Absuelto de violación por la "pasividad" de la víctima

La Audiencia considera que la agredida "no exteriorizó de forma clara su falta de consentimiento" al acto sexual

Raquel O. A. "no exteriorizó de forma clara su falta de consentimiento". Es lo que argumenta una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid para absolver a un osteópata acusado de un delito de agresión sexual. Según la sala, la "pasividad" de la víctima "reforzó la equivocada idea del acusado de que estaba dispuesta a seguirle su juego sexual". La fiscalía pedía para Francisco G. G. ocho años de cárcel y una indemnización de 30.000 euros para la víctima.

Raquel había sufrido un accidente de coche y tenía un esguince cervical. Aconsejada por un amigo, acudió a la consulta del acusado...

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Raquel O. A. "no exteriorizó de forma clara su falta de consentimiento". Es lo que argumenta una sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid para absolver a un osteópata acusado de un delito de agresión sexual. Según la sala, la "pasividad" de la víctima "reforzó la equivocada idea del acusado de que estaba dispuesta a seguirle su juego sexual". La fiscalía pedía para Francisco G. G. ocho años de cárcel y una indemnización de 30.000 euros para la víctima.

Raquel había sufrido un accidente de coche y tenía un esguince cervical. Aconsejada por un amigo, acudió a la consulta del acusado, en la Clínica Sanar, el 26 de diciembre de 2006. Lo primero que hizo el masajista fue pedirle que se desnudara. Raquel se extrañó, pero él le dijo que estuviera tranquila, que llevaba 17 años de profesión. Se quedó en sujetador, bragas y pantis. Empezó con masajes en la espalda. Después le pidió que se diera la vuelta y continuó hasta que, en un momento dado, "le dijo que se trataba de una mujer muy especial y que por eso le iba a regalar un masaje sólo para ella, que se relajara y disfrutara, era su momento", según recoge la sentencia.

"Quería gritar, pero no podía, quería correr y tampoco", dijo Raquel al juez

El hombre se puso tras ella y empezó a murmurarle al oído mientras le daba masajes en el brazo, que pasaron a ser caricias y fueron bajando hacia el ombligo y los pantis. Entonces se colocó junto a ella y le introdujo los dedos en la vagina. "Raquel se incorporó para decirle qué haces, qué estás haciendo", escribe el magistrado ponente. El masajista la tumbó otra vez sobre la camilla "y bajándose los pantalones se puso encima de ella para consumar el coito, eyaculando en su interior", continúa la sentencia.

Después le introdujo los dedos en el ano y cuando intentó penetrarla, Raquel "le pidió por favor que no lo hiciera". El hombre, agrega el fallo, "cesó en ese empeño y procedió a penetrarla de nuevo por la vagina, pero antes ella misma le solicitó que se pusiera un preservativo". Hasta ahí los hechos que el tribunal considera probados, como también certifica las secuelas que sufrió Raquel: tristeza constante, insomnio, dificultad de concentración, pérdida del apetito, baja autoestima...

La sentencia recoge también el testimonio de Raquel: "La sensación era de humillación, de indefensión, me sobrepasaba, quería gritar pero no podía, quería correr y tampoco. No podía moverme. Lo único que alcancé a decirle es que ya que lo vas a hacer otra vez ponte un preservativo". Más adelante relata: "Estaba bloqueada y con miedo, le dije que me quería ir, y me contestó que no me iba a ir hasta que no me follara otra vez, haciendo alusión a lo macho que era".

Para la abogada de Raquel, especializada en casos de agresiones sexuales, lo que sucedió está claro y es muy frecuente: "La víctima se bloqueó, y eso le impidió exteriorizar la negativa". Asegura que "ese bloqueo quedó avalado en informes de expertos, pero el tribunal no los valoró". Al contrario, se desmenuza el relato de la víctima en busca de contradicciones y comportamientos que, según el fallo, hicieron creer al masajista que ella consentía.

Por ejemplo, Raquel explica que hubo un momento en el que el hombre entraba y salía de la consulta. Fue entonces cuando envió un sms a una amiga, un SOS. El magistrado escribe: "No es entendible que su reacción no fuera vestirse y salir de allí". Según la sentencia, "participó de una situación inesperada de la que no supo responder" y su estrés postraumático fue consecuencia "de su posterior sentimiento de culpa de no haber reaccionado, lo que refuerza la hipótesis de que no expresó al procesado que las relaciones sexuales no eran consentidas".

La sentencia

- "No parecía que Raquel se lo impidiera, por lo que la probabilidad de que el procesado considerara que estaba aceptando su proposición resultaba muy alta".

- "Sin duda el hecho de pedirle que se pusiera un preservativo pudo entenderlo el acusado como síntoma de que estaba consintiendo con el acto sexual".

- "Declaró que se sintió intimidada, si bien a renglón seguido añadió 'pero, bueno, entendí que era un profesional, y confiaba en él', cuando intimidación y confianza son antónimos. En efecto, quien se siente intimidado, esto es, con miedo, no puede confiar en quien le ha causado tal recelo".

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