Editorial:

Seguridad imposible

El atentado frustrado en un vuelo de Europa a EE UU dispara de nuevo todas las alarmas

Era el vuelo 253 de Ámsterdam a Detroit, el día de Navidad, y aunque la reconstrucción de los hechos aún es borrosa, se sabe que un joven nigeriano, ex universitario en Londres, hijo de banquero, trató de volar el aparato por medio de un útil incendiario sujeto a la pierna. Había atravesado los controles holandeses y a pesar de que se hallaba en una lista de posibles conexiones terroristas sólo la pronta intervención de pasajeros y tripulación, y su falta de destreza para manejar el artefacto, evitó una tragedia de mayores proporciones.

El ciudadano que se apresta a volar, y mucho más s...

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Era el vuelo 253 de Ámsterdam a Detroit, el día de Navidad, y aunque la reconstrucción de los hechos aún es borrosa, se sabe que un joven nigeriano, ex universitario en Londres, hijo de banquero, trató de volar el aparato por medio de un útil incendiario sujeto a la pierna. Había atravesado los controles holandeses y a pesar de que se hallaba en una lista de posibles conexiones terroristas sólo la pronta intervención de pasajeros y tripulación, y su falta de destreza para manejar el artefacto, evitó una tragedia de mayores proporciones.

El ciudadano que se apresta a volar, y mucho más si su destino es Estados Unidos, vive hoy un pánico plenamente justificado. Tenga o no el nigeriano detenido conexiones con la organización de Bin Laden, como se creía inicialmente, o haya actuado de forma individual, como parece más probable, el incidente constituye ya un triunfo de Al Qaeda. Si el terrorismo persigue la muerte de inocentes, pero no de cualquier manera, sino bañada en una marea de terror colectivo, eso es lo que ha conseguido con el vuelo 253 de Northwest Airlines.

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¿Cuál puede ser la respuesta, dentro de lo cotidiano? Sólo redoblar los mecanismos de seguridad, hacerlos todo lo impermeables que sea posible, intentar evitar el resquicio. En muchos vuelos con destino o salida de EE UU eso es ya una instantánea realidad, lo que no ha impedido la llegada de Umar Farouk Abdulmutallab. Colas mamotréticas para franquear puestos de control; cacheos policiales; limitación de la movilidad en vuelo. Para las aerolíneas, que ya encadenan casi dos años negros como consecuencia de la crisis, son las peores noticias que podían oír.

Los fantasmas del 11 de septiembre de 2001 permanecen muy vivos en la memoria colectiva. La consecuencia inmediata del atentado frustrado de Detroit ha sido la elevación al máximo nivel de los controles aeroportuarios a escala internacional. Si hay algo que pueda impedir el desplome de una actividad masiva y que hasta hace muy pocos años era inocua, es un trabajo de prevención informativa. Hay que revisar, actualizar y uniformizar las listas de pasajeros conflictivos. Y es imprescindible una plena cooperación internacional, sin fisuras, presidida por la buena fe. Todo con tal de evitar el momento en que para volar haya que someterse a pruebas previas, de horas o días, a fin de garantizar que somos quienes decimos ser.

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