Crítica:

Hoy es Nunca Jamás

Cuando se es casi un cuarentón y se tiende a huir de la madurez para instalarse en los comportamientos adolescentes, quizá sea la hora de reflexionar sobre adónde se quiere dirigir la existencia. Pero ¿qué es la madurez? ¿Relajación, razonamiento y calma? ¿O monotonía, hipoteca y seguro de vida? ¿Y qué la juventud? ¿Emoción, sorpresa y ausencia de prejuicios? ¿O descontrol, impostura y remordimiento matinal? Alberto Rodríguez se lo pregunta en su notable cuarto largometraje, After, un viaje al fondo de la noche, de la mente, del corazón, protagonizado por tres amigos al borde de los cua...

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Cuando se es casi un cuarentón y se tiende a huir de la madurez para instalarse en los comportamientos adolescentes, quizá sea la hora de reflexionar sobre adónde se quiere dirigir la existencia. Pero ¿qué es la madurez? ¿Relajación, razonamiento y calma? ¿O monotonía, hipoteca y seguro de vida? ¿Y qué la juventud? ¿Emoción, sorpresa y ausencia de prejuicios? ¿O descontrol, impostura y remordimiento matinal? Alberto Rodríguez se lo pregunta en su notable cuarto largometraje, After, un viaje al fondo de la noche, de la mente, del corazón, protagonizado por tres amigos al borde de los cuarenta: el padre de familia ahogado por las reglas, impoluto por fuera y vacío por dentro; el triunfador profesional abocado al fracaso con uno mismo; y la mujer guapa, manipuladora y altiva cuando está acompañada, sobre todo de hombres, aunque incapaz de gobernarse a sí misma.

AFTER

Dirección: Alberto Rodríguez. Intérpretes: Tristán Ulloa, Guillermo Toledo, Blanca Romero.

Género: drama. España, 2009.

Duración: 116 minutos.

Estamos ante la historia de una juerga. Pero hay tres puntos de vista, expuestos de forma consecutiva. Y, por tanto, tres visiones, a veces opuestas. El hilo conductor, la potentísima imagen de cada uno de ellos, ciegos de whisky y drogas, bailando por encima del mundo, es la viva imagen de la falsedad. After, comandada por tres soberbias interpretaciones, es una colección de símbolos de gran efectividad, a veces demasiado marcados (el síndrome de Peter Pan, con Guillermo Toledo gritando "¡Hoy es Nunca Jamás!"). Eso sí, Rodríguez no pontifica. La película es un chute hasta su desolador plano final.

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