AL CIERRE

Toros y toreros

Admito que sólo una vez he estado en una plaza de toros, cuando era muy niño, y quedé tan dolorido que mi memoria sólo ha retenido la imagen de una reluciente espada y la larga lengua de un ensangrentado morlaco. Tampoco aguanté más de una matanza del cerdo. Ni pude ver más de una ocasión cómo mi madre despellejaba a un conejo y mi padre decapitaba a un pato. A los chicos como yo nos tomaban por unos cobardes o afeminados, que por entonces, en mi pueblo, venía a ser lo mismo, como si se tratara de una enfermedad. No se reparaba en el sufrimiento del animal, sino en el miedo de la persona: si h...

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Admito que sólo una vez he estado en una plaza de toros, cuando era muy niño, y quedé tan dolorido que mi memoria sólo ha retenido la imagen de una reluciente espada y la larga lengua de un ensangrentado morlaco. Tampoco aguanté más de una matanza del cerdo. Ni pude ver más de una ocasión cómo mi madre despellejaba a un conejo y mi padre decapitaba a un pato. A los chicos como yo nos tomaban por unos cobardes o afeminados, que por entonces, en mi pueblo, venía a ser lo mismo, como si se tratara de una enfermedad. No se reparaba en el sufrimiento del animal, sino en el miedo de la persona: si había un problema era mío y no del animal.

No me quedó más remedio que afrontar la amenaza de ser desheredado y hacerme el huidizo cada vez que me proponían degollar a un marrano o escaparnos hasta una corrida. No tuve mayor problema hasta que un día leí una crónica taurina de Joaquín Vidal. Me pareció tan bien escrita y me emocionó tanto que me reproché no haber estado en la plaza. Inicialmente, me dije que era un trastorno pasajero. Hasta que se repitió con una enfermiza asiduidad. Deseaba que hubiera corridas de toros cada día para disfrutar de Vidal. El maestro me hechizó de tal manera que mi afición a la lectura sobre toros y toreros sobrevivió a su muerte, y admito que hoy soy un más o menos seguidor en la distancia de José Tomás porque continúo sin ir a la plaza.

Me gusta imaginarme la corrida y, curiosamente, nunca se me aparece la espada ni la lengua. Me ha ido bien durante un tiempo. Ahora ya no, desde que convencí a un amigo de un amigo que no era amigo mío de que no podía ir por la vida sin ver un partido del Barça por más que no le gustara el fútbol ni cuanto se escribe sobre el juego. Le conté que en tiempos del dream team poetas y matemáticos alérgicos a la pelota se habían rendido y juntado en el Camp Nou porque en Barcelona la comidilla era el equipo de Cruyff y hasta acabaron por contar una teoría sobre el efecto del pase multiplicador. Y le expliqué después que el Barça de Guardiola juega con el mismo arte con que torea José Tomás. Noble y honesto, respetuoso con las esencias y con el adversario, ataca de forma valiente, con pureza y sentimiento, clásico y muy hondo.

¿Cuántas veces has visto a José Tomás?, me preguntó, tras descubrir que no decía más que obviedades. Ninguna, le respondí, antes de comprometerme a asistir a la próxima corrida del maestro de Galapagar: "Yo a La Monumental y tú al Camp Nou". Así que volveré a los toros convencido de que José Tomás me hará vivir y sentir la misma belleza y profundidad que seguro descubrirá mi amigo con el equipo de Guardiola. Asistiré por mi nuevo amigo, por Guardiola, por Tomás, por Vidal y por nostalgia hacia mi querido compañero y vecino Serafí, que a veces escribe también de toros y ahora nos deja para dictar noticias de coches.

Tengo la esperanza de que la faena será tan estupenda que no matarán al toro. ¿Acaso no indultan a los que se lo merecen?

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