La crispación preelectoral invade la política británica

Los 'tories' atacan el programa laborista leído por la reina

El tradicional discurso de la reina, en el que la monarca británica lee el programa legislativo de su Gobierno en la apertura del año parlamentario en Westminster, estuvo marcado ayer por la crispación. La tensión a unos seis meses vista de las elecciones generales se reflejó en el cruce de acusaciones de la víspera y en el tono más sarcástico que irónico en el debate posterior, en el que existe la tradición de recurrir al legendario sentido del humor británico para abrir el curso legislativo.

En los días previos al discurso, conservadores y liberales-demócratas acusaron a los laborista...

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El tradicional discurso de la reina, en el que la monarca británica lee el programa legislativo de su Gobierno en la apertura del año parlamentario en Westminster, estuvo marcado ayer por la crispación. La tensión a unos seis meses vista de las elecciones generales se reflejó en el cruce de acusaciones de la víspera y en el tono más sarcástico que irónico en el debate posterior, en el que existe la tradición de recurrir al legendario sentido del humor británico para abrir el curso legislativo.

En los días previos al discurso, conservadores y liberales-demócratas acusaron a los laboristas de querer utilizar a la reina Isabel para lanzar su programa electoral. Al final, todo quedó en una quincena de propuestas de ley con mucho acento en la poscrisis económica y con guiños a la izquierda laborista y al electorado más anciano. Sí, con tintes electorales y con pocas posibilidades de que en lo que queda de legislatura puedan aprobarse muchas de las propuestas. Pero si lo que se vio ayer es el programa del Partido Laborista, va a ser un programa muy modesto.

Entre las propuestas presentadas por el primer ministro, Gordon Brown, no hubo sorpresas. La legislación para controlar más de cerca la banca lleva meses en los medios; el proyecto de reducir la deuda pública a la mitad en cuatro años parece más un acto de contrición que un compromiso; la prohibición de las bombas de racimo es una vieja promesa; las propuestas de incrementar las prestaciones para los ancianos que viven solos en casa tiene tintes electorales, ¿pero quién se va a oponer a ello?; la transferencia de más competencias a Escocia y Gales no suscita mayor polémica, y el incremento del poder local para afrontar las inundaciones difícilmente puede suscitar controversia entre la opinión pública.

Brown hacía visibles esfuerzos por sonreír y mantener algún tipo de conversación con el líder conservador, David Cameron. Éste, en cambio, prefirió mantener un semblante de gravedad seguramente exagerado, dado el tono más bien festivo del día.

La trascendencia facial de Cameron quizá podía tener algo que ver con el sondeo publicado la víspera por el prolaborista -aunque no muy pro-Brown- The Guardian. El diario le declaraba "PM in waiting", primer ministro a la espera o primer ministro electo. Y situaba al tory por encima de Brown en todo: con más sustancia, más decidido a la hora de tomar decisiones, más capaz de tomar la decisión adecuada en momentos difíciles. Y mientras un 42% de los entrevistados declaraba que se sentiría complacido con una victoria de Cameron (frente a un 36% que no), un 53% se sentiría enfadado si ganara Brown.

Pero, y es un gran pero, los laboristas han recortado de 17 puntos a 13 la distancia que los separa de los tories, que no consiguen romper la barrera del 42%-45%, cuando el Nuevo Laborismo de Tony Blair estaba en 1997 por encima del 50% en la intención de voto a seis meses vista de las elecciones. Es decir, venía a decir The Guardian sin decirlo, ¿puede el laborismo evitar la derrota si cambia de candidato?

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Cameron (izquierda) y Brown, tras el discurso de la reina.REUTERS

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