Columna

Peligro en dulce

La revista británica The Lancet pidió hace poco a los famosos que no participaran en anuncios, dirigidos a los niños, de refrescos o productos sin valor nutricional. Que una revista médica del prestigio de la citada se ocupe de un asunto como éste, indica de manera elocuente que determinados consumos corrientes y constantes entre los más jóvenes, lejos de ser un juego de niños, constituyen un problema sanitario de calado. Que además esa publicación se dirija a los famosos sirve para subrayar no sólo la influencia que los personajes públicos pueden ejercer, y ejercen de hecho, en la cons...

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La revista británica The Lancet pidió hace poco a los famosos que no participaran en anuncios, dirigidos a los niños, de refrescos o productos sin valor nutricional. Que una revista médica del prestigio de la citada se ocupe de un asunto como éste, indica de manera elocuente que determinados consumos corrientes y constantes entre los más jóvenes, lejos de ser un juego de niños, constituyen un problema sanitario de calado. Que además esa publicación se dirija a los famosos sirve para subrayar no sólo la influencia que los personajes públicos pueden ejercer, y ejercen de hecho, en la construcción de modelos y en el contagio de comportamientos, sino la responsabilidad que esa influencia implica.

Al lado de la seriedad de este tratamiento, la manera en que las chuches acaban de entrar y de salir del panorama político de nuestro país resulta desalentadora, por no decir que directamente deprimente. Y constituye un ejemplo más de lo poco o de lo mal que aquí se debate políticamente de casi todo; de la cantidad de asuntos que sólo se ventilan a golpes de titular efectista, intercambio epidérmico o pulso demagógico. Es decir, de la montaña de cuestiones que pasan en crudo a engrosar los archivos de lo pospuesto y, sin embargo, urgente; la lista de lo temerariamente pendiente de una reflexión en profundidad, de un debate de máximos, de una argumentación reveladora y posibilitadora de soluciones.

Porque me parece evidente que las chuches, y asimilables, necesitan una solución. Un poco antes de verano se hicieron públicos los datos del último estudio del Ministerio de Sanidad sobre la obesidad infantil; datos que no confirmaban lo sabido sino que lo agravaban: nuestros niños comen mal (pocas verduras y alimentos saludables; muchas grasas y productos precocinados), hacen poco o nada de ejercicio..., lo que determina que el 20% de los niños y el 15% de las niñas sean obesos. Los puntos suspensivos los reservo para el peligro en dulce de los extras: chuches y compañía.

La obesidad infantil es un tema gravísimo que compromete no sólo la salud -es decir, mucha de la felicidad- de quienes la padecen, sino la propia viabilidad del sistema sanitario de todos. The Lancet apela seriamente a una responsabilidad, por pasiva, de los famosos, que no participen en la publicidad de productos que contribuyen al sobrepeso. Creo que a los políticos los ciudadanos estamos en condiciones de pedirles más, de exigirles el ejercicio de una responsabilidad activa. Que se dejen de céntimos demagógicos y que suban (mucho) el nivel del intercambio político, el valor del debate público que hay que aplicar, por ejemplo, a las chuches y asimilables. Productos que necesitan, a mi juicio, un repaso urgente, un etiquetado literal (¿por qué pueden venderse sin lista alguna de ingredientes?) y social que dé cuenta exacta de su composición y del peligro en dulce que entraña su incorporación extensiva y normalizada a la dieta de los niños.

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