sé, no hay que romperse mucho los cascos: Valle y Lorca, Padres Fundadores y Maestros Mágicos. Aunque si se trata de fechar el lingotazo (o lengüetazo) originario, Lorca me intoxicó (o me lamió, con perdón) primero. A los siete años (míos). Y no con una función sino con un poema, que para el caso es lo mismo: intoxicación (y...

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Tema de hoy (monográfico, bien se ve): la lengua española o castellana. A ser posible, en su faceta dramática, ya que este recuadro alberga habitualmente críticas de teatro. Primera pregunta: señale, hágame el favor, cimas que dieron a la caza alcance. Ah, ésa me la sé, no hay que romperse mucho los cascos: Valle y Lorca, Padres Fundadores y Maestros Mágicos. Aunque si se trata de fechar el lingotazo (o lengüetazo) originario, Lorca me intoxicó (o me lamió, con perdón) primero. A los siete años (míos). Y no con una función sino con un poema, que para el caso es lo mismo: intoxicación (y alucinación subsiguiente) por ingesta de fruta alienígena. Tengo, pues, siete años, y acabo de encontrar un libro que mi abuelo ha escondido detrás de la estantería: Romancero gitano, en una edición del Frente Popular (1937, 5 céntimos). Las tapas están forradas con papel de periódico. Abro el libro y en aquellas páginas que casi se me deshacían entre los dedos leo: "Ajo de agónica plata / la luna menguante pone / cabelleras amarillas / a las amarillas torres". No entiendo un grijo pero me quedo turulato, transido, acalambrado. Acojonado, para ser preciso. Como si acabaran de plantarme en los morros el ojo degollado de Un perro andaluz. ¡Ajo de agónica plata! ¡Qué hijo de puta! No sabía yo que con las palabras se podían destilar tales zumos. ¿Y Valle? Valle tardó un poco más en atizarme en la cresta. Primera fulguración: Romance de lobos, el montaje de José Luis Alonso, en el Moratín de Barcelona, 1971, con el inmenso José Bódalo. Yo había descubierto a Valle, como todo quisque, en las bienaventuradas ediciones de Austral, y no sabía si me parecían más suculentas las acotaciones o los diálogos de aquel lenguaje que sabía ser "zurriago y caricia", pero lo de Alonso fue un zambombazo: realmente divinas palabras, escuchadas, paladeadas, encarnadas en la voz de Bódalo y compañía. En plata: la convicción de la simbiosis absoluta, de que el texto no podía sentirse ni decirse de otro modo. Por cierto que entre Lorca y Valle hubo un interludio que no me quiero saltar. Si el primer beso de lengua llegó a caballo del surrealismo (con crines amarillas), el siguiente viajaba en el serpentín refrigerante del humor. Nueva puerta abierta al otro lado, al País de la Fantasía: a lo grotesco, lo delirante, lo inverosímil. Ahora tengo doce años y el teatro clásico español me parece engolado y altisonante: encuentro más invención, más locura, más ritmo y centelleo en un programa televisivo llamado Risa Española, por el que desfila, gracias sean dadas a los dioses, un puñado de malabaristas del idioma llamados Arniches, Jardiel, Muñoz Seca, Mihura, García Álvarez, servidos por un no menos magistral equipo de acróbatas, garantes de alegría instantánea: Valeriano Andrés, Luis Varela, Alfredo Landa, Rafael López Somoza y un largo etcétera. Espere un momento, chato: ¿en serio me dice que el teatro clásico español no le parecía la monda? En serio le digo que sólo a ratos, narigón. Lope era seco y fresco como una casa bien ventilada, pero el barroco patrio me resultaba excesivamente retorcido y cantarín: demasiada deliberación formal. Ah, caramba ¿Y no la hay en su adorado Valle? Claro que sí, pero por un lado la trasciende y por otro no está forzada. A mi modo de ver, el músculo de la lengua, tanto poética como dramática (de nuevo viene a ser lo mismo) reside en la musicalidad y la fluidez de su vuelo; en la capacidad de ir de lo más aéreo a lo más terrenal sin trepidaciones, como promulgó el señor Shakespeare. Y en la alquimia de emoción, contemplación y agitación sin forzar el tono, que siempre queda feo. Cuando digo "excesiva deliberación formal" me refiero a que los bosques barrocos a menudo no dejan ver los árboles: en Valle y en Lorca, en cambio, tiemblan todas las hojas y se te llena la boca de fruta y de sangre. Es que son primos hermanos, salta a la vista. Dos espíritus libres y salvajes, dos visionarios que escriben "para el teatro del porvenir". Uno quiere excavar un túnel bajo la arena para "extraer una fuerza oculta, para contar las cosas que nos pasan y las que nos negamos a ver" y mira hacia lo hondo; el otro mira a lo largo y desde arriba; los dos tocan el otro lado y escriben desde allí. Esos dos chavales se hablan de terrado a terrado con dos latas vacías de Cola-Cao, enlazados por el mismo hilo. Lorca: "Quiero visitar el mundo estático donde viven todas mis posibilidades y paisajes perdidos; quiero entrar frío pero agudo en el jardín de las simientes no florecidas y de las teorías ciegas en busca del amor que no tuve pero que era mío". Valle: "Mi estética es una superación del dolor y de la risa, como deben ser las conversaciones de los muertos al contarse las historias de los vivos. Yo quisiera ver este mundo desde la perspectiva de la otra ribera". Última pregunta, que se acaba el recuadro. ¿Nacieron criaturitas de ese polvo cósmico? Pocas, la verdad. En el teatro español, guárdeme usted el secreto, demasiadas veces se besa sin lengua. O con una lengua plana, funcional o funcionarial, sin eco y sin misterio, o con la resonancia de una mala traducción... Vale, corte la cháchara y mójese. Muy bien, vamos allá. A bote pronto le diría que la coyunda de Valle y Lorca engendró a Arrabal y a Nieva, pero eso no lo pienso (o no lo siento) de un modo constante ni absoluto: depende del fulgor y depende de la noche. De un modo constante y absoluto lo pienso y lo siento ante los empeños de Eusebio Calonge y sus compadres de la Zaranda. Los únicos que en el teatro de hoy siguen buscando la trascendencia y lo sagrado; los únicos que creen que "entre día y día están los sueños"; los únicos que se atreven a proclamar, mientras los listillos alzan su previsible risita, que "el teatro es una herramienta de Dios para comunicarse con el hombre". Y que la fe es la creación, y la fe es siempre alegre. Eso dice Calonge, más spinozista que Spinoza. La fe y la risa, nunca la risita, "de quienes aún sienten la nostalgia del paraíso frente a la carcajada desdentada del tiempo". Calonge y La Zaranda, que han vuelto estos días al Español (¿dónde, si no?) con Futuros difuntos.

Calonge y La Zaranda se atreven a proclamar, mientras los listillos alzan su previsible risita, que "el teatro es una herramienta de Dios para comunicarse con el hombre"

Futuros difuntos. Eusebio Calonge. La Zaranda. Teatro Inestable de Andalucía la Baja. Teatro Español. Madrid. Hasta el 28 de febrero. www.lazaranda.net.

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