Análisis:12ª jornada de Liga: mañana, el gran clásico

El bálsamo de Guardiola

Hay algo en Pep Guardiola que lo hará imprescindible en la historia mundial del fútbol: la decencia, la humildad y el respeto universal por las virtudes y los defectos de la gente. La crisis que se avecinaba en el Barça con la ausencia (celebrada por los mezquinos) de Lionel Messi y de Zlatan Ibrahimovic hacía presagiar un rechinar de dientes del entrenador, un canguelo de la plantilla y un desastre. Y no ocurrió nada de eso ante el Inter. Al contrario, fue una celebración del fútbol, que se convirtió además en una lección de elegancia del hombre, Guardiola, capaz de interpretar la realidad pa...

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Hay algo en Pep Guardiola que lo hará imprescindible en la historia mundial del fútbol: la decencia, la humildad y el respeto universal por las virtudes y los defectos de la gente. La crisis que se avecinaba en el Barça con la ausencia (celebrada por los mezquinos) de Lionel Messi y de Zlatan Ibrahimovic hacía presagiar un rechinar de dientes del entrenador, un canguelo de la plantilla y un desastre. Y no ocurrió nada de eso ante el Inter. Al contrario, fue una celebración del fútbol, que se convirtió además en una lección de elegancia del hombre, Guardiola, capaz de interpretar la realidad para que ésta no le apabulle. Y el equipo salió beneficiado de esa actitud, que se compone de algunos gestos muy precisos.

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En primer lugar, en Bilbao. El Inter no existe, decía el entrenador. Existía el partido ante el Athletic. Respeto máximo por ese choque. Las cosas luego salieron como salieron; es decir, al Barça se le mojó la pólvora; decían los agoreros (y los mezquinos, los que se alegraron, en sus primeras páginas, de que Messi se fuera a la enfermería) que se acababa (¡otra vez!) un ciclo. Cuando, en efecto, Messi se anunciaba como baja, Guardiola explicó que en el equipo hay muchísima gente. El mensaje sobre la ausencia de catástrofe cayó sobre el equipo como un bálsamo. No era sólo un gesto de alivio o de solidaridad con una plantilla puesta bajo presión. Era un mensaje que abrazaba una idea: el Barça no basa su juego en la abundancia de estrellas, no es un firmamento cualquiera; es la consecuencia de una sinfonía que tiene su raíz en el respeto por la posibilidad de que todos, en algún momento, despierten su genio.

Guardiola sabe que ésa es una carta que tiene marcada. Él sabe, porque lo sabe también el futbolista, que tiene un delegado en el campo que interpreta esa globalización del equipo que el entrenador ha ido alimentando a base de dar confianza a todos los elementos. Ese hombre es Andrés Iniesta, el delegado de Guardiola. Está Xavi Hernández, qué duda cabe, pero hay algo polivalente en Iniesta que ha convertido su presencia en una especie de acordeón que sirve sobre todo para diezmar al contrario sin tener que esforzarse demasiado. Su ritmo es el de un Di Stéfano que estuviera dispuesto a ser él mismo y su doble; a desdoblarse constantemente en otro futbolista o en su sombra. La noche del martes pasó eso ante el Inter: Iniesta los mareó, les hizo ver doble, y por ahí entró el gran fútbol de la primera parte.

Ésa es la verdadera dimensión del equipo que ha querido crear Guardiola. No hay grandes pizarras ni apuntes exhaustivos. El Barça juega así como la consecuencia de un pensamiento que se parece a un sueño. Por eso es la pesadilla que surge cuando menos se lo esperan los otros, cuando se sientan en el banquillo gente como Messi o Ibrahimovic.

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